Anuncian premios Nacionales de Cultura y Glorias Artísticas de Venezuela

El Ministro del Poder Popular para la Cultura de la República Bolivariana de Venezuela, Ernesto Villegas Poljak, anunció los premios nacionales de Cultura y Glorias Artísticas de Venezuela en su canal de Telegram.

Informó que los jurados que evaluaron las postulaciones y decidieron los Premios Nacionales de Cultura 2023-2024 (salvo las menciones honoríficas), fueron los siguientes:

Artes circenses: Oswaldo Barreto Monroy, Eliel Brizolla y Carlos Arroyo

Literatura: Neguel Machado, Ana Cristina Bracho e Ignacio Barreto.

Humanidades: Beatriz Aiffil, Jorge Berrueta y Rosario Soto

Música, cultura popular y saberes tradicionales: Adrian Oscar Lista, Nelson Hurtado, Javier Marín

Artesanía: Ana Alejandrina Reyes, Julio Manuel Paredes y Abraham Márquez

Danza: Lisbeth Villalba, Oswaldo Marchionda, Freddy Carmona

Teatro: Julia Carolina Ojeda, Jericó Montilla y José Luis León

Artes plásticas: Natalia Rondón, Perla García, Humberto Matos, Leonel Durán, Zacarías García.

Arquitectura: Fabiola Velasco, Newton Rauseo, Margarita Padrón

Fotografía: Yoset Montes, Ángel Corao, Aldo di Bari.

Cine: Irabé Seguías, Rubén Hernández, Carlos Tabares.

Los ganadores de los premios fueron los siguientes:

Premio Nacional de Cultura, mención Cultura Popular 2023-2024: RAFAEL E. SALAZAR
Por su larga e ininterrumpida trayectoria como investigador, musicólogo, compositor y promotor cultural.

Premio Nacional de Cultura, mención Literatura 2023-2024: ANTONIO TRUJILLO
Por su amplia y variada obra que se distingue por su belleza, con su conexión con los sentimientos y valores del pueblo venezolano y que sirve de faro para las generaciones actuales y futuras.

Premio Nacional de Cultura, mención Humanidades 2023-2024: ALÍ ENRIQUE LÓPEZ BOHÓRQUEZ
Por su aporte y contribución por más de 50 años en la docencia, enseñanza, investigación y difusión histórica.

Premio Nacional de Cultura, mención Música 2023-2024: JOSÉ ANTONIO “TOÑITO” NARANJO
Por su trayectoria como intérprete y formador de generaciones de flautistas venezolanos y por su aporte a la cultura venezolana.

Premio Nacional de Cultura, mención Saberes tradicionales 2023-2024: GIANCARLA BRANCALEONI
Por su aporte y conservación en pro de la tradición de los Caballitos de San Juan en Ciudad Bolívar.

Premio Nacional de Cultura, mención Artes circenses 2023-2024: DARWIN “NICKY” GARCÍA
Por su trayectoria y aporte a la cultura venezolana formando generaciones de artistas circenses para Venezuela y el mundo.

Premio Nacional de Cultura, mención Artes circenses (post mortem) 2023-2024: JULIETA HERNÁNDEZ
Por la siembra inmortal de sonrisas y conciencia a través de las Artes circenses, la poesía y el amor.

Premio Nacional de Cultura, mención Artesanía 2023-2024: FIDELINA MANZO
Por su extraordinaria trayectoria en el mundo artesanal, su aporte al proceso de investigación, curación, organización y formación de nuevas generaciones de artesanas y artesanos.

Premio Nacional de Cultura, mención Artesanía (post mortem) 2023-2024: OLGA REYES
Por su trayectoria y representación de la mujer indígena alfarera que regó sus conocimientos y saberes en la tierra del estado Amazonas.

Premio Nacional de Cultura, mención Danza 2023-2024: FLOR AURISTELA “POY” MÁRQUEZ UGUETO
Por trayectoria nacional e internacional como intérprete, creadora, docente y gestora de la danza contemporánea.

Premio Nacional de Cultura, mención Danza (post mortem) 2023-2024: FANNY MONTIEL
Por su dilatada trayectoria como intérprete y docente de la danza clásica.

Premio Nacional de Cultura, mención Teatro 2023-2024: GUILLERMO JOSÉ “YUMA” DÍAZ MEJÍAS
Por su larga trayectoria, compromiso y ética en la profesión teatral.

Premio Nacional de Cultura, mención Artes plásticas 2023-2024: JOEL PACHECO
Por una larga trayectoria en la cual ha demostrado un desarrollo sostenido y notable en su obra artística.

Premio Nacional de Cultura, mención Arquitectura 2023-2024: DOMINGO ACOSTA GONZÁLEZ
Por su trayectoria y visión de una arquitectura sustentable y responsable con el ambiente.

Premio Nacional de Cultura, mención Fotografía 2023-2024: JOEL ALBERTO OCHOA
Por su trabajo de difusión y expresión artística en el hecho fotográfico sobre la diversidad cultural y étnica del pueblo venezolano, haciendo hincapié en el valor de la mujer y los pueblos indígenas.

Premio Nacional de Cultura, mención Cine 2023-2024: JORGE JACKO
Por su dilatada trayectoria al frente de los servicios de laboratorio y post producción del cine venezolano durante más de seis décadas.

Premio Nacional de Cultura, mención Cine (post mortem) 2023-2024: NANCY DE MIRANDA
Por su invaluable servicio como historiadora y divulgadora del cine venezolano.

