El retorno a la historia y la ficción

La historia está allí. Es pasado y presente en la medida en que se nombra, de otra forma es olvido. Esto último, es algo que los colonizadores quieren que suceda. Que se olvide que se impusieron a sangre y fuego y que tan solo nos dejaron modos de vida y lenguaje.

Carlos Fuentes en entrevista con Joaquín Soler Serrano resume que “el lenguaje sostiene al poder, el lenguaje es la cultura, es comunicación, es memoria o es olvido”. 

Historia y lenguaje están intrínsecamente relacionadas. Continúa Fuentes: “…el hecho de escribir novelas está íntimamente ligado al acto de la memoria […]. Para mí, el problema como hispanoamericano es recordar todo lo no dicho por la historia; es rescatar del silencio casi cuatro siglos de nuestra historia, pues creo de la manera más profunda que un individuo (o un pueblo) sin un pasado vivo no puede tener un presente vivo ni un futuro viable”.

Traigo a colación al escritor Carlos Fuentes porque desde México recientemente se conoció que un autor nacido en Mozambique se alzó con el Premio de Literatura en Lenguas Romances 2024 que otorga la FIL Guadalajara —desde 1991 hasta 2005 se conocía como Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo—. 

Se trata de Mía Couto, quien ha dedicado buena parte de su literatura a la historia de su país desde la ficción. Mozambique hasta 1974 fue colonia de Portugal.

A propósito de este premio nos acercamos a algunas de las historias de Africa y, en específico, de Mozambique. Su más reciente novela, El mapeador de ausencias (2020), podría considerarse que es la historia del retorno tantas veces contada, desde La odisea hasta nuestros días, solo que esta vez el retorno no es sólo a un espacio geográfico, sino a la memoria, a contar el tiempo que el narrador no puede —ni quiere, ni debe— olvidar.

“La historia, en otras palabras, no es una máquina de calcular. Brota en el pensamiento y en la imaginación y toma cuerpo en las respuestas de la cultura de un pueblo”, sostiene el escritor británico Basil Davidson. 

Bajo similar premisa Couto despliega sus ars poética y narrativa en El mapeador de ausencias, en donde prevalece la visión mozambiqueña, la forma de ver la vida que algunos estudiosos de la literatura llaman “realismo mágico”. Pero Mia Couto afirma que en su país se vive un “realismo real”.

“Mozambique existe porque es un gran productor de historias. Y estas surgen de la confrontación y la convivencia de diferentes culturas, pueblos, naciones, religiones… que para poder trenzarse en armonía de fronteras tienen que presentarse, construirse en personajes. Y a partir de esos fragmentos, poder producir la gran epopeya nacional”, asegura Couto.

El autor ha obtenido el Premio Camões en 2013 y sus novelas Tierra sonámbula (1992) y El vuelo del flamenco (2000) han sido llevadas al cine.

Es biólogo, periodista y escritor que transita por los géneros de poesía, cuentos y novela. Desde temprana edad fue parte de la construcción de la Agencia de Informativa de Mozambique, una vez independizado de Portugal.

En El mapeador de ausencias se mezcla la poesía en frases de los personajes y epígrafes con los sueños y cartas, informes y personajes que vivieron en otros tiempos y los que extrañamente sobrevivieron, sin que el lector se pierda en la narración de la historia.

No puede faltar el desencanto por los cambios que no se realizaron a raíz del triunfo del Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo), lo que nos hace pensar que la FIL Guadalajara no da puntada sin dedal ya que la organización de la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Guadalajara ha tenido diversas controversias con el actual mandatario Andrés Manuel López Obrador.

Una vez terminada la lectura me asaltó la canción del grupo de rock mexicano El Tri:

Ella existió solo en un sueño
Él es un poema que el poeta nunca escribió
En la eternidad los dos
unieron sus almas para darle vida
a esta triste canción de amor.

La novela de Mía Couto no es de amor, no es triste, ¿o sí?

Colofón: “No es triste la verdad, lo que no tiene es remedio” (Serrat).

