El mar implacable de donde venimos

Hay novelas que tienen diferentes lecturas con el pasar del tiempo. Las corrientes literarias en boga generalmente marcan el destino del mercado editorial o viceversa. Mientras esto sucede el escritor o escritora, convertido en demiurgo, forja una historia como un concierto, en donde diferentes almas tienen trazados un mapa de escape en medio de un laberinto.

Es por ello que regresamos a El mar que me regalas, de Jorge Rodríguez Gómez, finalista del premio Rómulo Gallegos 2025, editada inicialmente en Venezuela por Acirema, en 2023, al año siguiente pasó a distribuirse en Latinoamérica al formar parte del catálogo de Fondo de Cultura Económica, de México, y en las librerías y ferias de libros de España gracias a la edición de la editorial Arzalia.

 Hay quienes leen la novela de Jorge Rodríguez como una novela negra o policial, que también es política porque el género “descubrió la relación entre el crimen y la política y lo puso en el centro de la escena literaria desde el principio”, como reflexionó Ricardo Piglia cuando recibió el Gallegos en 2011.

En pocas palabras, la novela policial ha sido eficaz en la crítica al capitalismo y la trama de El mar que me regalas trata esencialmente sobre el secuestro en Venezuela de un agente encubierto de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés).

La CIA existe, aunque descrean los desencantados e ignorantes. No es ficción ni pasado, solo que han diversificado las acciones de estos agentes con otras agencias (Usaid, NED, etc.) y cuando estos no logran sus objetivos, mandan a los “chacales”, como afirma John Perkins en Confesiones de un gánster económico

El emperador de turno recientemente anunció una acción militar contra Venezuela en conjunto con la CIA. Es conocido que estos agentes están desplegados en el país —y por todo el mundo— para asesinar a quienes enfrentan sus intereses coloniales.

El mar que me regalas es la historia de una generación que decidió arriesgar la vida contra el sistema en tiempos en que parecía que todo estaba perdido y lo que quedaba (para algunos) era tararear canciones de Joan Manuel Serrat. 

Pero la vida es un entramado que difícilmente puede contarse linealmente. Es como el mar que nos trae olas y forma diferentes rocas o en las orillas de la playa una urdimbre con conchas marinas y en la arena las huellas borradas.

La novela de Rodríguez expone la miseria humana, su lado más desalmado, así como los sueños y la desesperación, la ternura y el amor. El sexo nunca ha estado fuera de su literatura y en El mar que me regalas tiene los ingredientes necesarios, pero eso no lo hace novela erótica, sino más vívida, real, si se quiere decir de otro modo.

Es la pulsión humana lo que está detrás del demiurgo que entiende que entre la vida y la muerte todo está escrito, sólo hay que conocer las claves para contarla y que esta ponga en suspense al lector, algo que Jorge Rodríguez retrata magistralmente a los antagonistas en la dimensión de sus acciones, sin fórmulas maniqueas, sin pudor, sin necesidad de que cada uno renuncie a sus miserias o valores. El lector sabrá de qué lado de la balanza está su vida.

En varias oportunidades nos hemos hecho la pregunta de qué cuentos o poesías llevó a Jorge Rodríguez a esculpir esta obra en donde se estrena como escritor de novelas, la catedral de los géneros literarios. Podemos intuir que es la vida contra la muerte, las injusticias, pero sobre todo el mar, el río, las aguas que van y vienen, que no es lo mismo mirarla que estar en ella, pisando fondo o en la superficie.

El mar que me regalas tiene la singular particularidad de que el lector va a ser cómplice por la búsqueda de respuestas a los acertijos, los sueños empeñados, la utopía. Genera la sonrisa y la furia, la tristeza y la alegría, el recuerdo sin remordimiento y estar atento a la eterna amenaza.

La ficción tiene más de realidad que de invención y por ello podemos hacer diferentes lecturas sin importar el tiempo, que a veces es implacable, como el mar que nos regala Jorge Rodríguez en forma de novela.