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica (post mortem) 2023-2024: PEDRO “GUARAÑA” RIERA

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica (post mortem) 2023-2024: ELPIDIO BULLÓN

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica 2023-2024: CARLOS BOLÍVAR

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica 2023-2024: ENRIQUE HERNÁNDEZ D’ JESÚS

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica 2023-2024: JOSÉ MARCIAL RAMOS GUÉDEZ

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica 2023-2024: NOHELÍ POCATERRA

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica 2023-2024: DANIEL ENRIQUE GIL ROSADO

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica 2023-2024: CRISTÓBAL JIMÉNEZ

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica 2023-2024: HENRY MARTÍNEZ

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica 2023-2024: HERNÁN MARÍN

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica 2023-2024: BLANCA SÁNCHEZ

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica 2023-2024: JOSÉ MIGUEL MÉNDEZ CRESPO

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica 2023-2024: PEDRO DURÁN

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica 2023-2024: ELEAZAR MOLINA MOLINA (“GONZALO FRAGUI”).

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica 2023-2024: EDGAR ÁLVAREZ ESTRADA

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica 2023-2024: MARÍA YOLANDA MEDINA

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica 2023-2024: EDUARDO MARTÍNEZ

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica 2023-2024: JOSÉ MANUEL “CHACHATA” GUERRA

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica 2023-2024: JESÚS GERARDO CORDERO

Premio Nacional de Cultura, mención honorífica 2023-2024: ALEXIS MUJICA

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: CECILIA TODD

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: LILIA VERA

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: ZHANDRA RODRÍGUEZ

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: BIELLA DA COSTA

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: OSCAR COLINA

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: DILIA WAIKARÁN

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: JESÚS SEVILLANO

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: ZORAYA SANZ

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: IVO AUGUSTO DÍAZ

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: CHEO LINARES

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: JORGE ARTEAGA

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: CARLOS PIÑERO

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: OMAIRA MARGARITA GUTIÉRREZ

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: JOSÉ MONTECANO

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: ANTONIA AZUAJE

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: MARIO DÍAZ

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: JOSÉ ANTONIO DÁVILA

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: PERUCHO AGUIRRE

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: SISTEMA DE COROS Y ORQUESTAS INFANTILES Y JUVENILES “SIMÓN BOLÍVAR”

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: AGRUPACIÓN PARRANDA LA FLOR DE COJEDES

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: TEATRO NEGRO DE BARLOVENTO

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: GRUPO ”LOS CAÑONEROS”

Premio Glorias Artísticas de Venezuela 2024: AGRUPACIÓN “LOS TRES TRISTES TIGRES”

El Ministerio del Poder Popular para la Cultura felicita a todas y todos por su destacada labor por la cultura venezolana.

La necesidad de los símbolos

Hay asociaciones que son inevitables. Una de ellas es la capacidad de concentrar fuerzas y atacar que se escenifica en la película Apocalipsis Now, de Francis Ford Coppola, con “La cabalgata de las valquirias, de Richard Wagner.

Esta pieza de Wagner, y en alguna medida la película de Coppola, son partes de las pistas que ofrece al lector en la más reciente novela de Pablo De Santis —que lleva el nombre de la pieza de Wagner—, pero no es tan evidente. Sobre todo, porque pertenece al género policial en donde — extrañamente para ser literatura latinoamericana, los detectives están ausentes, pero no los crímenes— hay policías.

En la novela se investiga un crimen que a medida que se esclarece cobra dimensiones éticas por la historia oculta de un pueblo en donde todos se conocen y hay ciertos temas y personas de los que no se habla. 

También existe una especie de competencia evidente entre policías, pero el personaje principal lleva la carga social de la historia familiar que los otros se lo recuerdan de vez en vez y está marcado desde el inicio de la novela.

“Soy policía, porque mi padre era policía. Por falta de imaginación, me acomodé al destino prefijado. Cuando estaba en quinto grado de la escuela, mi padre, el comisario Abel Nebra, mató al cabecilla de una banda de asaltantes de bancos, hazaña que lo convirtió en una leyenda viva en la institución”.

De Santis maneja con destreza el género policial que en algunas de sus novelas mezcla con el fantástico o viceversa. Cada personaje, con sus aciertos y desaciertos, en la búsqueda por la resolución de un caso, resuelve asuntos personales de los personajes. Incluso, del escritor con el lector, porque también da una mirada a la sociedad, la pasada y la actual, con frases que son estocadas, como si fueran pistas de la vida y la muerte.

“Gracias a esas fotografías de antiguas violencias se olvidaban de que trabajaban en una comisaría de un pueblo turístico, donde nunca pasaba nada. Todos necesitamos un poco de leyenda”.

Cada cierre de capítulo tiene un guiño de humor o mirada hacia la conducta humana que se repite como si fuera un patrón, independientemente del oficio. El destino de cada personaje es asumido con la dignidad que le permite comprender su vida.

Pablo De Santis logra atrapar al lector porque lleva a pulso a cada uno de sus personajes con detalles y coartadas que en su cotidianidad conforman las pistas evidentes de la investigación policial porque todos los crímenes transcurren en la normalidad y luego la vida continua como si no hubiera pasado nada.

La vida tiene sus complejidades, también la muerte y los crímenes. A veces nos hacemos preguntas que no tienen respuestas o quizás no se quiere buscar o tenerlas. Los crímenes tienen muchas aristas que resolverlos tiene su ciencia.

Hace un par de años conocí a un detective que decidió escribir y publicar unos cuentos policiales porque la literatura policial no le convencía debido a que los escritores desconocían la ciencia que utilizan los detectives para resolver los casos.