Mujeres que no saben volar

Decía Edward Said, el maestro de los estudios poscoloniales, que ningún imperio confiesa su ánimo de conquista y saqueo; antes bien, prefieren verse y mostrarse como educadores y libertadores. Mucho de esa concepción abunda en las páginas de El mapeador de ausencias, de Mia Couto, una novela que puede leerse sin problemas como testimonio del dominio portugués en Mozambique, dominio sostenido a sangre y fuego durante el cual, a la par que se asesinaba y saqueaba, se nutría la noción de “un Portugal sin razas y sin racismo”.

La novela, sin embargo, va mucho más allá de esa lectura evidente.

Si intentáramos trasladar a un diagrama el armazón narrativo de El mapeador de ausencias, terminaríamos con uno de extraordinaria complejidad. La novela se desarrolla en dos tiempos, el de la colonia y el de la independencia; y contrapone las  visiones del mundo de dos culturas asentadas en dos continentes distintos. Por si eso fuese poco, la historia se trasmite por boca de una multitud de personajes a quienes da voz una especie de director de orquesta, que aquí llamaremos narrador principal, dedicado a recabar testimonios orales, informes públicos, trozos de diarios, correspondencia y cualquier otro vehículo de expresión a la mano.

Al desarrollarse en Mozambique, la narración  se mueve alternativamente de la época colonial a la postcolonial. A pesar de estar poblado por personajes de gran calado psicológico, el relato correspondiente a los años de dominación portuguesa y de la lucha por la independencia se concentra, como era de esperar, en el accionar colectivo bien sea en pro o en contra de esa independencia. Los eventos contemporáneos al  narrador principal, en cambio, aun teniendo como referencia ubicua los hechos de la colonia, se centran en el conflicto individual de un narrador que, como se dice de quienes agonizan, recoge sus pasos para reconstruir, a un tiempo, su propia individualidad y la de un país cuya libertad es problemáticamente reciente.

Este narrador principal es, además,  un escritor cuyo rol a lo largo de la novela es la de rehacer una memoria colectiva a partir de  trozos de información que le son legados y de la fusión de afectos y odios  mediante los cuales se rearma una sociedad que padece de conflictos no resueltos, sea como colonia o como país independiente.

Dos maneras de procesar los hechos se contraponen. Dos formas de interpretar la realidad en las que se enfrentan la racionalidad occidental de los blancos portugueses con esa otra racionalidad que solemos asociar con el así llamado pensamiento  mágico. Se trata en realidad de una manera distinta de formular la realidad propia de la cultura y la tradición Mozambiqueña. No son pocas las veces que en las páginas de El mapeador de ausencias se establece una especie de contrapunteo entre las dos lógicas opuestas:

—Aquella señora no sabía volar (…) Me di cuenta en cuanto apareció en el cielo…

—A ver, Capitine, (…) Queremos hechos, solo los hechos, ¿vale? Nada de gente volando…

—Le diré, señor, que esa señora voló en una dirección muy equivocada…

De modo que todo lo relativo a Mozambique y a la cultura de sus habitantes originarios está envuelto en un halo de poesía y de misterio. Todo se dice en clave, poéticamente. Ningún mensaje es explícito si no se conocen los códigos que lo sustentan

En general no abundan los juicios sobre nada, sea racismo, delincuencia o la mismísima represión desatada por el conquistador. Todo  fluye como parte de la realidad evidente,  inescapable, pero no necesariamente juzgada aunque tampoco aceptada. Si se quiere algún tipo de interpretación de los hechos, hay que deducirla de las decenas de  aforismos que se dejan caer a lo largo del texto, que, revestidos de un cierto fatalismo, dejan asomar el tipo de percepción que cada personaje tiene de los eventos que ocurren en cada momento de la narración.

Muchas de esas frases sentenciosas son pronunciadas por mujeres, representadas en la novela por cuatro personajes que se constituyen, a lo largo de sus páginas, en verdaderos ejes referenciales.

Con El mapeador de ausencias, Mia Couto ha logrado una novela estructuralmente compleja, pero, aunque suene contradictorio, placenteramente legible.