La intriga detrás de la fórmula

Los epígrafes generalmente son faros que los autores colocan al inicio de sus textos para iluminar el camino que va a recorrer el lector. A veces a un epígrafe lo acompaña otro para que la iluminación tenga mayor intensidad. Cuando son más de dos, es momento de preocuparse, porque tantos faros en vez de ayudar, enceguecen.

Ninguno de estos casos tiene que ver la novela La última vez (2022) del escritor argentino Guillermo Martínez, porque carece de epígrafes. Sin embargo, tiene por subtítulo “una intriga literaria”, que al lector puede darle algún indicio. Pero la ilustración de un cuaderno de notas que cae al fondo de una piscina es un detalle más que ilustrativo.

Subtítulo e ilustración podrían ser los epígrafes innecesarios, porque al final de cuentas el lector se encontrará con citas, personajes y obras en una ficción que funciona como un reloj.

Esta es la historia inconclusa, literariamente hablando, de un crítico literario y un “escritor argentino abrumadoramente famoso” que se llama A. Es necesario acotar que Guillermo Martínez es matemático y el narrador de la novela, también. Si no fueran matemáticos, el escritor se llamaría X. 

Antes de llegar a esta novela de intriga literaria, Martínez obtuvo en 1989 el premio del Fondo Nacional de las Artes por el libro de cuentos Infierno grande. En 2003 gana el Premio Planeta Argentina con la novela Crímenes imperceptibles, que en 2008 fue llevada al cine por el español Alex de la Iglesia bajo el título Los crímenes de Oxford. A partir de la exhibición de este film, las ediciones posteriores del libro pasaron a tener el título de la película. También ha sido merecedor del Nadal de novela 2019 por Los crímenes de Alicia.

La novela La última vez no tiene por referente la canción de un tango o milonga como sugiere el título, aunque podría tener sentido por las tribulaciones de A debido a la incomprensión de los lectores de sus libros. Sin embargo, es el cuento “La próxima vez” (1895), de Henry James, que presenta como un juego de sus personajes y también de palabras.

Otro de los autores, entre muchos que refiere la novela y que el lector podrá disfrutar cómo el narrador va desenredando los acertijos literarios, es el escritor chileno José Donoso con la novela El jardín de al lado (1981). De esta toma el personaje de la agente literaria Nuria Monclús y menciona a Marcelo Chiriboga, un escritor ecuatoriano ficticio que forma parte del boom latinoamericano.

Así como Donoso juega en El jardín de al lado con “¿novela-documento que, aunque ya rechazada una vez por la formidable Nuria Monclús, yo estaba seguro de poder transformar en una obra maestra superior a esa literatura de consumo, hoy tan de moda, que ha encumbrado a falsos dioses como García Márquez, Marcelo Chiriboga y Carlos Fuentes?”.

También Martínez hace lo propio en La última vez: “A la pregunta de cuál era su autor favorito entre los del boom, A había respondido, como una boutade, que Marcelo Chiriboga, «aunque no tanto por La línea imaginaria, que le parecía sobrevalorada”.

Entre los escritores del boom se encuentra Donoso por su novela El obsceno pájaro de la noche, que en La última vez, se menciona tangencialmente en la descripción de la esposa de A: “Sobrevivía sin embargo, impúdica, desatada, como la única pasión en pie, la exaltación sexual, el obsceno pájaro de la noche”.

Entonces, como lectores dejamos de ser pasivos —diría Julio Cortázar— y nos convertimos en detectives literarios, ya que de intriga se trata la novela. Vamos a la búsqueda de la obra de José Donoso y el epígrafe resulta ser de Henry James.

Pareciera que todo cobra sentido si tomamos por cierto que los libros de los autores, como los de A, tienen patrones que se repiten, “aunque de formas ligeramente distintas: a veces es dos más dos más tres, a veces es cinco más dos, a veces es tres más cuatro”.

La literatura, como la de Guillermo Martínez, contienen fórmulas imperceptibles. Ricardo Piglia en una entrevista, cuando recibió el Premio Rómulo Gallegos en 2011, dijo que los patrones eran comparables con “ciertas reiteraciones de motivos en la música”. Son como las repeticiones de Charlie Parker que surgen como improvisaciones, porque tocaba como si fuera la última vez.

Satélite llamando a control

El tiempo es imprevisible cuando se escribe desde la literatura con miras a plantear el futuro. Tomemos por caso ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? que se publicó en 1968. Era en la época en que Phillip K. Dick escribía cuatro novelas al año para sobrevivir. Lo que menos esperaba PKD es que esta obra sobreviviera y llegara a 1992, el tiempo en que transcurre la historia de la novela.

Los cuentos recogidos en Ciencia-ficción venezolana que compiló Julio Miranda en 1979 para la edición dominical del Diario de Caracas, Libros de Hoy, no sufren el “Síndrome de Fecha de Caducidad”, puesto que los autores que forman parte de la antología omitieron poner días, meses y años a sus historias.

Para algunos el futuro es cercano, para otros es un tiempo que solo se expresa mediante máquinas o seres con una lengua más que extranjera, ¿sideral?, pero tiene como referente los neologismos típicos de quien está creando y nombrando al mismo tiempo. 