Resulta que resolver un enigma es tan solo uno de los detalles de la novela policial. “La gente tiene hambre de símbolos”, como apunta el comisario Conrado Nebra en La cabalgata de las valquirias

Los símbolos forman parte de una lógica, de un rompecabezas que permite descifrar los hechos. Como dice Marthe Arnould, son “las llaves de los caminos”.

Uno de los símbolos que expone De Santis es “La cabalgata de las valquirias”, la apertura del tercer acto de la ópera La valquiria de Wagner —que pertenece a la tetralogía El anillo del nibelungo—, junto a la escena de Apocalipsis Now, en donde es utilizada como droga para atacar y matar a vietnamitas.

A veces nos preguntamos cuál es el papel del arte, especialmente cuando algunos creen que solo es sueño e imaginación, un acto de creación ajeno a todo lo perverso de la humanidad y de la política.

No hay cabos sueltos en la novela de Pablo de Santis, sólo los que a sus personajes se les permiten sin hacer juicio sobre los inocentes y culpables. Al fin de cuentas, a veces, los extremos se tocan.

El iceberg de la literatura venezolana

Cada época define qué es un clásico en cualquiera de las artes. Algunos autores se resisten a que sus obras cobren tal distinción porque esta se distancia de su tiempo. Prefieren verla sin polvo sobre sus portadas, en el caso de los libros.

También la palabra clásico cobra diferentes significados con el tiempo y con las obras. Pero a Rómulo Gallegos nada de esto parecía preocuparle una vez que sus novelas y cuentos comenzaron a tener el interés literario, que con el tiempo lo hizo trascender como un escritor, más que nacional, internacional.

En España apareció la primera edición de Doña Bárbara, en 1929, y recientemente la editorial venezolana Garzamora salió al ruedo editorial con una edición impecable que pareciera una novedad. Al fin de cuentas, Rómulo Gallegos es tan contemporáneo que regresa siempre con cada generación. 

Algunos críticos lo encasillaron en un género que llamaron “criollismo”, sin embargo es inevitable nombrar a Doña Bárbara cuando se habla de literatura. 

Julio Cortázar desconfió de la pregunta de Mario Vargas Llosa (1965): “—Hay quienes piensan que la «novela de la tierra» es la más auténticamente latinoamericana”. El autor de Rayuela respondió que si “por tierra se entiende el drama del hombre americano en su paisaje desmesurado (paisaje cotidiano, social, ideológico, histórico), no puede sorprender que de esa situación profundamente trágica haya surgido una novelística sobresaliente. Así, dados los llanos de Venezuela y sus condiciones de vida y de muerte, Doña Bárbara es casi una fatalidad”.

Las situaciones extremas generan conflictos que Gallegos supo colocar en personajes, espacio y tiempo. En 1967, Carlos Fuentes publicó un artículo sobre Cien años de soledad, aún inédita, de la que tan solo había leído 80 cuartillas y no pudo evitar mencionar la novela de Gallegos: “Cien años de soledad re-inicia, re-actualiza, re-ordena —hace contemporáneos— todos los presentes de una zona de la imaginación que parecía perdida para las letras, sometidas para siempre a la pesada tiranía de Doña Bárbara”.

Paradójicamente, Gallegos escribió contra ciertas tiranías que luego terminaron siendo un peso para que flotaran nuevas generaciones de escritores. Si eso sucedió con autores como Cortázar, Fuentes, Gabriel García Márquez, entre otros, como Camilo José Cela que por encargo de Marcos Pérez Jiménez escribió La Catira, también en nuestro patio para nuestros escritores de alguna manera era una vara que debían superar.

Orlando Araujo en Narrativa venezolana contemporánea colocó a Doña Bárbara como el cierre de una temática novelística que comenzó con Peonía (1890), de Manuel Vicente Romero García. Pero este fue el comienzo de una “crisis” en la literatura nacional. Es cuando surge un “movimiento renovador que, entre 1930 y 1940, nos ofrece una media docena de novelas (Las lanzas coloradas, Cubagua, Canción de negros, Mene, Puros hombres, Fiebre) que son distintas y que se desprenden y se divorcian del esquema típico de la novela criollista”.

Mientras se escribía y discutía sobre la nueva narrativa venezolana, Rómulo Gallegos viajó a Hollywood, Estados Unidos (1939), para afinar los detalles de una supuesta producción cinematográfica de la novela. Finalmente se llevó al cine en 1943 con la caracterización de la actriz mexicana María Félix como Doña Bárbara. Esta versión contó con la participación de Gallegos como libretista junto con el director Fernando de Fuentes. 

Posterior al fallecimiento del escritor aparecieron otras versiones fílmicas, pero en vida vio como su obra se convirtió en radionovelas y telenovelas. Incluso hasta una ópera llegó a montarse en el Teatro Municipal de Caracas (1966) con libreto de Isaac Chocrón y participación de la mezzosoprano Morella Muñoz.

Doña Bárbara es más que un clásico, es la punta del iceberg de la literatura venezolana sin pretender ser la suma de la cultura nacional. Rómulo Gallegos se acercó a los dramas humanos de su tiempo, que es el de todos los tiempos. No es casualidad que por ello termina siendo catalogado como el escritor nacional por excelencia.

La naturaleza de las pasiones

Las pasiones son inherentes a todas las almas. El conflicto existe cuando se tienen que reseñar y poner orden en una lista. El filósofo Miguel de Unamuno corregía a aquella persona que al presentar a un médico, agregaba que además era poeta. El autor de Del sentimiento trágico de la vida invertía el orden. 

