Periodismo que recupera memoria

El reportaje es considerado el género mayor en el periodismo, puesto que en él se reúnen los demás géneros de este “oficio”, como dijo Gabriel García Márquez. Además, en la medida en que se permite ciertas licencias a la hora de concebir el texto, es lo más cercano a la literatura en la manera de exponer los hechos. 

Fue por esa vía como entró en escena el llamado “Nuevo Periodismo”, que a ciertos escritores —aunque no es una regla— les da ventaja a la hora de escribir historias que no son de ficción. De hecho, los que lo fundaron dictaron cátedra. 

Tomás Eloy Martínez consideraba que el Nuevo Periodismo nació en Venezuela. Podemos mencionar al escritor Enrique Bernardo Núñez como antecedente a este género, quien después publicar las novelas Sol interior (1918), Después de Ayacucho (1920), Cubagua (1931) y La Galera de Tiberio (1938), se destacó en la prensa nacional entre 1943 y 1945, con los textos que luego compusieron el libro Orinoco y Tres momentos en la controversia de límites de Guayana.

Núñez se alejó de la ficción y se dedicó a escribir historias de nuestra historia —sin desligarse del periodismo— mientras revisa y reescribe Cubagua y La Galera de Tiberio, sus “novelas eternas”. 

“Desearía escribir una nueva versión de Cubagua, de igual modo que a veces nos viene el deseo de hacer una nueva versión de la vida”, escribió en 1959.

Convencido de que “la historia es la conciencia de los pueblos”, escribió para El Universal, en 1942,un artículo de opinión que tituló “Historia contemporánea”, en donde expresó que “se ha decidido que no haya historia de los últimos tiempos. La historia contemporánea viene a ser zona prohibida. […] sabemos poco acerca de la historia de nuestro país en los últimos cuarenta o cincuenta años por lo menos.Lo sabemos de un modo vago”.

Bajo la premisa de recuperar nuestra memoria están escritas El hombre de la levita gris —que explora un momento crucial en el periplo vital de Cipriano Castro—, Orinoco (Capítulo de una historia de este río) y Tres momentos en la controversia de límites de Guayana, entre otros escritos. Hoy, Orinoco y Tres momentos… se publican juntos en edición preparada por Alejandro Bruzual.  

Núñez consideraba que la “ignorancia retarda nuestro progreso e impide una noción clara de hombres y hechos de nuestra historia. Nuestra misma vida particular se resiente de tal ignorancia. […] Escribir de historia contemporánea es penoso, no hay duda, pero necesario. No pueden quedar esas lagunas en la historia de nuestro país”.

Orinoco (Capítulo de una historia de este río) es un texto que se lee como si fuera un cuento y así fue considerado, al punto que fue impreso en 1991 conjuntamente con la novela Cubagua en la Biblioteca Popular Venezolana, bajo la coedición del Ministerio de Educación y la Academia Nacional de la Historia.

Hay que adentrarse en la historia para comprender nuestro presente. Es por ello que Núñez no escatima en sumergirse en documentos y diarios de piratas y personajes que representan los intereses imperiales para demostrar los derechos de Venezuela.

Orinoco está escrito como si fuera una novela de aventuras —que aunque hay piratas, pues no es de aventura— y Tres momentos en la controversia de límites de Guayana, una historia de intrigas —que efectivamente lo es, pero en donde el ejercicio del poder imperial de la época jugó perversamente con un laudo arbitral en Paris, el 3 de octubre de 1899, hace exactamente 125 años—.

El interés por Venezuela era evidente. No es casual que un año antes se haya publicado El soberbio Orinoco, del escritor francés Julio Verne, justo en el país en donde la Doctrina Monroe hizo que se firmara el fraudulento laudo arbitral que adjudicó nuestra Guayana a la corona Británica.

Recientes son las obras en donde nuestros ríos y mares son parte del imaginario con filibusteros, entre ellos, Pirata, de Luis Britto García, e Historia del señor Cody, de Benito Yrady.

Así como es referencia en el periodismo Enrique Bernardo Núñez, también es vital y literaria para quienes quieran pisar los terrenos de la historia y la ficción venezolana.

El retorno a la historia y la ficción

La historia está allí. Es pasado y presente en la medida en que se nombra, de otra forma es olvido. Esto último, es algo que los colonizadores quieren que suceda. Que se olvide que se impusieron a sangre y fuego y que tan solo nos dejaron modos de vida y lenguaje.

Carlos Fuentes en entrevista con Joaquín Soler Serrano resume que “el lenguaje sostiene al poder, el lenguaje es la cultura, es comunicación, es memoria o es olvido”. 

Historia y lenguaje están intrínsecamente relacionadas. Continúa Fuentes: “…el hecho de escribir novelas está íntimamente ligado al acto de la memoria […]. Para mí, el problema como hispanoamericano es recordar todo lo no dicho por la historia; es rescatar del silencio casi cuatro siglos de nuestra historia, pues creo de la manera más profunda que un individuo (o un pueblo) sin un pasado vivo no puede tener un presente vivo ni un futuro viable”.