Diez son los escritores que participan en la antología Ciencia-ficción venezolana y todo parece indicar que Julio Garmendia es precursor en este género en Venezuela por el cuento “La realidad circundante”, publicado en La tienda de muñecos (1927).

Un año antes de la publicación del libro de Garmendia, el director de la revista estadounidense Amazing Stories, Hugo Gernsback, define a esta corriente literaria, que comenzó el siglo pasado, como ciencia ficción.

El término comenzó a tener mayor cuerpo décadas después, pero en la antología de Miranda, entre el primer texto y los demás, hay un salto de 40 años y se encuentran cuentos de los autores David Alizo, Francisco de Vennanzi, José Balza, Luis Britto García, Humberto Mata, Pascual Estrada, Ednodio Quintero, José Gregorio Bello Porras y Armando José Sequera.

Esta publicación fue rescatada por El Perro y la Rana en una edición bifronte con la antología Cuentos fantásticos venezolanos, también realizada para Libros de hoy, en 1980.

Ambas ediciones contaron con una presentación de Julio Miranda y es un hecho singular, literariamente hablando, que Julio Garmendia, Ednodio Quintero y Humberto Mata participen en ambas antologías aunque correspondan a diferentes corrientes literarias. El caso emblemático es el de Garmendia que los cuentos que se presentan en ambas antologías pertenecen a La tienda de muñecos.

También participan con literatura fantástica José Rafael Pocaterra —considerado precursor del género fantástico en Venezuela por “La ciudad muerta”, publicado en Cuentos grotescos (1922)—, Arturo Uslar Pietri, Andrés Mariño Palacio, Alfredo Armas Alfonzo, Pascual Estrada, Gabriel Jiménez Emán, Francisco Massiani y Earle Herrera.

En esta antología se percibe la continuidad y constancia de una corriente literaria que, más allá de la discusión de si es literatura fantástica o como se le denominó en latinoamérica: realismo mágico o real maravilloso, formó la base literaria de buena parte de nuestra literatura.

Aunque son cuentos lo que se presentan en estas antologías, a diferencia de la narrativa fantástica, las publicaciones de ciencia ficción no generaron un movimiento literario y pareciera que sus escritores tampoco tenían interés en ello. Se desconoce si los lectores buscaron con fruición las novedades nacionales y a estas alturas pasaron a ser “libros raros”.

La literatura fantástica tampoco generó movimiento literario alguno, como sí lo hicieron los poetas y pintores —en donde también participaron  narradores—, algunos con criterios políticos y estéticos, pero siempre políticos aunque no quieran expresarlo directamente. 

Julio Miranda parte de la necesidad de mostrar la variedad de temas abordados por los autores que hasta ese momento sobresalieron con la publicación de sus libros o por los premios literarios, como el Casa de las Américas en 1970 para Rajatabla, de Luis Britto García, donde entre los temas realidad, sociedad, política e imaginación, no hay contradicción.

Pasado el tiempo, como reza una salsa de Ismael Rivera, decimos sobre estas corrientes literarias: “Satélite llamando a control…” ¿No responde?

El mundo entero es una pecera

Existen tantos libros, muchos más que autores, que cuesta estar al día con las novedades literarias. Si se planifican las lecturas, a principios de octubre todo puede cambiar porque se revela el Premio Nobel de Literatura, más si se desconoce al autor o autora que se lleva el galardón de la academia sueca, como fue el caso de este año.

Han Kang, escritora surcoreana de 53 años, fue la ganadora de 2024 “por su intensa prosa poética que confronta traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana”, reza el veredicto.

El jurado esgrimió que Kang “tiene una conciencia única de las conexiones entre el cuerpo y el alma, los vivos y los muertos, y en su estilo poético y experimental se ha convertido en una innovadora de la prosa contemporánea”.

El veredicto no menciona ningún título en particular de la escritora surcoreana, pero hace un guiño al anunciar que su obra “confronta traumas históricos” y “conjuntos de reglas invisibles”.

Después de leer Actos humanos, de Han Kang, no queda la menor duda de que se refieren a este libro publicado hace 10 años en Corea del Sur, en los días en que se cumplieron 34 años de la masacre en Gwangju, que es el tiempo y los sucesos que refiere la novela.

Aunque también alude al presente de ese país, porque la violencia sistemática instaurada mediante las dictaduras durante 45 años, entre 1948 y 1993 —bajo la venia y apoyo de los gobiernos de Estados Unidos—, todavía se mantiene intacta.

En 1959, mientras en Corea del Sur padecían a Syngman Rhee, su primer dictador; en Italia, Italo Calvino publicaba sus “respuestas a nueve preguntas sobre la novela”. Una de ellas plantea si “es posible reconstruir acontecimientos y destinos que no sean puramente individuales, y fuera del tiempo histórico”, a lo que contestó con una sola oración: “La novela histórica puede ser un excelente sistema para hablar del presente y de uno mismo”.