En ese mismo libro ser filósofo o poeta se equiparan cuando se refiere a los “escolásticos metidos a literatos —no digo filósofos metidos a poetas, porque poeta y filósofo son hermanos gemelos, si es que no la misma cosa—”.

Si eres escritor —y cuando decimos “escritor” generalmente se entiende que es aquel que escribe cuentos y novelas—, poeta, periodista y alpinista, como es el caso del napolitano Erri De Luca, uno se pregunta cuál de todas ellas son pasiones y en qué orden las pondría si le tocara hacerlo.

Son incógnitas que quizás nunca son conflictos, más si se toma en cuenta que ejerció oficios tan disímiles como albañil, conductor de camiones o trabajador de pista en un aeropuerto.

Involucrado además en política, es natural que evidentes rastros de esas experiencias se filtren en su obra literaria. Pero su accionar político es parte de esa esencia que tiene que ver con las posturas personales ante los actos injustos del poder.

Hay que acotar que en temas de política y profesiones, el periodismo propagandístico hace uso de la profesión para decir que el poder cercena a profesionales. Por ejemplo, el periodista alemán Günter Wallraff, autor del célebre libro Cabeza de turco, protestó contra la junta militar fascista de Grecia, en 1974, y fue preso, torturado y enjuiciado. Él nunca dijo que fue como periodista sino como activista político.

Similar actitud tiene De Luca. Arma manifiestos que luego escritores e intelectuales firman debajo de él su acción solidaria.

Hombre de mentalidad liberal, llena sus novelas de personajes populares que las más de las veces muestran un frontal desacuerdo con el sistema social, cuando no se oponen a él abiertamente.

En La natura expuesta, es fácil comprobar que, en la práctica, todos sus personajes viven al margen del sistema. Desde un narrador confinado entre las nieves de Los Alpes, hasta los migrantes que, en plan de coyote, ayuda a cruzar la frontera en abierta burla de la ley.

A diferencia de su última novela, Imposible, en la que un exrevolucionario se enfrenta a un fiscal que representa, aunque a su manera, el orden establecido, en La natura expuesta ni siquiera los representantes de la iglesia están en disposición de asumir de manera ortodoxa la tarea que se le impone.

De Luca ha llegado a afirmar que la “verdadera historia de este siglo se halla en la narrativa, no en los libros de historia, porque ha sido una historia colectiva que solo puede ser explicada por los interesados directos”.

Esa historia está marcada por el incesante paso de migrantes que desde África se dirigen a Italia como punto de llegada o de tránsito hacia otros países de Europa. De Luca aborda a esos migrantes no desde una mirada sociológica o caritativa. Su abordaje del asunto se acerca más a una concepción de la vida marcada por el cinismo.

La novela está narrada desde el desarraigo y el distanciamiento. Una voz que se vuelve, en su propia tierra, tan errante y fuera de lugar como esos migrantes con quienes se relaciona de igual a igual.

Migrantes perseguidos, religiosos tomados por la duda, o un narrador que descree de todo son los personajes protagonistas de La natura expuesta, y son a la vez esos interesados directos en el devenir de la historia.

Las novelas de De Luca suelen resumar política. No una política explícita, como la de quien toma partido abiertamente. Se trata de una cierta inconformidad que se filtra por diversos medios a través de los personajes. Es una visión sombría de la sociedad desde una conciencia que ejerce un existencialismo difuso, sin otro anclaje que una experiencia vital marcada por la derrota y el desinterés.

Las instituciones podrán tener diferentes políticas u opiniones que esculpidas en piedra de nada sirven. Sin embargo, las pasiones siguen el curso de la historia.

La esquina de la ciencia ficción venezolana

Es recurrente la interpretación de que la ciencia ficción es un asunto del futuro, de traspasar el tiempo, máquinas robóticas que podrían reemplazar a los humanos —incluso, eliminarlos—, vida en otros planetas, invasiones, en fin, la lista puede hacerse larga de los temas que la literatura y el cine han abordado sobre este género de ficción.

Hacer arqueología literaria nacional también es un acto de ficción porque los registros son escasos, más aún si nos conseguimos con un autor que tiene el mismo nombre de una esquina de Caracas ubicada en la actual parroquia San Juan. Ésta no lleva su nombre por él, sino por un sastre extranjero con nombre impronunciable y de quién tampoco hay mucha historia (o por lo menos, eso es lo que parece).

Federico León (1896-1953), periodista venezolano de origen cumanés, toma el nombre de “Pepe Alemán” para firmar sus artículos humorísticos en el semanario Fantoches, del que es redactor desde su fundación en 1932. 

Antes de ser conocido como Pepe Alemán, formaba parte de un grupo de periodistas que llamaban “Tres en Uno”, puesto que Federico León conformaba el trío que redactaba la Crónica General en El Nuevo Diario (1914) junto a Leoncio Martínez y Francisco Pimentel —mejor conocido como Job Pim—.

El humor en tiempos de la dictadura de Juan Vicente Gómez era el ambiente que lo rodeaba. El poeta Aquiles Nazoa lo reseña en Los humoristas de Caracas como un “favorecido por su hermosa voz y por sus disponibilidades de causeur culto y de dicción refinada. En los primeros tiempos de la radiodifusión caraqueña sostuvo por algunos años una hora interdiaria de charlas destinadas a la mujer, que hicieron de él una figura popularísima, así por el acento confidencial de su discurso como por la propensión poética de su humorismo”.

En la breve nota de Nazoa en Los humoristas de Caracas, apunta que “con Blas Millán y Julio Garmendia —aunque con recursos de oficio menos generosos—, figura Pepe Alemán entre los escritores que reaccionaron, por los años de 1920 a 1930, contra los excesos localistas y limitación temática que agobiaban al humorismo venezolano. Su obra más interesante es El regreso de Eva, novela publicada por Editorial La Esfera en 1933”.