Traigo a colación al escritor Carlos Fuentes porque desde México recientemente se conoció que un autor nacido en Mozambique se alzó con el Premio de Literatura en Lenguas Romances 2024 que otorga la FIL Guadalajara —desde 1991 hasta 2005 se conocía como Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo—. 

Se trata de Mía Couto, quien ha dedicado buena parte de su literatura a la historia de su país desde la ficción. Mozambique hasta 1974 fue colonia de Portugal.

A propósito de este premio nos acercamos a algunas de las historias de Africa y, en específico, de Mozambique. Su más reciente novela, El mapeador de ausencias (2020), podría considerarse que es la historia del retorno tantas veces contada, desde La odisea hasta nuestros días, solo que esta vez el retorno no es sólo a un espacio geográfico, sino a la memoria, a contar el tiempo que el narrador no puede —ni quiere, ni debe— olvidar.

“La historia, en otras palabras, no es una máquina de calcular. Brota en el pensamiento y en la imaginación y toma cuerpo en las respuestas de la cultura de un pueblo”, sostiene el escritor británico Basil Davidson. 

Bajo similar premisa Couto despliega sus ars poética y narrativa en El mapeador de ausencias, en donde prevalece la visión mozambiqueña, la forma de ver la vida que algunos estudiosos de la literatura llaman “realismo mágico”. Pero Mia Couto afirma que en su país se vive un “realismo real”.

“Mozambique existe porque es un gran productor de historias. Y estas surgen de la confrontación y la convivencia de diferentes culturas, pueblos, naciones, religiones… que para poder trenzarse en armonía de fronteras tienen que presentarse, construirse en personajes. Y a partir de esos fragmentos, poder producir la gran epopeya nacional”, asegura Couto.

El autor ha obtenido el Premio Camões en 2013 y sus novelas Tierra sonámbula (1992) y El vuelo del flamenco (2000) han sido llevadas al cine.

Es biólogo, periodista y escritor que transita por los géneros de poesía, cuentos y novela. Desde temprana edad fue parte de la construcción de la Agencia de Informativa de Mozambique, una vez independizado de Portugal.

En El mapeador de ausencias se mezcla la poesía en frases de los personajes y epígrafes con los sueños y cartas, informes y personajes que vivieron en otros tiempos y los que extrañamente sobrevivieron, sin que el lector se pierda en la narración de la historia.

No puede faltar el desencanto por los cambios que no se realizaron a raíz del triunfo del Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo), lo que nos hace pensar que la FIL Guadalajara no da puntada sin dedal ya que la organización de la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Guadalajara ha tenido diversas controversias con el actual mandatario Andrés Manuel López Obrador.

Una vez terminada la lectura me asaltó la canción del grupo de rock mexicano El Tri:

Ella existió solo en un sueño
Él es un poema que el poeta nunca escribió
En la eternidad los dos
unieron sus almas para darle vida
a esta triste canción de amor.

La novela de Mía Couto no es de amor, no es triste, ¿o sí?

Colofón: “No es triste la verdad, lo que no tiene es remedio” (Serrat).

El tiempo de los sueños perdidos

Es la época en que la velocidad es parte esencial de nuestras vidas. Demorar más o menos en hacer una u otra cosa, pero mientras más rápido se realice lo que hay que hacer, es lo que está impuesto.

El libro y la lectura han logrado mantenerse a flote y navegar en esta vorágine en competición con todos los artilugios de los juegos y videojuegos, radio, TV y cine, pero ha topado con un nuevo actor —hace ya un par de décadas atrás—, que a su vez son múltiples: las redes, que más que sociales, son digitales. 

Las redes han hecho que las comunicaciones generen vértigo sobre los procesos que se concretan en la realidad —incluso, en la irrealidad—, por tanto los individuos no leen por el mero acto de comprender o placer, sino que visualizan con el propósito de consumir. Ahora, todo pareciera ser más sencillo, pero sutilmente más complicado, aunque sea grotesco.

Antes de que feneciera el siglo XX, Italo Calvino generó unas propuestas para este milenio a propósito de unas cátedras de literatura. Para él la velocidad no era “un valor en sí”, puesto que “el tiempo narrativo puede ser también retardador, o cíclico, o inmóvil. En cualquier caso el relato es una operación sobre la duración, un encantamiento que obra sobre el transcurrir del tiempo, contrayéndolo o dilatándolo”.

La novela de Wilfredo Machado, El pez de los sueños (Monte Avila Editores Latinoamericana, 2022), me ha traído a colación esta reflexión del literato italiano a propósito de los nuevos aditamentos a las realidades de este milenio, en donde buena parte de la población, la que está conectada, está enredada sin comprender por dónde viene la red y, a veces, sin escapatorias cuando no hay voluntad de escapar.

En la novela de Machado, que en una apuesta a las narraciones fantásticas, la ficción como los sueños se internan unos a otros en sí mismos, sin importar los espacios temporales, y lo que pareciera que ocurrió, fue sólo imaginación o un sueño.

En otras palabras, “espacio y tiempo, ficción y narración, experiencia y fantasía, verdad y falsedad, realidad y representación literaria, son sometidos a diversos trastocamientos, en los que presentimos que la reflexión sobre las paradojas de la ficción prevalece sobre la representación misma”.