Desde la ficción Han Kang escribe sobre una masacre sin pretender hacer novela histórica, aunque pensemos que efectivamente pertenece a ese género, porque también se planta en el presente y mientras habla en segunda persona, interpela al lector o al personaje de la obra; al que se “salvó” de las torturas, porque está muerto o no sabe que va a morir.

Entonces, uno es un alma leyendo la historia de aquellas que no quieren despegarse de los cuerpos inertes de los asesinados ese 18 de mayo de 1980, de los que cayeron antes y después por reclamar unos derechos que han sido proclamados universalmente y que actualmente están impresos en papel desechable. 

¿A dónde estaba mirando el mundo cuando en Corea del Sur se estaba masacrando a su pueblo? ¿Qué pasó en 1980 que a nadie le importó esos muertos? Y acto seguido, décadas después, le limpiaron la cara como si fuera un país idílico, con un supuesto milagro económico que es capaz de exportar su baile de K-Pop como si allí no hubiese pasado nada.

El británico Simon Johnson, uno de los ganadores del Nobel de Economía 2024, en entrevista transmitida por Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), afirmó que “Corea del Sur comenzó siendo un país pobre tras la Segunda Guerra Mundial y, al principio, era bastante autoritaria”. 

“No fue un camino fácil”, admite el Nobel en Economía, porque los asesinatos y masacres para quienes ven cifras y cuadros, al fin de cuentas, son daños colaterales.

Han Kang le responde a Simon Johnson, si este se dignara a leer Actos humanos —y no tendría por qué creerle, porque en la edición en inglés, en la portada especifica que es “una novela”, es decir, ficción—: “Hay recuerdos que no cicatrizan nunca. Pasa el tiempo y la memoria no se difumina, sino que queda únicamente ese recuerdo y todos los demás se van borrando”.

Johnson y Kang seguramente se cruzarán en la celebración del Nobel cuando reciban el premio. Él vestirá de etiqueta, pensando en sus teorías para el “progreso” y el papel de la tecnología en la sociedad; mientras ella, acompañada de todas las almas de su pueblo, podrá exclamar como un personaje en Actos humanos: “¡El mundo entero es una pecera!”.

Periodismo que recupera memoria

El reportaje es considerado el género mayor en el periodismo, puesto que en él se reúnen los demás géneros de este “oficio”, como dijo Gabriel García Márquez. Además, en la medida en que se permite ciertas licencias a la hora de concebir el texto, es lo más cercano a la literatura en la manera de exponer los hechos. 

Fue por esa vía como entró en escena el llamado “Nuevo Periodismo”, que a ciertos escritores —aunque no es una regla— les da ventaja a la hora de escribir historias que no son de ficción. De hecho, los que lo fundaron dictaron cátedra. 

Tomás Eloy Martínez consideraba que el Nuevo Periodismo nació en Venezuela. Podemos mencionar al escritor Enrique Bernardo Núñez como antecedente a este género, quien después publicar las novelas Sol interior (1918), Después de Ayacucho (1920), Cubagua (1931) y La Galera de Tiberio (1938), se destacó en la prensa nacional entre 1943 y 1945, con los textos que luego compusieron el libro Orinoco y Tres momentos en la controversia de límites de Guayana.

Núñez se alejó de la ficción y se dedicó a escribir historias de nuestra historia —sin desligarse del periodismo— mientras revisa y reescribe Cubagua y La Galera de Tiberio, sus “novelas eternas”. 

“Desearía escribir una nueva versión de Cubagua, de igual modo que a veces nos viene el deseo de hacer una nueva versión de la vida”, escribió en 1959.

Convencido de que “la historia es la conciencia de los pueblos”, escribió para El Universal, en 1942,un artículo de opinión que tituló “Historia contemporánea”, en donde expresó que “se ha decidido que no haya historia de los últimos tiempos. La historia contemporánea viene a ser zona prohibida. […] sabemos poco acerca de la historia de nuestro país en los últimos cuarenta o cincuenta años por lo menos.Lo sabemos de un modo vago”.

Bajo la premisa de recuperar nuestra memoria están escritas El hombre de la levita gris —que explora un momento crucial en el periplo vital de Cipriano Castro—, Orinoco (Capítulo de una historia de este río) y Tres momentos en la controversia de límites de Guayana, entre otros escritos. Hoy, Orinoco y Tres momentos… se publican juntos en edición preparada por Alejandro Bruzual.  

Núñez consideraba que la “ignorancia retarda nuestro progreso e impide una noción clara de hombres y hechos de nuestra historia. Nuestra misma vida particular se resiente de tal ignorancia. […] Escribir de historia contemporánea es penoso, no hay duda, pero necesario. No pueden quedar esas lagunas en la historia de nuestro país”.

Orinoco (Capítulo de una historia de este río) es un texto que se lee como si fuera un cuento y así fue considerado, al punto que fue impreso en 1991 conjuntamente con la novela Cubagua en la Biblioteca Popular Venezolana, bajo la coedición del Ministerio de Educación y la Academia Nacional de la Historia.

Hay que adentrarse en la historia para comprender nuestro presente. Es por ello que Núñez no escatima en sumergirse en documentos y diarios de piratas y personajes que representan los intereses imperiales para demostrar los derechos de Venezuela.

