Periodismo que recupera memoria

El reportaje es considerado el género mayor en el periodismo, puesto que en él se reúnen los demás géneros de este “oficio”, como dijo Gabriel García Márquez. Además, en la medida en que se permite ciertas licencias a la hora de concebir el texto, es lo más cercano a la literatura en la manera de exponer los hechos. 

Fue por esa vía como entró en escena el llamado “Nuevo Periodismo”, que a ciertos escritores —aunque no es una regla— les da ventaja a la hora de escribir historias que no son de ficción. De hecho, los que lo fundaron dictaron cátedra. 

Tomás Eloy Martínez consideraba que el Nuevo Periodismo nació en Venezuela. Podemos mencionar al escritor Enrique Bernardo Núñez como antecedente a este género, quien después publicar las novelas Sol interior (1918), Después de Ayacucho (1920), Cubagua (1931) y La Galera de Tiberio (1938), se destacó en la prensa nacional entre 1943 y 1945, con los textos que luego compusieron el libro Orinoco y Tres momentos en la controversia de límites de Guayana.

Núñez se alejó de la ficción y se dedicó a escribir historias de nuestra historia —sin desligarse del periodismo— mientras revisa y reescribe Cubagua y La Galera de Tiberio, sus “novelas eternas”. 

“Desearía escribir una nueva versión de Cubagua, de igual modo que a veces nos viene el deseo de hacer una nueva versión de la vida”, escribió en 1959.

Convencido de que “la historia es la conciencia de los pueblos”, escribió para El Universal, en 1942,un artículo de opinión que tituló “Historia contemporánea”, en donde expresó que “se ha decidido que no haya historia de los últimos tiempos. La historia contemporánea viene a ser zona prohibida. […] sabemos poco acerca de la historia de nuestro país en los últimos cuarenta o cincuenta años por lo menos.Lo sabemos de un modo vago”.

Bajo la premisa de recuperar nuestra memoria están escritas El hombre de la levita gris —que explora un momento crucial en el periplo vital de Cipriano Castro—, Orinoco (Capítulo de una historia de este río) y Tres momentos en la controversia de límites de Guayana, entre otros escritos. Hoy, Orinoco y Tres momentos… se publican juntos en edición preparada por Alejandro Bruzual.  

Núñez consideraba que la “ignorancia retarda nuestro progreso e impide una noción clara de hombres y hechos de nuestra historia. Nuestra misma vida particular se resiente de tal ignorancia. […] Escribir de historia contemporánea es penoso, no hay duda, pero necesario. No pueden quedar esas lagunas en la historia de nuestro país”.

Orinoco (Capítulo de una historia de este río) es un texto que se lee como si fuera un cuento y así fue considerado, al punto que fue impreso en 1991 conjuntamente con la novela Cubagua en la Biblioteca Popular Venezolana, bajo la coedición del Ministerio de Educación y la Academia Nacional de la Historia.

Hay que adentrarse en la historia para comprender nuestro presente. Es por ello que Núñez no escatima en sumergirse en documentos y diarios de piratas y personajes que representan los intereses imperiales para demostrar los derechos de Venezuela.

Orinoco está escrito como si fuera una novela de aventuras —que aunque hay piratas, pues no es de aventura— y Tres momentos en la controversia de límites de Guayana, una historia de intrigas —que efectivamente lo es, pero en donde el ejercicio del poder imperial de la época jugó perversamente con un laudo arbitral en Paris, el 3 de octubre de 1899, hace exactamente 125 años—.

El interés por Venezuela era evidente. No es casual que un año antes se haya publicado El soberbio Orinoco, del escritor francés Julio Verne, justo en el país en donde la Doctrina Monroe hizo que se firmara el fraudulento laudo arbitral que adjudicó nuestra Guayana a la corona Británica.

Recientes son las obras en donde nuestros ríos y mares son parte del imaginario con filibusteros, entre ellos, Pirata, de Luis Britto García, e Historia del señor Cody, de Benito Yrady.

Así como es referencia en el periodismo Enrique Bernardo Núñez, también es vital y literaria para quienes quieran pisar los terrenos de la historia y la ficción venezolana.