La cita anterior corresponde a un análisis que hizo el escritor argentino Juan José Saer sobre la novela Para una tumba sin nombre, de Juan Carlos Onetti, que muy bien le calza a El pez de los sueños aún siendo disímiles en la historia y la extensión.

Al final, entre todos escriben un solo libro, diría Jorge Luis Borges.

Solo que para Wilfredo Machado las historias no culminan, se mantienen a través de los sueños, el mar y el fuego, las palabras y la acción poética. Perseguir una diosa y perderse en una isla para construir un mito que ha sido revelado para quien narra, sin testigos que puedan dar fe o certezas.

En El pez de los sueños las alucinaciones se confunden con los sueños y viceversa. La búsqueda de lo que no se logra alcanzar se convierte en mito en la medida en que se nombra o sueña. 

El psicólogo estadounidense Rollo May sostuvo que los mitos son necesarios y que buena parte de la violencia en su país se debe a la desaparición de los grandes mitos. La presencia de estos en el imaginario de los jóvenes puede ayudarlos a relacionarse con el mundo o a comprenderlo.

“El mito es el sueño colectivo y el sueño el mito privado”, aporta el escritor Joseph Campbell, que compagina con lo expresado por May y abona al terreno de la imaginación.

La literatura fantástica permite, como cualquier otro género, que los lectores ocupen parte de las neuronas en pensar nuestras realidades a partir de la creación de otros mundos, restándole valor a la velocidad de vivir.

Es difícil que alguien se pierda en una isla a no ser que los que manejan los algoritmos —ya que hablamos también de redes— decidan que la isla se pierda, desaparezca.

“Perderse juntos no es perderse”, nos recuerda el poeta Carlos Angulo. Incluso en las historias infinitas de El pez de los sueños, de Wilfredo Machado. Algún destino le depara al escritor o al lector en sus páginas.

Contadores de historias en tiempos de IA

Los títulos de los libros son claves para que el lector se sienta atraído ante demasiados libros que no hacen más que acrecentar día a día y ocupar los anaqueles de las librerías y bibliotecas.

La inteligencia artificial (IA) ha generado hermosas imágenes de sitios atiborrados de libros en espacios públicos insólitos que suponen lugares idílicos; pero también se han construido bibliotecas que son especies de aljibes y torres en donde es mejor no tomar ningún libro, no vaya a ser que esta se desplome.

Lo que predomina es el cromatismo que da forma plástica por los diferentes grosores de los lomos de los libros. Enfrentarse ante tantos libros es como estar en una estación del metro en la hora de mayor tránsito de pasajeros. 

El título de un libro es como una dirección, un destino que se escoge sin que se sepa exactamente con lo que se va a encontrar, porque los lectores son transeúntes, turistas que visitan lugares. A veces equivocan los destinos; pero también están quienes consiguen lo que andan buscando o sin buscarlo consiguen la lectura que les permite vivir otras vidas. 

Gustave Flaubert en carta a Mlle de Chantepie, le escribió “leer para vivir”. La lectura también permite recibir o confirmar conocimientos, reflexionar o, simplemente, abstraerse de la cotidianidad.

Supongo que a nadie se le ocurriría querer vivir la vida de La contadora de películas, novela del escritor chileno Hernán Rivera Letelier. Autor que construye personajes determinados por el título de la novela y, por tanto, a la anécdota con tintes melodramáticos, sarcásticos y nostálgicos.

Una niña, la menor de varios hermanos, se convierte en la elegida para contar las películas debido a que la pobreza de la familia no permite a todos ir al cine. Al parecer, el vino es más barato que las entradas al cine porque siempre hay una botella para que el padre se embriague y calme sus penas por el abandono de la esposa.

Parece una historia cándida, pero como todos los filósofos saben, la vida tiene también su dialéctica y detrás de ella hay una realidad atroz. La pobreza en La contadora de películas es una herropea que marca el destino de la esclavitud sin esperanza.

Rivera Letelier trabaja con maestría la nostalgia y el escenario desolado de la pampa chilena. Los presenta como lugares de olvido y olvidados. El salitre los hace áridos de alma, con personajes que tienen que huir, acostumbrarse a tanta cicatriz en la vida o a la locura.

Su primer libro de novelas, La Reina Isabel cantaba rancheras, le trajo los primeros premios literarios y tras ellos, títulos que fueron adaptados al teatro o llevados al cine, entre ellos, recientemente, La contadora de películas. En 2010 obtiene el Premio Alfaguara de Novelas por El arte de la resurrección y 12 años después el Premio Nacional de Literatura de Chile.

Sin duda, hay un manejo extraordinario en titular sus novelas, aparte de las nombradas están Los trenes se van al Purgatorio, Canción para caminar sobre las aguas y El escritor de epitafios.

Ante tantos libros, un buen título es por lo menos un mensaje en una botella, aunque sean ficciones que retratan realidades, especialmente en estos tiempos en que también las películas se reproducen como los libros —y a veces con historias de estos—.