Orinoco está escrito como si fuera una novela de aventuras —que aunque hay piratas, pues no es de aventura— y Tres momentos en la controversia de límites de Guayana, una historia de intrigas —que efectivamente lo es, pero en donde el ejercicio del poder imperial de la época jugó perversamente con un laudo arbitral en Paris, el 3 de octubre de 1899, hace exactamente 125 años—.

El interés por Venezuela era evidente. No es casual que un año antes se haya publicado El soberbio Orinoco, del escritor francés Julio Verne, justo en el país en donde la Doctrina Monroe hizo que se firmara el fraudulento laudo arbitral que adjudicó nuestra Guayana a la corona Británica.

Recientes son las obras en donde nuestros ríos y mares son parte del imaginario con filibusteros, entre ellos, Pirata, de Luis Britto García, e Historia del señor Cody, de Benito Yrady.

Así como es referencia en el periodismo Enrique Bernardo Núñez, también es vital y literaria para quienes quieran pisar los terrenos de la historia y la ficción venezolana.

El retorno a la historia y la ficción

La historia está allí. Es pasado y presente en la medida en que se nombra, de otra forma es olvido. Esto último, es algo que los colonizadores quieren que suceda. Que se olvide que se impusieron a sangre y fuego y que tan solo nos dejaron modos de vida y lenguaje.

Carlos Fuentes en entrevista con Joaquín Soler Serrano resume que “el lenguaje sostiene al poder, el lenguaje es la cultura, es comunicación, es memoria o es olvido”. 

Historia y lenguaje están intrínsecamente relacionadas. Continúa Fuentes: “…el hecho de escribir novelas está íntimamente ligado al acto de la memoria […]. Para mí, el problema como hispanoamericano es recordar todo lo no dicho por la historia; es rescatar del silencio casi cuatro siglos de nuestra historia, pues creo de la manera más profunda que un individuo (o un pueblo) sin un pasado vivo no puede tener un presente vivo ni un futuro viable”.

Traigo a colación al escritor Carlos Fuentes porque desde México recientemente se conoció que un autor nacido en Mozambique se alzó con el Premio de Literatura en Lenguas Romances 2024 que otorga la FIL Guadalajara —desde 1991 hasta 2005 se conocía como Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo—. 

Se trata de Mía Couto, quien ha dedicado buena parte de su literatura a la historia de su país desde la ficción. Mozambique hasta 1974 fue colonia de Portugal.

A propósito de este premio nos acercamos a algunas de las historias de Africa y, en específico, de Mozambique. Su más reciente novela, El mapeador de ausencias (2020), podría considerarse que es la historia del retorno tantas veces contada, desde La odisea hasta nuestros días, solo que esta vez el retorno no es sólo a un espacio geográfico, sino a la memoria, a contar el tiempo que el narrador no puede —ni quiere, ni debe— olvidar.

“La historia, en otras palabras, no es una máquina de calcular. Brota en el pensamiento y en la imaginación y toma cuerpo en las respuestas de la cultura de un pueblo”, sostiene el escritor británico Basil Davidson. 

Bajo similar premisa Couto despliega sus ars poética y narrativa en El mapeador de ausencias, en donde prevalece la visión mozambiqueña, la forma de ver la vida que algunos estudiosos de la literatura llaman “realismo mágico”. Pero Mia Couto afirma que en su país se vive un “realismo real”.

“Mozambique existe porque es un gran productor de historias. Y estas surgen de la confrontación y la convivencia de diferentes culturas, pueblos, naciones, religiones… que para poder trenzarse en armonía de fronteras tienen que presentarse, construirse en personajes. Y a partir de esos fragmentos, poder producir la gran epopeya nacional”, asegura Couto.

El autor ha obtenido el Premio Camões en 2013 y sus novelas Tierra sonámbula (1992) y El vuelo del flamenco (2000) han sido llevadas al cine.

Es biólogo, periodista y escritor que transita por los géneros de poesía, cuentos y novela. Desde temprana edad fue parte de la construcción de la Agencia de Informativa de Mozambique, una vez independizado de Portugal.

En El mapeador de ausencias se mezcla la poesía en frases de los personajes y epígrafes con los sueños y cartas, informes y personajes que vivieron en otros tiempos y los que extrañamente sobrevivieron, sin que el lector se pierda en la narración de la historia.

No puede faltar el desencanto por los cambios que no se realizaron a raíz del triunfo del Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo), lo que nos hace pensar que la FIL Guadalajara no da puntada sin dedal ya que la organización de la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Guadalajara ha tenido diversas controversias con el actual mandatario Andrés Manuel López Obrador.

Una vez terminada la lectura me asaltó la canción del grupo de rock mexicano El Tri:

Ella existió solo en un sueño
Él es un poema que el poeta nunca escribió
En la eternidad los dos
unieron sus almas para darle vida
a esta triste canción de amor.

La novela de Mía Couto no es de amor, no es triste, ¿o sí?

Colofón: “No es triste la verdad, lo que no tiene es remedio” (Serrat).

El tiempo de los sueños perdidos

Es la época en que la velocidad es parte esencial de nuestras vidas. Demorar más o menos en hacer una u otra cosa, pero mientras más rápido se realice lo que hay que hacer, es lo que está impuesto.