El incesante oficio de la piratería

El abogado estadounidense, encargado de la defensa de Venezuela en el Laudo Arbitral de París de 1899, Severo Mallet Prevost,  no quiso morirse sin dejar testimonio de la felonía acordada entre los dos jueces ingleses y el ruso para imponer a Venezuela una decisión que, como se repitió entonces hasta el cansancio, trazó una línea de transacción y no de derecho. En otras palabras, se repartió el área de acuerdo con los intereses de Inglaterra y no de los demostrados derechos de Venezuela.

Como si fuese uno de esos textos titulados “Todo lo que usted quería saber…”, Enrique Bernardo Núñez nos ha dejado en su libro “Orinoco” un extenso legado sobre ese litigio  hoy por hoy más actual y pertinente que nunca.

Con un incuestionable estilo periodístico, un lenguaje preciso y directo, y con el añadido de uno que otro giro irónico en el transcurrir de sus páginas, el autor despliega el resultado de una acuciosa investigación acerca del diferendo entre Venezuela e Inglaterra por la región del Esequibo.

El litigio, que pronto alcanzará los doscientos años, es presentado por Núñez con una objetividad casi fotográfica. Sigue los documentos y la correspondencia donde reposa toda la información del caso con un deseo de precisión que se ve sobresaltado solo de tanto en tanto, cuando la voz de esa especie de narrador omnisciente que dirige el relato no logra controlarse y deja filtrar algún gesto expresivo, solo para recordarnos que  él está allí como un filtro a cuyo través nos llega el caudal información sobre el asunto.

De la última página del libro se sale convencidos de que nada, o muy poco, ha cambiado; no solo durante las dos centurias de litigio, sino incluso de mucho antes. Cuando Walter Raleigh, en el siglo XVII, se proponía regalar La Guayana a su reina, flotaba ya en la imaginación de los conquistadores la ilusión del Dorado. Se dice ilusión porque en nuestro tiempo sabemos que el Dorado no existe, al menos no en los términos que entonces se concebía. Para aquellos hombres, en cambio, el Dorado era  de una realidad a toda prueba, y hasta hubo quien juró haberlo visto.

Cuenta Núñez que un tal Juan Martínez decía haber entrado a la ciudad llevado por unos indios que lo encontraron agonizante. Contaba que, aunque vivió allí durante siete, meses le era imposible regresar pues tanto a su llegada como a su partida lo había hecho con los ojos vendados.

La pervivencia de ese espejismo alcanzó incluso a los miembros del tribunal que en 1899 se reúne para emitir un fallo arbitral sobre el diferendo, como lo apunta muy bien Alejandro Bruzual en el prólogo del libro. La diferencia entre una época y otra estriba en que a finales del siglo XIX ya era un hecho comprobado el potencial aurífero y en general minero de la región de Guayana.

El relato de Núñez se despliega con la agilidad de una historia de ficción; tal vez sea esa la causa de que terminemos de leerlo convencidos de haber asistido al enfrentamiento entre un grandulón armado de garrote y un indefenso adolescente cuyo único recurso es apelar siempre al imperio de la ley; ley a la que el grandulón opone un pragmatismo de conquistador prevalido de su poderío.

El ministro Benjamín Qüenza le reporta a Guzmán Blanco: “Avanzar y avanzar es su sistema, animados con el poder que les da la fuerza y escudados por nuestra debilidad”.

En ese contexto de ficción y aventuras, aparece, poco antes de terminar el libro, la figura de Domingo Antonio Sifontes, un general venezolano que se enfrenta a los ingleses ya no con el lenguaje diplomático que alude a los derechos ancestrales del país, sino con unos arrestos militares que, como lectores, hemos estado esperando a lo largo de todo el recuento. En las pocas páginas donde aparece, Sifontes aporta un aire de reivindicación que no podemos sino aplaudir, más allá de haber sido un hecho aislado y casi individual en la secuencia de acontecimientos que comprende tan antiguo diferendo. Orinoco” es, en nuestros días, un libro de obligatoria lectura, dado el momento histórico en el que nos encontramos, incluida la renovada dinámica del reclamo de Venezuela sobre el territorio de la Guayana Esequiba.