Gabriel García Márquez dijo que quería ser recordado como el autor de El amor en los tiempos del cólera, sólo que esencialmente se le nombra por el libro con final desesperanzador, el que lo llevó a la fama y a ganar el premio Nobel de Literatura. 

Cien años de soledad próximamente será un seriado de las plataformas de streaming y el lector dejará de imaginar cómo son los Buendía, Remedios La Bella y Úrsula Iguarán. Aunque con el surgimiento de la Inteligencia Artificial, que ha venido a darle una estocada a ciertos oficios y artes, se pueden tener algunas pistas de las fisionomías de estos personajes.

Cuando Rivera Letelier publicó La contadora de películas (2009) planteó los cambios surgidos con la aparición de la televisión, que terminó con el oficio de la protagonista de su novela. Ahora, ¿sobrevivirán los contadores de historias en tiempos de Inteligencia Artificial?

La educación sentimental

Gustave Flaubert suplicó que no leyeran La educación sentimental “como los niños: por diversión; ni por instrucción, como los ambiciosos. Leedla para vivir”. Seguramente más de un lector se ha tomado en serio aquello de leer para vivir, sobre todo cuando leer es la opción de vivir otras vidas, en otros mundos.

La novela Si tú me miras, de Laura Antillano, tiene que ver con el axioma antes expuesto. Escrita y editada inicialmente con el propósito de ser “literatura juvenil”, es más bien una historia que puede ser tanto ficción como real, éticamente reconfortante al intentar resolver los conflictos de una familia que se corresponde con las actuales: hijos con padres divorciados y padres ocupados por el trabajo.

El móvil de unas hijas menores de edad preocupadas porque su madre consiga una pareja es quizás la aventura que propone la novela en donde se mezcla poesía, canciones pop y crónicas de un pasado que parecieran ser actuales.

En las sagradas escrituras se afirma que todo está escrito, sin embargo, las historias vuelven una y otra vez a contarse. Esta vez, en Si tú me miras, el telón de fondo es el mar que contiene el secreto y misterio del origen de la vida. Pero también posee leyes y Laura Antillano nos la presenta en las diferentes dimensiones, en las que corresponden con el acto de la vida.

Cada vez que leo sobre el mar no sé por qué la memoria me trae el poema “Escrito con Cernuda”, del mexicano Juan Domingo Argüelles:

Desde que tengo el mar ya no pienso en el cielo.
El mar es infinitamente más perdurable; en todo caso
El mar es más certero y en él los ángeles se ahogan
Con el obvio perjuicio para la castidad. El cielo,
En cambio, ya no tiene misterio; su perfección
Lo ha hecho sólo habitable para los santos
O los imbéciles; sobre todo hoy sabemos
Que no existen los cantos celestiales: el Apolo 14
No los oyó. Desde que tengo el mar solo pienso en el mar.
El mar es un olvido, una canción, un labio;
El mar es un amante, fiel respuesta al deseo.
Es como un ruiseñor, y sus aguas son plumas.
Impulsos que levantan a las frías estrellas…

A veces la memoria es capaz de colarnos historias que necesariamente no son las que buscamos y comenzamos a sacar cuentas de cómo van envejeciendo las canciones, los libros, la películas.

La educación sentimental es considerada, siglo y medio después, como una “obra deslumbrante, dotada de una clarividencia tan penetrante respecto a nuestra sociedad contemporánea como a la de 1840, es un relato que, milagrosamente, no ha envejecido ni un ápice y cuya intensidad crítica se hace más profunda a cada nueva lectura”, afirma Hermenegildo Giner de los Ríos.

La obra de Flaubert comienza con un personaje que tiene 18 años de edad, los mismos que posee en este momento la novela Si tú me miras. Apenas cumple la mayoría de edad desde su aparición y la autora no pretende abordar una historia como la del escritor francés, si no acercarse a su tiempo —principios de este milenio— y hacer pulso con los momentos políticos vividos.

Su mirada es íntima, como buena parte de su obra, diría el crítico Douglas Bohórquez. Nada es añejo para Laura Antillano y lo que es pasado lo rescata como valor simbólico para sostener una historia cotidiana que se alimenta de las sorpresas del conocimiento y de alguna manera le rinde tributo a los saberes sobre el mar y los seres que forman parte de ese ecosistema, mientras retrata la educación de unas jóvenes que han decidido tener pasos propios, pero que aún necesitan guías de sus padres.

Aún recuerdo las discusiones que sostenía con mi padre cuando uno ya no era un muchacho y sostenía una familia con hijos. A veces no lograba comprender las discusiones y por qué se desataban hasta que vi la película canadiense Las invasiones bárbaras. Ella dio con la clave sentimental en medio de los avances de la derecha y el neoliberalismo en el mundo: mi padre siempre será mi padre y por más que yo tenga razón, seré su hijo.

La lección de Si tú me miras es el valor sentimental, íntimo, de Laura Antillano que no pretende educar a una generación, sino retratarla.