Por esos años, la ciencia ficción no era un género que había que destacar, más aún si el autor desde el inicio advierte que “si narrar es novelar, El regreso de Eva es una novela”. Asume el riesgo y sin ningún tipo de complejos, admite que “se limitó a seguir el hilo de la narración sin rebuscamientos literarios”.

Su búsqueda literaria está delineada como un escritor que desconfía de sí mismo como escribidor y agradece al periodismo porque, entre otras cosas, le dio acceso a información sobre las innovaciones científicas que luego colocó en sus historias.

“El imperativo de la costumbre; el hábito de escribir con ligereza y simplicidad de expresión, adquirido en largos años de vida periodística”, escribió Pepe Alemán en el prólogo de 1933.

Podríamos reescribir esta historia y contemplar a Julio Garmendia y Pepe —contemporáneos y en similar oficio— en una mesa tomando café, mientras este último le hace algún comentario sobre “La realidad circundante” y luego continúa con disquisiciones sobre cómo abordar los temas de una posible novela que escribiría en el futuro.

Umberto Eco dijo en Apostillas a El nombre de la rosa, que cuando fue a escribir la novela el único ambiente posible para el desarrollo de la historia —policial, negra— en donde se sentía a gusto, por conocer bien la época, era el siglo XIV. 

Cincuenta años antes de esta reflexión de Eco, en Venezuela, Pepe Alemán se había dedicado a tocar temas sobre la mujer y para él fue evidente que lo más natural era escribir sobre un mundo y un tiempo en que las mujeres gobernaban.

A pesar de que Pepe Alemán tenía un público cautivo, El regreso de Eva tuvo una sola edición hasta que la Editorial El perro y la rana lo rescata del olvido en 2019. 

Todo parece indicar que la ciencia ficción venezolana se inició con esta novela y pareciera que aún está en la esquina Pepe Alemán.

La intriga detrás de la fórmula

Los epígrafes generalmente son faros que los autores colocan al inicio de sus textos para iluminar el camino que va a recorrer el lector. A veces a un epígrafe lo acompaña otro para que la iluminación tenga mayor intensidad. Cuando son más de dos, es momento de preocuparse, porque tantos faros en vez de ayudar, enceguecen.

Ninguno de estos casos tiene que ver la novela La última vez (2022) del escritor argentino Guillermo Martínez, porque carece de epígrafes. Sin embargo, tiene por subtítulo “una intriga literaria”, que al lector puede darle algún indicio. Pero la ilustración de un cuaderno de notas que cae al fondo de una piscina es un detalle más que ilustrativo.

Subtítulo e ilustración podrían ser los epígrafes innecesarios, porque al final de cuentas el lector se encontrará con citas, personajes y obras en una ficción que funciona como un reloj.

Esta es la historia inconclusa, literariamente hablando, de un crítico literario y un “escritor argentino abrumadoramente famoso” que se llama A. Es necesario acotar que Guillermo Martínez es matemático y el narrador de la novela, también. Si no fueran matemáticos, el escritor se llamaría X. 

Antes de llegar a esta novela de intriga literaria, Martínez obtuvo en 1989 el premio del Fondo Nacional de las Artes por el libro de cuentos Infierno grande. En 2003 gana el Premio Planeta Argentina con la novela Crímenes imperceptibles, que en 2008 fue llevada al cine por el español Alex de la Iglesia bajo el título Los crímenes de Oxford. A partir de la exhibición de este film, las ediciones posteriores del libro pasaron a tener el título de la película. También ha sido merecedor del Nadal de novela 2019 por Los crímenes de Alicia.

La novela La última vez no tiene por referente la canción de un tango o milonga como sugiere el título, aunque podría tener sentido por las tribulaciones de A debido a la incomprensión de los lectores de sus libros. Sin embargo, es el cuento “La próxima vez” (1895), de Henry James, que presenta como un juego de sus personajes y también de palabras.

Otro de los autores, entre muchos que refiere la novela y que el lector podrá disfrutar cómo el narrador va desenredando los acertijos literarios, es el escritor chileno José Donoso con la novela El jardín de al lado (1981). De esta toma el personaje de la agente literaria Nuria Monclús y menciona a Marcelo Chiriboga, un escritor ecuatoriano ficticio que forma parte del boom latinoamericano.

Así como Donoso juega en El jardín de al lado con “¿novela-documento que, aunque ya rechazada una vez por la formidable Nuria Monclús, yo estaba seguro de poder transformar en una obra maestra superior a esa literatura de consumo, hoy tan de moda, que ha encumbrado a falsos dioses como García Márquez, Marcelo Chiriboga y Carlos Fuentes?”.

También Martínez hace lo propio en La última vez: “A la pregunta de cuál era su autor favorito entre los del boom, A había respondido, como una boutade, que Marcelo Chiriboga, «aunque no tanto por La línea imaginaria, que le parecía sobrevalorada”.

Entre los escritores del boom se encuentra Donoso por su novela El obsceno pájaro de la noche, que en La última vez, se menciona tangencialmente en la descripción de la esposa de A: “Sobrevivía sin embargo, impúdica, desatada, como la única pasión en pie, la exaltación sexual, el obsceno pájaro de la noche”.

Entonces, como lectores dejamos de ser pasivos —diría Julio Cortázar— y nos convertimos en detectives literarios, ya que de intriga se trata la novela. Vamos a la búsqueda de la obra de José Donoso y el epígrafe resulta ser de Henry James.