Símiles disímiles

Mucho de thriller y otro tanto de novela negra; relato político, con una notable revisión de la historia nacional; discurso de denuncia en el que afloran la corrupción y las miserias de una élite dirigente que por décadas, si no por centurias, usufructuó el poder político y militar; aventura amorosa que explora intimidades y salta por encima de inveteradas barreras morales.

El mar que me regalas, de Jorge Rodríguez, es una novela continente y el intento de caracterizarla, o hacer un inventario de los temas que toca, podría añadir un número indefinido de líneas al párrafo anterior. Pero, como se sabe, para que haya literatura no basta con el puro cuento, por muy interesante que sea, se requiere, también, de un lenguaje con capacidad propia para la búsqueda expresiva.

La prosa de Jorge Rodríguez posee una peculiar especificidad que la hace inconfundible. Así, pues, de El mar que me regalas puede afirmarse que tiene estilo propio, vale decir, un particular manejo del lenguaje profundamente personal y reconocible.

Rodríguez construye imágenes de notable originalidad, apoyadas principalmente en el símil y la metáfora.

Las figuras retóricas funcionan como destellos de lucidez en medio del aparente caos narrativo producto de las múltiples aristas que sostienen la historia. Gracias a ellas, se establecen conexiones inesperadas entre conceptos dispares que estimulan la recepción del texto de parte del lector; asimismo, dotan a la narración de un halo que puede variar, sin transición, de lo poético a lo extravagante.

Estas figuras no son meros adornos literarios, sino dispositivos que se balancean entre lo concreto y lo intangible, de la realidad observable a los vericuetos de la psicología humana.

En fin, se trata de la construcción de un estilo literario, ese modo particular de enfrentar el lenguaje al que cada narrador aspira, a fin de desarrollar lo que la crítica literaria suele identificar como la voz propia, única e inconfundible de un autor. La suma de sus elecciones lingüísticas: sintaxis, ritmo, vocabulario, tono y, por supuesto, el uso de figuras retóricas.

 El mar que me regalas está llena tanto de símiles como de metáforas que se caracterizan por fracturar cualquier asomo de lógica. Si bien es cierto que esa norma suele cumplirse en muchos textos literarios, dado que todo escritor intenta alejarse de lo conocido y del lugar común, en este caso resalta lo insólito e inesperado de ciertas asociaciones.

Así, por ejemplo, el mutismo puede ser “alto y ancho como una habitación sin muebles”.

El coito se realiza con “un movimiento de ratón de monte, de peces bullendo en las redes, de aves migratorias rompiendo de repente la monotonía del cielo”: o “con jadeos de combate chino”.

Del cuello de un esbirro recién apuñalado salen “chorritos de sangre, que se elevaban y caían con la elegancia aterciopelada de las fuentes de chocolate que ponen en las bodas”.

Rodríguez demuestra una habilidad particular para encontrar puntos de conexión entre elementos disímiles, estableciendo relaciones comparativas que desafían la percepción convencional y obligan al lector a reconfigurar su mirada sobre la realidad representada. Estas imágenes, lejos de ser ornamentales, son el núcleo de una exploración que trasciende la anécdota para sumergir al lector en una experiencia sensorial e intelectual profunda.

Lo cotidiano, o al menos lo concreto, suele adjetivarse con relaciones inestables y fluidas que, o bien son difíciles de asociar con la realidad inmediata, o transportan al lector hacia referentes lejanos en los que, mezclados con un tono poético, se hacen presentes objetos y criaturas con un carácter contradictoriamente grotesco y no pocas veces sombrío.

El mar que me regalas desafía así la percepción ordinaria en un proceso que a la vez describe y reinventa la realidad. Su prosa no se limita a contar una historia, sino que la dota de una dimensión sensorial única con capas de significado que multiplican las eventuales lecturas del texto.

Dije en otra parte que Jorge Rodríguez maneja con maestría la tensión narrativa propia del cuento. En esta novela, esa tensión narrativa se ve reforzada por una historia que se desplaza sin sobresalto, del humor a la tragedia, y se alimenta con el uso continuado de unas figuras retóricas que no dan descanso a la capacidad del lector para sorprenderse.