Ficciones en la literatura erótica

Comenzaba a correr el año 2003 cuando el editor Leonardo Milla me invitó a almorzar a un restaurant en Sabana Grande. Era la época en que yo dirigía una editorial y librería virtual que se llamó Comala.com. En medio del almuerzo, después de conversaciones típicas de editores y antes de la sobremesa, me dice que quiere crear una colección y un premio de literatura erótica.

Para Milla era el momento propicio para lanzar este concurso literario debido a que en 2002 el Premio La Sonrisa Vertical, de la editorial Tusquets, el fallo fue desierto y tenía información de primera mano de que no continuaría por la poca calidad literaria. Así que me propuso que dirigiera la novísima colección para Alfadil y que participara en el jurado como presidente.

El premio, que se llamó Letra Erecta, tuvo tres ediciones y los ganadores fueron la cubana Vivian Jiménez, el español José Luis Muñoz (Premio Sonrisa Vertical, 1990) y el peruano-venezolano Jorge Gustavo Portella. La colección logró tener las firmas de Denzil Romero con La esposa del Dr. Thorne (Premio La Sonrisa Vertical, 1988) y Ana Teresa Torres con su novela La favorita del Señor (finalista del Premio La Sonrisa Vertical, 1993). También entró en el catálogo Israel Centeno con La casa del dragón (2004).

En la última edición del premio una escritora pidió la valoración de por qué no había logrado alguna distinción. El certamen era bajo seudónimo y los manuscritos debían ser inéditos, pero reveló su autoría al enviar la petición a través de un correo electrónico. Este no fue respondido porque no estaba estipulado en las bases, pero a los días insistió con una llamada telefónica a la gerente editorial de Alfadil pidiendo explicaciones.

Mi respuesta a la Gerente, si mal no recuerdo, fue que para que una novela erótica sea considerada como tal, primero tiene que ser novela y luego erótica. No pongo comillas porque perdí el correo, pero es algo que puedo sostener en cualquier momento. “Soy de pocas ideas, pero fijas”, como decía el matemático Frank Baíz Quevedo.

Traigo a colación esta historia personal porque en la víspera de la Feria del Libro de Madrid, Rosa Montero promocionó por las redes sociales el libro de una autora que ha logrado fama con la literatura erótica: “Si queréis comprar una novela magnífica, os aconsejo que compréis La tarde que Bobby no bajó a jugar, de la cubana-portorriqueña Mayra Montero (nada que ver conmigo pese al apellido) que es un libro fabuloso, que además de ser literariamente buenísimo está basado en la realidad, en una historia increíble del tremendo ajedrecista Bobby Fisher. Os va a encantar, os lo aseguro”.

Mayra Montero (1952) fue finalista del premio La Sonrisa Vertical  en 1991 con La última noche que pasé contigo, pero en 2000 logra alzarse con el premio con Púrpura profundo. Antes de aparecer su más reciente novela, publicó entre otras, una novela histórica sobre Francisco de Miranda, El caballero de San Petesburgo.

La tarde que Bobby no bajó a jugar ha sido publicitada como una historia real. Supuestamente la autora guardó el secreto hasta que desaparecieran físicamente su madre; pero en especial, su esposo. El secreto tan bien guardado confirma que el morbo no escapa ni siquiera al mercado editorial español.

La novela está escrita extraordinariamente bien, como una relojería suiza, en donde además, tenía que serlo, puesto que unos relojeros polacos —y sus descendientes cubanos— son parte de la historia con Bobby Fischer, el talentoso ajedrecista, cuando fue a Cuba a la edad de 13 años con su madre a participar en las sesiones de simultáneas en el Club Capablanca, en donde ganó diez partidas y empató dos. En ese año, 1956, comenzó a ser reconocido por el público y la prensa.

La historia transcurre en alternancias con 1966, su segunda visita a Cuba en donde Mayra, bajo el nombre de Miriam en la novela, ha sido utilizada como peón del tablero de ajedrez puesto que el personaje, desde sus 14 años critica a la revolución cubana, pero idealiza el entramado en que ella estuvo sometida e idealiza una supuesta relación amorosa. La abuela y escritora Mayra Montero, sin ser diestra en el juego del ejército, hizo jaque al ajedrecista estrella de Estados Unidos, a quien ahora algunos lectores no verán con los mismos ojos.

Benito Yrady y la novela del petróleo

Existía la leyenda de que el petróleo no había llegado a la novela venezolana. Las páginas literarias hace más de 50 años atizaban esta ausencia o baja producción literaria frente a las novelas sobre la dictadura gomecista o perezjimenista.

El ensayista Gustavo Luis Carrera en su libro La novela del petróleo de Venezuela, publicado en 1971, afirma categóricamente que cinco novelas petroleras son las “propiamente dichas”: Mancha de aceite (1935), de César Uribe Piedrahíta; Mene (1936) y Casandra (1957), de Ramón Díaz Sánchez; Guachimanes (1954), de Gabriel Bracho Montiel, y Oficina N° 1 (1961), de Miguel Otero Silva.

Algunas otras novelas mencionan el petróleo, su paisaje o las relaciones que se impusieron con las transnacionales petroleras y el gobierno estadounidense, sin embargo no poseían suficientes grados API como para considerarlas de novelas del petróleo.