Pareciera que todo cobra sentido si tomamos por cierto que los libros de los autores, como los de A, tienen patrones que se repiten, “aunque de formas ligeramente distintas: a veces es dos más dos más tres, a veces es cinco más dos, a veces es tres más cuatro”.

La literatura, como la de Guillermo Martínez, contienen fórmulas imperceptibles. Ricardo Piglia en una entrevista, cuando recibió el Premio Rómulo Gallegos en 2011, dijo que los patrones eran comparables con “ciertas reiteraciones de motivos en la música”. Son como las repeticiones de Charlie Parker que surgen como improvisaciones, porque tocaba como si fuera la última vez.

Satélite llamando a control

El tiempo es imprevisible cuando se escribe desde la literatura con miras a plantear el futuro. Tomemos por caso ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? que se publicó en 1968. Era en la época en que Phillip K. Dick escribía cuatro novelas al año para sobrevivir. Lo que menos esperaba PKD es que esta obra sobreviviera y llegara a 1992, el tiempo en que transcurre la historia de la novela.

Los cuentos recogidos en Ciencia-ficción venezolana que compiló Julio Miranda en 1979 para la edición dominical del Diario de Caracas, Libros de Hoy, no sufren el “Síndrome de Fecha de Caducidad”, puesto que los autores que forman parte de la antología omitieron poner días, meses y años a sus historias.

Para algunos el futuro es cercano, para otros es un tiempo que solo se expresa mediante máquinas o seres con una lengua más que extranjera, ¿sideral?, pero tiene como referente los neologismos típicos de quien está creando y nombrando al mismo tiempo. 

Diez son los escritores que participan en la antología Ciencia-ficción venezolana y todo parece indicar que Julio Garmendia es precursor en este género en Venezuela por el cuento “La realidad circundante”, publicado en La tienda de muñecos (1927).

Un año antes de la publicación del libro de Garmendia, el director de la revista estadounidense Amazing Stories, Hugo Gernsback, define a esta corriente literaria, que comenzó el siglo pasado, como ciencia ficción.

El término comenzó a tener mayor cuerpo décadas después, pero en la antología de Miranda, entre el primer texto y los demás, hay un salto de 40 años y se encuentran cuentos de los autores David Alizo, Francisco de Vennanzi, José Balza, Luis Britto García, Humberto Mata, Pascual Estrada, Ednodio Quintero, José Gregorio Bello Porras y Armando José Sequera.

Esta publicación fue rescatada por El Perro y la Rana en una edición bifronte con la antología Cuentos fantásticos venezolanos, también realizada para Libros de hoy, en 1980.

Ambas ediciones contaron con una presentación de Julio Miranda y es un hecho singular, literariamente hablando, que Julio Garmendia, Ednodio Quintero y Humberto Mata participen en ambas antologías aunque correspondan a diferentes corrientes literarias. El caso emblemático es el de Garmendia que los cuentos que se presentan en ambas antologías pertenecen a La tienda de muñecos.

También participan con literatura fantástica José Rafael Pocaterra —considerado precursor del género fantástico en Venezuela por “La ciudad muerta”, publicado en Cuentos grotescos (1922)—, Arturo Uslar Pietri, Andrés Mariño Palacio, Alfredo Armas Alfonzo, Pascual Estrada, Gabriel Jiménez Emán, Francisco Massiani y Earle Herrera.

En esta antología se percibe la continuidad y constancia de una corriente literaria que, más allá de la discusión de si es literatura fantástica o como se le denominó en latinoamérica: realismo mágico o real maravilloso, formó la base literaria de buena parte de nuestra literatura.

Aunque son cuentos lo que se presentan en estas antologías, a diferencia de la narrativa fantástica, las publicaciones de ciencia ficción no generaron un movimiento literario y pareciera que sus escritores tampoco tenían interés en ello. Se desconoce si los lectores buscaron con fruición las novedades nacionales y a estas alturas pasaron a ser “libros raros”.

La literatura fantástica tampoco generó movimiento literario alguno, como sí lo hicieron los poetas y pintores —en donde también participaron  narradores—, algunos con criterios políticos y estéticos, pero siempre políticos aunque no quieran expresarlo directamente. 

Julio Miranda parte de la necesidad de mostrar la variedad de temas abordados por los autores que hasta ese momento sobresalieron con la publicación de sus libros o por los premios literarios, como el Casa de las Américas en 1970 para Rajatabla, de Luis Britto García, donde entre los temas realidad, sociedad, política e imaginación, no hay contradicción.

Pasado el tiempo, como reza una salsa de Ismael Rivera, decimos sobre estas corrientes literarias: “Satélite llamando a control…” ¿No responde?

El mundo entero es una pecera

Existen tantos libros, muchos más que autores, que cuesta estar al día con las novedades literarias. Si se planifican las lecturas, a principios de octubre todo puede cambiar porque se revela el Premio Nobel de Literatura, más si se desconoce al autor o autora que se lleva el galardón de la academia sueca, como fue el caso de este año.

Han Kang, escritora surcoreana de 53 años, fue la ganadora de 2024 “por su intensa prosa poética que confronta traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana”, reza el veredicto.

El jurado esgrimió que Kang “tiene una conciencia única de las conexiones entre el cuerpo y el alma, los vivos y los muertos, y en su estilo poético y experimental se ha convertido en una innovadora de la prosa contemporánea”.

El veredicto no menciona ningún título en particular de la escritora surcoreana, pero hace un guiño al anunciar que su obra “confronta traumas históricos” y “conjuntos de reglas invisibles”.