El libro y la lectura han logrado mantenerse a flote y navegar en esta vorágine en competición con todos los artilugios de los juegos y videojuegos, radio, TV y cine, pero ha topado con un nuevo actor —hace ya un par de décadas atrás—, que a su vez son múltiples: las redes, que más que sociales, son digitales. 

Las redes han hecho que las comunicaciones generen vértigo sobre los procesos que se concretan en la realidad —incluso, en la irrealidad—, por tanto los individuos no leen por el mero acto de comprender o placer, sino que visualizan con el propósito de consumir. Ahora, todo pareciera ser más sencillo, pero sutilmente más complicado, aunque sea grotesco.

Antes de que feneciera el siglo XX, Italo Calvino generó unas propuestas para este milenio a propósito de unas cátedras de literatura. Para él la velocidad no era “un valor en sí”, puesto que “el tiempo narrativo puede ser también retardador, o cíclico, o inmóvil. En cualquier caso el relato es una operación sobre la duración, un encantamiento que obra sobre el transcurrir del tiempo, contrayéndolo o dilatándolo”.

La novela de Wilfredo Machado, El pez de los sueños (Monte Avila Editores Latinoamericana, 2022), me ha traído a colación esta reflexión del literato italiano a propósito de los nuevos aditamentos a las realidades de este milenio, en donde buena parte de la población, la que está conectada, está enredada sin comprender por dónde viene la red y, a veces, sin escapatorias cuando no hay voluntad de escapar.

En la novela de Machado, que en una apuesta a las narraciones fantásticas, la ficción como los sueños se internan unos a otros en sí mismos, sin importar los espacios temporales, y lo que pareciera que ocurrió, fue sólo imaginación o un sueño.

En otras palabras, “espacio y tiempo, ficción y narración, experiencia y fantasía, verdad y falsedad, realidad y representación literaria, son sometidos a diversos trastocamientos, en los que presentimos que la reflexión sobre las paradojas de la ficción prevalece sobre la representación misma”.

La cita anterior corresponde a un análisis que hizo el escritor argentino Juan José Saer sobre la novela Para una tumba sin nombre, de Juan Carlos Onetti, que muy bien le calza a El pez de los sueños aún siendo disímiles en la historia y la extensión.

Al final, entre todos escriben un solo libro, diría Jorge Luis Borges.

Solo que para Wilfredo Machado las historias no culminan, se mantienen a través de los sueños, el mar y el fuego, las palabras y la acción poética. Perseguir una diosa y perderse en una isla para construir un mito que ha sido revelado para quien narra, sin testigos que puedan dar fe o certezas.

En El pez de los sueños las alucinaciones se confunden con los sueños y viceversa. La búsqueda de lo que no se logra alcanzar se convierte en mito en la medida en que se nombra o sueña. 

El psicólogo estadounidense Rollo May sostuvo que los mitos son necesarios y que buena parte de la violencia en su país se debe a la desaparición de los grandes mitos. La presencia de estos en el imaginario de los jóvenes puede ayudarlos a relacionarse con el mundo o a comprenderlo.

“El mito es el sueño colectivo y el sueño el mito privado”, aporta el escritor Joseph Campbell, que compagina con lo expresado por May y abona al terreno de la imaginación.

La literatura fantástica permite, como cualquier otro género, que los lectores ocupen parte de las neuronas en pensar nuestras realidades a partir de la creación de otros mundos, restándole valor a la velocidad de vivir.

Es difícil que alguien se pierda en una isla a no ser que los que manejan los algoritmos —ya que hablamos también de redes— decidan que la isla se pierda, desaparezca.

“Perderse juntos no es perderse”, nos recuerda el poeta Carlos Angulo. Incluso en las historias infinitas de El pez de los sueños, de Wilfredo Machado. Algún destino le depara al escritor o al lector en sus páginas.

Contadores de historias en tiempos de IA

Los títulos de los libros son claves para que el lector se sienta atraído ante demasiados libros que no hacen más que acrecentar día a día y ocupar los anaqueles de las librerías y bibliotecas.

La inteligencia artificial (IA) ha generado hermosas imágenes de sitios atiborrados de libros en espacios públicos insólitos que suponen lugares idílicos; pero también se han construido bibliotecas que son especies de aljibes y torres en donde es mejor no tomar ningún libro, no vaya a ser que esta se desplome.

Lo que predomina es el cromatismo que da forma plástica por los diferentes grosores de los lomos de los libros. Enfrentarse ante tantos libros es como estar en una estación del metro en la hora de mayor tránsito de pasajeros. 

El título de un libro es como una dirección, un destino que se escoge sin que se sepa exactamente con lo que se va a encontrar, porque los lectores son transeúntes, turistas que visitan lugares. A veces equivocan los destinos; pero también están quienes consiguen lo que andan buscando o sin buscarlo consiguen la lectura que les permite vivir otras vidas. 

Gustave Flaubert en carta a Mlle de Chantepie, le escribió “leer para vivir”. La lectura también permite recibir o confirmar conocimientos, reflexionar o, simplemente, abstraerse de la cotidianidad.