Antes de finalizar esa década, Benito Yrady, un joven escritor nacido en El Tigre, aparece en la escena literaria con el libro de cuentos, que tangencialmente toca el petróleo, Zona de tolerancia (1978), y luego, prácticamente, el autor desaparece de este escenario para ocuparse en cuerpo y alma a lo que llaman la “gerencia cultural”. Se ganó por un lado, y por otro, se acumularon conocimientos de los saberes de un pueblo tan variado en su cultura.

Pasaron más de cincuenta años, pero la escritura y la literatura siempre estuvieron allí, en Benito Yrady, a la espera de su turno. Hasta que llegó la pandemia y la decisión de contar las nostalgias y sueños de unos personajes foráneos que hablan de sus tierras —en donde intervienen James Joyce, Ernest Hemingway, Walt Withman, entre otros—, y de un “país del petróleo”.

La obra en cuestión es la novela Historia del señor Cody (2024), que aparece en el catálogo de Monte Avila Editores en los días en que Benito Yrady es el escritor homenajeado de la 20.ª Feria Internacional del Libro de Venezuela.

En ella se mantiene una relación lúdica entre el lector y narrador. Nos transporta a una lectura de Joyce como si el escritor irlandés hablara y se paseara por este país del petróleo.

A veces pecamos al resumir una obra con una enumeración o descripción que quizás no dice mucho. Ricardo Piglia diría que cada lectura es una perspectiva del lector.

La lectura, y con ella los sueños y la nostalgia, es quizás el recurso literario que nos conduce a historias mínimas que transcurren paralelamente o son causas y consecuencias en la novela Historia del señor Cody. Es “el impulso de tener el hogar en todas partes”, diría el poeta Novalis.

Pero la lectura no es solamente aquella que experimentamos con los libros, sino, también, con historias orales, mitos de nuestros pueblos originarios y, por supuesto, la realidad que enfrentamos constantemente por el simple hecho de vivir. Joyce, uno de los escritores que acompaña toda la novela y a Benito, como lector, se preocupaba por la velocidad en que se lee en los sueños.

“Hay una relación entre la lectura y lo real, pero también hay una relación entre la lectura y los sueños, y en ese doble vínculo la novela ha tramado su historia”, reflexiona Piglia en El último lector para responder en parte “¿Qué es un lector?”.

Pero también existe otra historia, la de la mítica búsqueda de El dorado, que por siglos buscaron colonos de los imperios británicos, españoles y portugueses. La riqueza de variados minerales que no encontraron porque no estaba a simple vista los enloqueció, pero el petróleo, al final, fue el dorado buscado que le dio apellido a un país.

David Cody, según recuerda Oscar Lynch, dijo que “no hay país semejante y tan hermoso” y entre delirios que lo puede confirmar la realidad, exclamó: “¡Como Raleigh también digo que no cubre el sol país tan rico en el mundo! Todo eso lo tiene el verdadero país del petróleo”.

En El hacedor, Jorge Luis Borges incluyó un extenso poema que su comienzo podría ser lo que Benito Yrady logra con la novela Historia del señor Cody: “Nadie puede escribir un libro. Para / que un libro sea verdaderamente, / se requieren la aurora y el poniente, / siglos, armas y el mar que une y separa”.

El escandaloso silencio del crimen

Es antigua la táctica de negar la existencia y resistencia de un pueblo, advierte en un reportaje que publicó hace 50 años Rodolfo Walsh bajo el tituló “La revolución palestina” y comienza así: “Tres millones de palestinos despojados de su patria cuestionan todo arreglo de paz en Medio Oriente”.

Walsh expone en los primeros párrafos la declaración de quien fuera primera ministra de Israel, Golda Meir: “¿Palestinos? No sé lo que es eso”, para dar a conocer “la eficacia ilusoria del argumento, utilizado en Argelia, Vietnam, colonias portuguesas, para negar la existencia de sus movimientos de liberación”.

Parece Un detalle menor, como el título de la novela de la escritora palestina Adania Shibli, hace 50 años nació en Galilea. En 2023 debió recibir en la 75ª Feria del Libro de Fráncfort el premio LiBeraturpreis, pero fue censurada. Detalles a tomar en cuenta.

El eufemismo que utilizan los medios hegemónicos es que está “postergada” la ceremonia, solo que hasta ahora no hay fecha para la entrega del premio.

La autora descree de todos aquellos que están al frente —y detrás— de la organización del premio literario. “Quizás se pueda celebrar la ceremonia de entrega en el futuro. Quizás están esperando a que el libro se haga mejor con el tiempo”, declaró a la prensa durante la reciente Feria del Libro de Madrid.

El uso del lenguaje no ha cambiado y la historia del crimen contra el pueblo palestino no empezó ayer, como quieren hacer parecer. Shibli se hace las mismas preguntas en su novela y saca a relucir la violación y asesinato de una muchacha palestina por soldados israelís durante la ocupación en 1949.

Un detalle menor es la reconstrucción a partir de las nuevas situaciones que no son tan novísimas, pero que el vértigo que han impuesto las nuevas redes de comunicación ha logrado poner la mirada sobre los intereses de los grandes capitales.