Después de leer Actos humanos, de Han Kang, no queda la menor duda de que se refieren a este libro publicado hace 10 años en Corea del Sur, en los días en que se cumplieron 34 años de la masacre en Gwangju, que es el tiempo y los sucesos que refiere la novela.

Aunque también alude al presente de ese país, porque la violencia sistemática instaurada mediante las dictaduras durante 45 años, entre 1948 y 1993 —bajo la venia y apoyo de los gobiernos de Estados Unidos—, todavía se mantiene intacta.

En 1959, mientras en Corea del Sur padecían a Syngman Rhee, su primer dictador; en Italia, Italo Calvino publicaba sus “respuestas a nueve preguntas sobre la novela”. Una de ellas plantea si “es posible reconstruir acontecimientos y destinos que no sean puramente individuales, y fuera del tiempo histórico”, a lo que contestó con una sola oración: “La novela histórica puede ser un excelente sistema para hablar del presente y de uno mismo”.

Desde la ficción Han Kang escribe sobre una masacre sin pretender hacer novela histórica, aunque pensemos que efectivamente pertenece a ese género, porque también se planta en el presente y mientras habla en segunda persona, interpela al lector o al personaje de la obra; al que se “salvó” de las torturas, porque está muerto o no sabe que va a morir.

Entonces, uno es un alma leyendo la historia de aquellas que no quieren despegarse de los cuerpos inertes de los asesinados ese 18 de mayo de 1980, de los que cayeron antes y después por reclamar unos derechos que han sido proclamados universalmente y que actualmente están impresos en papel desechable. 

¿A dónde estaba mirando el mundo cuando en Corea del Sur se estaba masacrando a su pueblo? ¿Qué pasó en 1980 que a nadie le importó esos muertos? Y acto seguido, décadas después, le limpiaron la cara como si fuera un país idílico, con un supuesto milagro económico que es capaz de exportar su baile de K-Pop como si allí no hubiese pasado nada.

El británico Simon Johnson, uno de los ganadores del Nobel de Economía 2024, en entrevista transmitida por Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), afirmó que “Corea del Sur comenzó siendo un país pobre tras la Segunda Guerra Mundial y, al principio, era bastante autoritaria”. 

“No fue un camino fácil”, admite el Nobel en Economía, porque los asesinatos y masacres para quienes ven cifras y cuadros, al fin de cuentas, son daños colaterales.

Han Kang le responde a Simon Johnson, si este se dignara a leer Actos humanos —y no tendría por qué creerle, porque en la edición en inglés, en la portada especifica que es “una novela”, es decir, ficción—: “Hay recuerdos que no cicatrizan nunca. Pasa el tiempo y la memoria no se difumina, sino que queda únicamente ese recuerdo y todos los demás se van borrando”.

Johnson y Kang seguramente se cruzarán en la celebración del Nobel cuando reciban el premio. Él vestirá de etiqueta, pensando en sus teorías para el “progreso” y el papel de la tecnología en la sociedad; mientras ella, acompañada de todas las almas de su pueblo, podrá exclamar como un personaje en Actos humanos: “¡El mundo entero es una pecera!”.

Periodismo que recupera memoria

El reportaje es considerado el género mayor en el periodismo, puesto que en él se reúnen los demás géneros de este “oficio”, como dijo Gabriel García Márquez. Además, en la medida en que se permite ciertas licencias a la hora de concebir el texto, es lo más cercano a la literatura en la manera de exponer los hechos. 

Fue por esa vía como entró en escena el llamado “Nuevo Periodismo”, que a ciertos escritores —aunque no es una regla— les da ventaja a la hora de escribir historias que no son de ficción. De hecho, los que lo fundaron dictaron cátedra. 

Tomás Eloy Martínez consideraba que el Nuevo Periodismo nació en Venezuela. Podemos mencionar al escritor Enrique Bernardo Núñez como antecedente a este género, quien después publicar las novelas Sol interior (1918), Después de Ayacucho (1920), Cubagua (1931) y La Galera de Tiberio (1938), se destacó en la prensa nacional entre 1943 y 1945, con los textos que luego compusieron el libro Orinoco y Tres momentos en la controversia de límites de Guayana.

Núñez se alejó de la ficción y se dedicó a escribir historias de nuestra historia —sin desligarse del periodismo— mientras revisa y reescribe Cubagua y La Galera de Tiberio, sus “novelas eternas”. 

“Desearía escribir una nueva versión de Cubagua, de igual modo que a veces nos viene el deseo de hacer una nueva versión de la vida”, escribió en 1959.

Convencido de que “la historia es la conciencia de los pueblos”, escribió para El Universal, en 1942,un artículo de opinión que tituló “Historia contemporánea”, en donde expresó que “se ha decidido que no haya historia de los últimos tiempos. La historia contemporánea viene a ser zona prohibida. […] sabemos poco acerca de la historia de nuestro país en los últimos cuarenta o cincuenta años por lo menos.Lo sabemos de un modo vago”.

Bajo la premisa de recuperar nuestra memoria están escritas El hombre de la levita gris —que explora un momento crucial en el periplo vital de Cipriano Castro—, Orinoco (Capítulo de una historia de este río) y Tres momentos en la controversia de límites de Guayana, entre otros escritos. Hoy, Orinoco y Tres momentos… se publican juntos en edición preparada por Alejandro Bruzual.  

Núñez consideraba que la “ignorancia retarda nuestro progreso e impide una noción clara de hombres y hechos de nuestra historia. Nuestra misma vida particular se resiente de tal ignorancia. […] Escribir de historia contemporánea es penoso, no hay duda, pero necesario. No pueden quedar esas lagunas en la historia de nuestro país”.