Supongo que a nadie se le ocurriría querer vivir la vida de La contadora de películas, novela del escritor chileno Hernán Rivera Letelier. Autor que construye personajes determinados por el título de la novela y, por tanto, a la anécdota con tintes melodramáticos, sarcásticos y nostálgicos.

Una niña, la menor de varios hermanos, se convierte en la elegida para contar las películas debido a que la pobreza de la familia no permite a todos ir al cine. Al parecer, el vino es más barato que las entradas al cine porque siempre hay una botella para que el padre se embriague y calme sus penas por el abandono de la esposa.

Parece una historia cándida, pero como todos los filósofos saben, la vida tiene también su dialéctica y detrás de ella hay una realidad atroz. La pobreza en La contadora de películas es una herropea que marca el destino de la esclavitud sin esperanza.

Rivera Letelier trabaja con maestría la nostalgia y el escenario desolado de la pampa chilena. Los presenta como lugares de olvido y olvidados. El salitre los hace áridos de alma, con personajes que tienen que huir, acostumbrarse a tanta cicatriz en la vida o a la locura.

Su primer libro de novelas, La Reina Isabel cantaba rancheras, le trajo los primeros premios literarios y tras ellos, títulos que fueron adaptados al teatro o llevados al cine, entre ellos, recientemente, La contadora de películas. En 2010 obtiene el Premio Alfaguara de Novelas por El arte de la resurrección y 12 años después el Premio Nacional de Literatura de Chile.

Sin duda, hay un manejo extraordinario en titular sus novelas, aparte de las nombradas están Los trenes se van al Purgatorio, Canción para caminar sobre las aguas y El escritor de epitafios.

Ante tantos libros, un buen título es por lo menos un mensaje en una botella, aunque sean ficciones que retratan realidades, especialmente en estos tiempos en que también las películas se reproducen como los libros —y a veces con historias de estos—.

Gabriel García Márquez dijo que quería ser recordado como el autor de El amor en los tiempos del cólera, sólo que esencialmente se le nombra por el libro con final desesperanzador, el que lo llevó a la fama y a ganar el premio Nobel de Literatura. 

Cien años de soledad próximamente será un seriado de las plataformas de streaming y el lector dejará de imaginar cómo son los Buendía, Remedios La Bella y Úrsula Iguarán. Aunque con el surgimiento de la Inteligencia Artificial, que ha venido a darle una estocada a ciertos oficios y artes, se pueden tener algunas pistas de las fisionomías de estos personajes.

Cuando Rivera Letelier publicó La contadora de películas (2009) planteó los cambios surgidos con la aparición de la televisión, que terminó con el oficio de la protagonista de su novela. Ahora, ¿sobrevivirán los contadores de historias en tiempos de Inteligencia Artificial?

La educación sentimental

Gustave Flaubert suplicó que no leyeran La educación sentimental “como los niños: por diversión; ni por instrucción, como los ambiciosos. Leedla para vivir”. Seguramente más de un lector se ha tomado en serio aquello de leer para vivir, sobre todo cuando leer es la opción de vivir otras vidas, en otros mundos.

La novela Si tú me miras, de Laura Antillano, tiene que ver con el axioma antes expuesto. Escrita y editada inicialmente con el propósito de ser “literatura juvenil”, es más bien una historia que puede ser tanto ficción como real, éticamente reconfortante al intentar resolver los conflictos de una familia que se corresponde con las actuales: hijos con padres divorciados y padres ocupados por el trabajo.

El móvil de unas hijas menores de edad preocupadas porque su madre consiga una pareja es quizás la aventura que propone la novela en donde se mezcla poesía, canciones pop y crónicas de un pasado que parecieran ser actuales.

En las sagradas escrituras se afirma que todo está escrito, sin embargo, las historias vuelven una y otra vez a contarse. Esta vez, en Si tú me miras, el telón de fondo es el mar que contiene el secreto y misterio del origen de la vida. Pero también posee leyes y Laura Antillano nos la presenta en las diferentes dimensiones, en las que corresponden con el acto de la vida.

Cada vez que leo sobre el mar no sé por qué la memoria me trae el poema “Escrito con Cernuda”, del mexicano Juan Domingo Argüelles:

Desde que tengo el mar ya no pienso en el cielo.
El mar es infinitamente más perdurable; en todo caso
El mar es más certero y en él los ángeles se ahogan
Con el obvio perjuicio para la castidad. El cielo,
En cambio, ya no tiene misterio; su perfección
Lo ha hecho sólo habitable para los santos
O los imbéciles; sobre todo hoy sabemos
Que no existen los cantos celestiales: el Apolo 14
No los oyó. Desde que tengo el mar solo pienso en el mar.
El mar es un olvido, una canción, un labio;
El mar es un amante, fiel respuesta al deseo.
Es como un ruiseñor, y sus aguas son plumas.
Impulsos que levantan a las frías estrellas…

A veces la memoria es capaz de colarnos historias que necesariamente no son las que buscamos y comenzamos a sacar cuentas de cómo van envejeciendo las canciones, los libros, la películas.