Los crímenes son atroces y no merecen comparación, pero tampoco hay canciones al estilo de “We are the world, we are the children”, para las niñas y niños asesinados en Gaza por los ataques militares de Israel. El silencio mundial es escandaloso.

El libro de Shibli usa el lenguaje del colonizador como forma de denuncia para mostrar que los palestinos son tratados como animales, que deben ser eliminados del territorio que los sionistas ocupan con violencia militar.

Ella, el personaje, es palestina. Sus recuerdos se han desdibujados y busca respuestas en un tiempo en que todo es confuso o nos quieren hacer parecer que son otros tiempos y que ha cambiado. Todo comienza por un detalle menor, por lo que parece cotidiano, lo que sorprende y le hace evocar una historia, replantear en su memoria una geografía que ahora es tierra ajena, militarizada. 

Debe vivir y sobrevivir a un aparato político que no comprende porque la anula. Necesita desplazarse, apartar miedos, dudas e indagar.

No es una historia de ciencia ficción pero me lleva a las palabras de uno de los autores fundamentales del género, Philip K. Dick: “Estoy seguro de que no me creen, y de que tampoco creen que creo en lo que afirmo. Son libres de creerme o no, pero al menos crean esto: no estoy bromeando”.

Pensemos por un momento en una ucronía —así como en El hombre en el castillo, de P. K. Dick—, que en vez de entregar a Israel las tierras de Palestina prosperó la tesis de Joseph Otmar Hefter y a los judíos se les dio “un territorio entre la Guyana Británica, Venezuela y Brasil”, es decir, nuestra Guayana Esequiba. 

Los colonizadores se imponen a sangre y muerte. El lenguaje se expresa con la fuerza de sus fusiles y cañones. Las víctimas guardan silencio, resisten. Tienen todas las formas de luchas para la resistencia, entre ellas está la literatura.

La autora en referencia a su libro e incluso a la realidad de su pueblo considera que el lenguaje de las víctimas “está roto, no saben dónde empezar y dónde acabar, están confusas, mascullan. Es un lenguaje típico del contexto palestino”.

Palestina ayer y hoy no es un detalle, mucho menos menor, y urge la comprensión del genocidio que está cometiendo el estado de Israel contra el pueblo palestino.

Biografías que alumbran con luz propia

Las biografías nos permiten acercarnos a personajes para comprender ciertos momentos históricos a la luz de su protagonismo. Las hay de todo tipo y no existe una forma exclusiva, narrativamente hablando, de escribirlas. 

Existen obras de ficción sobre ciertos personajes históricos que dicen mucho más que cualquier biografía. Pondremos por caso tan solo la obra de teatro Galileo Galilei, de Bertolt Brecht, solo que se cuenta una parte de la vida de este inventor y astrónomo. Al fin de cuentas, podemos excusar al autor; es una obra dramática.

Entre las lecturas por las que guardo predilección están las novelas. La ficción, las historias o la forma en que están escritas son determinantes para adentrarnos en otras vidas, imaginarias o no. Fue así como llegué a Giordano Bruno, que forma parte —como teoría o tesis— de esos mundos paralelos o infinitos en la novela Un hombre en la oscuridad, de Paul Auster.

Busqué una biografía sobre este personaje histórico que intentó eludir a la Inquisición y conseguí Giordano Bruno, el hereje impenitente, de Michael White. Con esta, no solo puedes adentrarte en la vida del monje sino en cómo el conocimiento sobre la Tierra y el universo tomó otra visión debido a que las élites políticas y religiosas —católicas, para ser precisos— tomaron posturas en favor de la tesis geocentrista de Aristóteles.

Similar lectura tuve con Maja mía, la biografía que el periodista Ernesto Villegas Poljak escribió sobre su madre a propósito de cumplirse este año, el 12 de marzo, el centenario de su nacimiento. 

Digo similar porque a través de la vida de Maja Poljak, Villegas hace un contexto, pormenorizado, del tiempo que le tocó vivir a su madre y, con ella, a la humanidad, en primera instancia, por los crímenes que se llevaron a cabo con la II Guerra Mundial, los antecedentes tanto de croatas, como yugoslavos y alemanes. La migración de estos últimos a Venezuela en el siglo XIX y XX y su participación con el partido Nazi.

Todo lo relatado está fielmente referido con fuentes que buscó en periódicos y libros, impresos y digitales. Cada dato y posiciones políticas son el retrato de una época que cruza con los cumpleaños de Maja, Yanka, la hermana menor, o de su madre Klara.

No escatima en colocar los escritos de Maja publicados bajo el seudónimo de María Vera en el semanario Aquí está, órgano propagandístico del Partido Comunista en la década de los 40. Allí  publicó los avances de la URSS y aliados sobre el fascismo en Europa y parecía que escribía desde el lugar de los acontecimientos. 

El biógrafo retrata en esta obra a su madre con su brillo de luz propia como militante comunista y periodista forjada en las salas de redacción. También aparece retratado su padre Cruz Villegas con sus posiciones políticas, su militancia y el humor característico de estas tierras.