Orinoco (Capítulo de una historia de este río) es un texto que se lee como si fuera un cuento y así fue considerado, al punto que fue impreso en 1991 conjuntamente con la novela Cubagua en la Biblioteca Popular Venezolana, bajo la coedición del Ministerio de Educación y la Academia Nacional de la Historia.

Hay que adentrarse en la historia para comprender nuestro presente. Es por ello que Núñez no escatima en sumergirse en documentos y diarios de piratas y personajes que representan los intereses imperiales para demostrar los derechos de Venezuela.

Orinoco está escrito como si fuera una novela de aventuras —que aunque hay piratas, pues no es de aventura— y Tres momentos en la controversia de límites de Guayana, una historia de intrigas —que efectivamente lo es, pero en donde el ejercicio del poder imperial de la época jugó perversamente con un laudo arbitral en Paris, el 3 de octubre de 1899, hace exactamente 125 años—.

El interés por Venezuela era evidente. No es casual que un año antes se haya publicado El soberbio Orinoco, del escritor francés Julio Verne, justo en el país en donde la Doctrina Monroe hizo que se firmara el fraudulento laudo arbitral que adjudicó nuestra Guayana a la corona Británica.

Recientes son las obras en donde nuestros ríos y mares son parte del imaginario con filibusteros, entre ellos, Pirata, de Luis Britto García, e Historia del señor Cody, de Benito Yrady.

Así como es referencia en el periodismo Enrique Bernardo Núñez, también es vital y literaria para quienes quieran pisar los terrenos de la historia y la ficción venezolana.

El retorno a la historia y la ficción

La historia está allí. Es pasado y presente en la medida en que se nombra, de otra forma es olvido. Esto último, es algo que los colonizadores quieren que suceda. Que se olvide que se impusieron a sangre y fuego y que tan solo nos dejaron modos de vida y lenguaje.

Carlos Fuentes en entrevista con Joaquín Soler Serrano resume que “el lenguaje sostiene al poder, el lenguaje es la cultura, es comunicación, es memoria o es olvido”. 

Historia y lenguaje están intrínsecamente relacionadas. Continúa Fuentes: “…el hecho de escribir novelas está íntimamente ligado al acto de la memoria […]. Para mí, el problema como hispanoamericano es recordar todo lo no dicho por la historia; es rescatar del silencio casi cuatro siglos de nuestra historia, pues creo de la manera más profunda que un individuo (o un pueblo) sin un pasado vivo no puede tener un presente vivo ni un futuro viable”.

Traigo a colación al escritor Carlos Fuentes porque desde México recientemente se conoció que un autor nacido en Mozambique se alzó con el Premio de Literatura en Lenguas Romances 2024 que otorga la FIL Guadalajara —desde 1991 hasta 2005 se conocía como Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo—. 

Se trata de Mía Couto, quien ha dedicado buena parte de su literatura a la historia de su país desde la ficción. Mozambique hasta 1974 fue colonia de Portugal.

A propósito de este premio nos acercamos a algunas de las historias de Africa y, en específico, de Mozambique. Su más reciente novela, El mapeador de ausencias (2020), podría considerarse que es la historia del retorno tantas veces contada, desde La odisea hasta nuestros días, solo que esta vez el retorno no es sólo a un espacio geográfico, sino a la memoria, a contar el tiempo que el narrador no puede —ni quiere, ni debe— olvidar.

“La historia, en otras palabras, no es una máquina de calcular. Brota en el pensamiento y en la imaginación y toma cuerpo en las respuestas de la cultura de un pueblo”, sostiene el escritor británico Basil Davidson. 

Bajo similar premisa Couto despliega sus ars poética y narrativa en El mapeador de ausencias, en donde prevalece la visión mozambiqueña, la forma de ver la vida que algunos estudiosos de la literatura llaman “realismo mágico”. Pero Mia Couto afirma que en su país se vive un “realismo real”.

“Mozambique existe porque es un gran productor de historias. Y estas surgen de la confrontación y la convivencia de diferentes culturas, pueblos, naciones, religiones… que para poder trenzarse en armonía de fronteras tienen que presentarse, construirse en personajes. Y a partir de esos fragmentos, poder producir la gran epopeya nacional”, asegura Couto.

El autor ha obtenido el Premio Camões en 2013 y sus novelas Tierra sonámbula (1992) y El vuelo del flamenco (2000) han sido llevadas al cine.

Es biólogo, periodista y escritor que transita por los géneros de poesía, cuentos y novela. Desde temprana edad fue parte de la construcción de la Agencia de Informativa de Mozambique, una vez independizado de Portugal.

En El mapeador de ausencias se mezcla la poesía en frases de los personajes y epígrafes con los sueños y cartas, informes y personajes que vivieron en otros tiempos y los que extrañamente sobrevivieron, sin que el lector se pierda en la narración de la historia.

No puede faltar el desencanto por los cambios que no se realizaron a raíz del triunfo del Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo), lo que nos hace pensar que la FIL Guadalajara no da puntada sin dedal ya que la organización de la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Guadalajara ha tenido diversas controversias con el actual mandatario Andrés Manuel López Obrador.

Una vez terminada la lectura me asaltó la canción del grupo de rock mexicano El Tri:

Ella existió solo en un sueño
Él es un poema que el poeta nunca escribió
En la eternidad los dos
unieron sus almas para darle vida
a esta triste canción de amor.

La novela de Mía Couto no es de amor, no es triste, ¿o sí?

Colofón: “No es triste la verdad, lo que no tiene es remedio” (Serrat).