La educación sentimental es considerada, siglo y medio después, como una “obra deslumbrante, dotada de una clarividencia tan penetrante respecto a nuestra sociedad contemporánea como a la de 1840, es un relato que, milagrosamente, no ha envejecido ni un ápice y cuya intensidad crítica se hace más profunda a cada nueva lectura”, afirma Hermenegildo Giner de los Ríos.

La obra de Flaubert comienza con un personaje que tiene 18 años de edad, los mismos que posee en este momento la novela Si tú me miras. Apenas cumple la mayoría de edad desde su aparición y la autora no pretende abordar una historia como la del escritor francés, si no acercarse a su tiempo —principios de este milenio— y hacer pulso con los momentos políticos vividos.

Su mirada es íntima, como buena parte de su obra, diría el crítico Douglas Bohórquez. Nada es añejo para Laura Antillano y lo que es pasado lo rescata como valor simbólico para sostener una historia cotidiana que se alimenta de las sorpresas del conocimiento y de alguna manera le rinde tributo a los saberes sobre el mar y los seres que forman parte de ese ecosistema, mientras retrata la educación de unas jóvenes que han decidido tener pasos propios, pero que aún necesitan guías de sus padres.

Aún recuerdo las discusiones que sostenía con mi padre cuando uno ya no era un muchacho y sostenía una familia con hijos. A veces no lograba comprender las discusiones y por qué se desataban hasta que vi la película canadiense Las invasiones bárbaras. Ella dio con la clave sentimental en medio de los avances de la derecha y el neoliberalismo en el mundo: mi padre siempre será mi padre y por más que yo tenga razón, seré su hijo.

La lección de Si tú me miras es el valor sentimental, íntimo, de Laura Antillano que no pretende educar a una generación, sino retratarla.

Ficciones en la literatura erótica

Comenzaba a correr el año 2003 cuando el editor Leonardo Milla me invitó a almorzar a un restaurant en Sabana Grande. Era la época en que yo dirigía una editorial y librería virtual que se llamó Comala.com. En medio del almuerzo, después de conversaciones típicas de editores y antes de la sobremesa, me dice que quiere crear una colección y un premio de literatura erótica.

Para Milla era el momento propicio para lanzar este concurso literario debido a que en 2002 el Premio La Sonrisa Vertical, de la editorial Tusquets, el fallo fue desierto y tenía información de primera mano de que no continuaría por la poca calidad literaria. Así que me propuso que dirigiera la novísima colección para Alfadil y que participara en el jurado como presidente.

El premio, que se llamó Letra Erecta, tuvo tres ediciones y los ganadores fueron la cubana Vivian Jiménez, el español José Luis Muñoz (Premio Sonrisa Vertical, 1990) y el peruano-venezolano Jorge Gustavo Portella. La colección logró tener las firmas de Denzil Romero con La esposa del Dr. Thorne (Premio La Sonrisa Vertical, 1988) y Ana Teresa Torres con su novela La favorita del Señor (finalista del Premio La Sonrisa Vertical, 1993). También entró en el catálogo Israel Centeno con La casa del dragón (2004).

En la última edición del premio una escritora pidió la valoración de por qué no había logrado alguna distinción. El certamen era bajo seudónimo y los manuscritos debían ser inéditos, pero reveló su autoría al enviar la petición a través de un correo electrónico. Este no fue respondido porque no estaba estipulado en las bases, pero a los días insistió con una llamada telefónica a la gerente editorial de Alfadil pidiendo explicaciones.

Mi respuesta a la Gerente, si mal no recuerdo, fue que para que una novela erótica sea considerada como tal, primero tiene que ser novela y luego erótica. No pongo comillas porque perdí el correo, pero es algo que puedo sostener en cualquier momento. “Soy de pocas ideas, pero fijas”, como decía el matemático Frank Baíz Quevedo.

Traigo a colación esta historia personal porque en la víspera de la Feria del Libro de Madrid, Rosa Montero promocionó por las redes sociales el libro de una autora que ha logrado fama con la literatura erótica: “Si queréis comprar una novela magnífica, os aconsejo que compréis La tarde que Bobby no bajó a jugar, de la cubana-portorriqueña Mayra Montero (nada que ver conmigo pese al apellido) que es un libro fabuloso, que además de ser literariamente buenísimo está basado en la realidad, en una historia increíble del tremendo ajedrecista Bobby Fisher. Os va a encantar, os lo aseguro”.

Mayra Montero (1952) fue finalista del premio La Sonrisa Vertical  en 1991 con La última noche que pasé contigo, pero en 2000 logra alzarse con el premio con Púrpura profundo. Antes de aparecer su más reciente novela, publicó entre otras, una novela histórica sobre Francisco de Miranda, El caballero de San Petesburgo.

La tarde que Bobby no bajó a jugar ha sido publicitada como una historia real. Supuestamente la autora guardó el secreto hasta que desaparecieran físicamente su madre; pero en especial, su esposo. El secreto tan bien guardado confirma que el morbo no escapa ni siquiera al mercado editorial español.