Ernesto Villegas Poljak considera que lo que mejor lo define es la palabra periodista. Así se presenta en privado, en público y en los libros que ha publicado. Considera que la de escritor no le calza porque hace periodismo a través de entrevistas, crónicas y reportajes.

Sin embargo, quien escribe biografías desde el ámbito del periodismo incursiona en el género periodismo literario. Lo literario estriba esencialmente en que se usan las técnicas narrativas, que también comparte con el periodismo. Es una “invitación hecha al escritor para que abrace la fascinante tarea de perpetuar los recuerdos y la trayectoria de un personaje famoso o anónimo”, plantea el periodista brasileño Francisco de Assis, en un ensayo publicado en la revista Quórum académico de la Universidad del Zulia.

La biografía es la “parte del periodismo literario que trata de la narrativa sobre un determinado personaje. El es el hilo conductor de toda la trama. Los sucesos, por más importantes que sean, son apenas satélites. Todo gira en torno de la historia de una vida”, afirma Felipe Pena.

Sin embargo, sin teorizar, Ernesto Villegas Poljak con su biografía Maja mía,  confirma que a través de la vida de su madre, los “satélites” son fundamentales para entender pasado, presente y futuro de la humanidad.

Las deudas de un escritor fantasma

Cuando me recomendaron leer a Paul Auster, a finales del siglo pasado, me sugirieron que primero viera la película Smoke y si me gustaba, que leyera La música del azar y La trilogía de Nueva York. La película es extraordinaria y con actores como Harvey Keitel y William Hurt cobra mejores críticas.

Conseguí los libros de La trilogía de Nueva York por separado. Ciudad de cristal, el primero, me atrapó desde la primera oración: “Todo empezó por un número equivocado, el teléfono sonó tres veces en mitad de la noche y la voz al otro lado preguntó por alguien que no era él”.

Hay maneras de conocer Nueva York y con Auster puedes llegar a caminar calles que no son las más transitadas. A vivir vidas con nombres imaginarios y literarios. Buscarse a sí mismo, con su nombre y apellido y tener vidas paralelas.

En Ciudad de cristal el autor plantea varias teorías. Una de ellas inquiere acerca de cuál puede ser la razón por la que a las cosas se les pone un nombre por su utilidad y se les sigue llamando igual cuando ya no tienen la utilidad por la que fueron nombradas.

De ahí en adelante, me convertí en lo que Stephen King llama “lector completista”. Leí casi toda la obra de Auster, incluida Jugada de presión (1984) que publicó bajo el seudónimo de Paul Benjamin —sus dos nombres de pila—, y mi biblioteca llegó a tener los colores de los libros de la colección Compacto y Panorama de narrativas de la editorial Anagrama.

En la colección Compacto (bolsillo) “se guardan las joyas de la corona”, dijo el editor Jorge Herralde en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2002. Ahí también están Vladimir Nabokov, Patricia Highsmith, Raymond Carver, entre tantos otros. Pero desde 2011, la obra de Auster pasó a las ediciones de bolsillo de la editorial Seix Barral (Grupo Planeta) por un millón de euros, transados en la Feria del Libro de Fráncfort.

“Como comprenderás, me resultó muy difícil renunciar a una suma tan elevada de dinero. Estoy a punto de cumplir 65 años, no sé cuántos libros seré capaz de escribir y el dinero me proporciona cierta tranquilidad con respecto a garantizar el futuro para Siri y Sophie cuando yo ya no sea capaz de ganar tanto como he ganado en el pasado”, le escribió Paul Auster a Herralde cuando el editor se enteró —y molestó— de que la decisión de abandonar Anagrama era por dinero.

Baumgartner fue su última novela. Apareció unos meses antes de que falleciera y, más que la muerte que se acerca, es la vejez de un escritor la que se impone en sus páginas. Narrar la lentitud de las acciones puede mostrar cierta maestría, aunque no llega a la exasperación que puede causar Kazuo Ishiguro con un par de sus personajes que están por más de veinte páginas dentro de un ascensor y tan solo han avanzado un par de pisos.

Auster ha sido un personaje invisible en cada una de sus novelas. Su vida volcada a la ficción sin que esta sea totalmente cierta, porque, en definitiva, la reconstrucción de las historias pasa a ser ficción.

Los títulos de sus novelas son merecedores de estudios literarios. La invención de la soledad —que no es una novela, pero parece— sugiere tantas cosas que podría ser un tratado de la vida, pero al ver que el libro tiene tan pocas páginas se desiste de la idea rápidamente.

En sus novelas trata siempre de presentar una teoría. En La música del azar el sistema de trata de personas se presenta a través de un deudor que, aun cuando cree que ha pagado la deuda, debe seguir trabajando como esclavo porque su deuda le ha hecho contraer otras.

También el autor es deudor en muchas de sus novelas, en donde encontrará que faltan 10 páginas para terminarla y está comenzando una historia tan extraordinaria que parece increíble que se esté acabando el libro.

El síndrome del miembro fantasma es lo que detona la historia de Baumgartner. Me pregunto si la desaparición de Auster generará en los lectores de sus novelas y ensayo el síndrome del escritor fantasma.