La novela está escrita extraordinariamente bien, como una relojería suiza, en donde además, tenía que serlo, puesto que unos relojeros polacos —y sus descendientes cubanos— son parte de la historia con Bobby Fischer, el talentoso ajedrecista, cuando fue a Cuba a la edad de 13 años con su madre a participar en las sesiones de simultáneas en el Club Capablanca, en donde ganó diez partidas y empató dos. En ese año, 1956, comenzó a ser reconocido por el público y la prensa.

La historia transcurre en alternancias con 1966, su segunda visita a Cuba en donde Mayra, bajo el nombre de Miriam en la novela, ha sido utilizada como peón del tablero de ajedrez puesto que el personaje, desde sus 14 años critica a la revolución cubana, pero idealiza el entramado en que ella estuvo sometida e idealiza una supuesta relación amorosa. La abuela y escritora Mayra Montero, sin ser diestra en el juego del ejército, hizo jaque al ajedrecista estrella de Estados Unidos, a quien ahora algunos lectores no verán con los mismos ojos.

Benito Yrady y la novela del petróleo

Existía la leyenda de que el petróleo no había llegado a la novela venezolana. Las páginas literarias hace más de 50 años atizaban esta ausencia o baja producción literaria frente a las novelas sobre la dictadura gomecista o perezjimenista.

El ensayista Gustavo Luis Carrera en su libro La novela del petróleo de Venezuela, publicado en 1971, afirma categóricamente que cinco novelas petroleras son las “propiamente dichas”: Mancha de aceite (1935), de César Uribe Piedrahíta; Mene (1936) y Casandra (1957), de Ramón Díaz Sánchez; Guachimanes (1954), de Gabriel Bracho Montiel, y Oficina N° 1 (1961), de Miguel Otero Silva.

Algunas otras novelas mencionan el petróleo, su paisaje o las relaciones que se impusieron con las transnacionales petroleras y el gobierno estadounidense, sin embargo no poseían suficientes grados API como para considerarlas de novelas del petróleo.

Antes de finalizar esa década, Benito Yrady, un joven escritor nacido en El Tigre, aparece en la escena literaria con el libro de cuentos, que tangencialmente toca el petróleo, Zona de tolerancia (1978), y luego, prácticamente, el autor desaparece de este escenario para ocuparse en cuerpo y alma a lo que llaman la “gerencia cultural”. Se ganó por un lado, y por otro, se acumularon conocimientos de los saberes de un pueblo tan variado en su cultura.

Pasaron más de cincuenta años, pero la escritura y la literatura siempre estuvieron allí, en Benito Yrady, a la espera de su turno. Hasta que llegó la pandemia y la decisión de contar las nostalgias y sueños de unos personajes foráneos que hablan de sus tierras —en donde intervienen James Joyce, Ernest Hemingway, Walt Withman, entre otros—, y de un “país del petróleo”.

La obra en cuestión es la novela Historia del señor Cody (2024), que aparece en el catálogo de Monte Avila Editores en los días en que Benito Yrady es el escritor homenajeado de la 20.ª Feria Internacional del Libro de Venezuela.

En ella se mantiene una relación lúdica entre el lector y narrador. Nos transporta a una lectura de Joyce como si el escritor irlandés hablara y se paseara por este país del petróleo.

A veces pecamos al resumir una obra con una enumeración o descripción que quizás no dice mucho. Ricardo Piglia diría que cada lectura es una perspectiva del lector.

La lectura, y con ella los sueños y la nostalgia, es quizás el recurso literario que nos conduce a historias mínimas que transcurren paralelamente o son causas y consecuencias en la novela Historia del señor Cody. Es “el impulso de tener el hogar en todas partes”, diría el poeta Novalis.

Pero la lectura no es solamente aquella que experimentamos con los libros, sino, también, con historias orales, mitos de nuestros pueblos originarios y, por supuesto, la realidad que enfrentamos constantemente por el simple hecho de vivir. Joyce, uno de los escritores que acompaña toda la novela y a Benito, como lector, se preocupaba por la velocidad en que se lee en los sueños.

“Hay una relación entre la lectura y lo real, pero también hay una relación entre la lectura y los sueños, y en ese doble vínculo la novela ha tramado su historia”, reflexiona Piglia en El último lector para responder en parte “¿Qué es un lector?”.

Pero también existe otra historia, la de la mítica búsqueda de El dorado, que por siglos buscaron colonos de los imperios británicos, españoles y portugueses. La riqueza de variados minerales que no encontraron porque no estaba a simple vista los enloqueció, pero el petróleo, al final, fue el dorado buscado que le dio apellido a un país.

David Cody, según recuerda Oscar Lynch, dijo que “no hay país semejante y tan hermoso” y entre delirios que lo puede confirmar la realidad, exclamó: “¡Como Raleigh también digo que no cubre el sol país tan rico en el mundo! Todo eso lo tiene el verdadero país del petróleo”.

En El hacedor, Jorge Luis Borges incluyó un extenso poema que su comienzo podría ser lo que Benito Yrady logra con la novela Historia del señor Cody: “Nadie puede escribir un libro. Para / que un libro sea verdaderamente, / se requieren la aurora y el poniente, / siglos, armas y el mar que une y separa”.