La foto familiar de Bolívar

La muerte acecha en cada capítulo de Todo llevará su nombre, de Fermín Goñi, en donde toma pulso de cada latido de los últimos días del Libertador Simón Bolívar, pero también es su paso por la vida en un tiempo en que no reparó ni se detuvo por su salud. Fue un mal enfermo que se autodiagnosticó y se rehusó a las curas.

Una de las escenas iniciales es la “familia” de Bolívar, que presentan a una esclava en Santa Marta. Ella desconoce que es libre, porque quienes están con el Libertador, son libres, y ella quiere ser parte de la familia —y lo consigue con sus cuidos y rezos—.

Vivió las angustias de las horas pasar sin mejoras del enfermo con la familia que se había reducido a la cocinera Fernanda Barriga, el mayordomo José Palacios, su sobrino el teniente Fernando Bolívar, los edecanes el coronel Belford Hinton Wilson y “el capitán Andrés Ibarra, el coronel José de la Cruz Paredes, el capitán de su guardia personal Lucas Meléndez, el auditor de guerra Manuel Pérez de Recuero, el comandante y comerciante canadiense John Glenn y los generales Mariano Montilla, José María Carreño y José Laurencio Silva”.

Faltó el general irlandés Daniel Florencio O’Leary para completar el cuadro familiar. Hay muchos más hombres y mujeres que debieron estar en esa pintura de Antonio Herrera Toro, como Manuela Sáenz, Rafael Urdaneta, entre otros, que lo acompañaron en batallas y también con él pasaron a la eternidad. En la foto de Fermín Goñi están en el relato de la vida y angustias finales de Bolívar.

Goñi toma una foto de esta familia y la pone en movimiento, pero en clave de novela, para presentar a un Bolívar a través de los ojos, oídos y manos del médico francés, que acababa de cumplir 34 años, Alejandro Próspero Reverend, quien conoció de primera mano las historias sobre el Libertador por quienes lo acompañaron y fue protagonista de la hora final.

Mientras el doctor intenta conseguir el medicamento para la cura del paciente llega el teniente coronel Francisco de Miranda —hijo menor del Generalísimo— con unas botellas de vino, de las que le gustaba a Bolívar, pero es mal momento para beber y celebrar.

La novela avanza con los días. Por un momento pareciera que los números de los capítulos son los mismos de los días, pero Goñi, escritor de novelas negras, que participa activamente la semana negra de Gijón —a veces como jurado—, convierte la historia en una de intriga en donde el lector pasa a formar parte de la vida familiar de Bolívar, que no quiere que avancen los capítulos, pero es inevitable, así como la vida continúa, también la lectura.

Sobre Bolívar hay varias biografías e innumerables documentos que a lo largo del tiempo fueron recuperados. A principios de la década de los noventa, un grupo de poetas que dirigían la extinta revista de Kuaimare, me preguntaron qué libro recomendaba. Sin cortapisas le dije El general en su laberinto, de Gabriel García Márquez.

Se asombraron que alguien a estas alturas de la vida recomendara al Gabo, pero sobre todo porque se trataba de Bolívar. Era la época en que los héroes no debían ser héroes, era el tiempo del “fin de la historia”. 

Recuerdo el día en que un amigo hace un par de años me dijo con sorpresa, mientras sacaba de su mochila el libro El vuelo del alcatraz, de Francisco Herrera Luque, que por qué no había leído antes esta novela. 

Herrera Luque falleció en 1991 y esa fue una de sus obras que vería la luz casi a final de milenio. Ambas novelas históricas contrastan más allá de lo literario. La del laberinto muestra a un héroe que lo espera un destino; en la del vuelo, Bolívar es visto desde las dimensiones del héroe y, a veces, de antihéroe, al punto que no tiene remedio. 

Fermín Goñi advierte en varias oportunidades en Todo llevará su nombre el “laberinto” del Libertador, pero no como palabra final ni como destino. La muerte es un tránsito inevitable y, en el caso de Simón Bolívar, previsible, más si se ve con los ojos de un médico; pero la familia, incluido el francés, saben de la grandeza de un hombre que se les escapa de la vida y que va a despertar “cuando despierta el pueblo”.

Un héroe sin heroísmo

Reconstruir la dimensión humana del Simón Bolívar, más allá de la sacralización que a lo largo del tiempo promovió la historiografía académica, ha sido objetivo común entre quienes asumieron el reto de escribir sobre el Libertador de América.

García Márquez, Herrera Luque, Denzil Romero, William Ospina, Pablo Montoya y Álvaro Mutis, entre otros, se afanaron en crear su propio Bolívar.

En la búsqueda de esa dimensión humana, varios de ellos se concentran, no por casualidad, en el período vital más vulnerables del prócer, los días previos a su muerte.

La empresa no era fácil, basta entrar a cualquiera de esos textos para convencerse. Más allá de lo propiamente militar, no importa cual rasgo del libertador sirva de trampolín a la creación literaria —sus pequeñas rutinas personales, su pasión por las mujeres, su inclinación por la lectura— la dimensión heroica termina, más temprano que tarde, por filtrarse en la página como la huella de un fantasma.

La mitificación se concreta por diversas vías: el uso frecuente de la hipérbole al referir las peripecias del héroe; diálogos entre personajes secundarios que ensalzan la obra de Bolívar; o sus propias reflexiones sobre su vida pasada. Como fuere, la narración termina invadida por el carácter heroico del personaje en desmedro, incluso contra la voluntad del narrador, de su condición mortal.

Proponer una visión opuesta hasta el extremo al discurso panegírico es, a no dudarlo, el aporte más original de Todo llevará su nombre, de Fermín Goñi.

El autor logra un acercamiento amoroso a la figura del Libertador que está en general ausente en otros autores. La grandeza del personaje, sus actos heroicos, la admiración de todo un continente, pueden encontrarse en las páginas de la novela, pero como un referente borroso, que no obstruye la imagen de miseria y degradación a la que se ve reducida la grandeza de Simón Bolívar.

Lo central en la novela es una cotidianidad repetitiva impulsada por un trabajado realismo que convierte a lector en testigo inmediato de lo que sucede en San Pedro Alejandrino.

Como estrategia narrativa, Goñi ha elegido restringir drásticamente el espacio y el tiempo del relato. Si, por ejemplo, en El general en su laberinto de García Márquez el periplo final de Bolívar da inicio en Bogotá para finalizar en Santa Marta, en Todo llevará su nombre la acción se concreta a los últimos diez días del Libertador. Así, pues, desde la primera página de la novela surge un Bolívar disminuido física y moralmente, degradado en su grandeza, dolorosamente enfermo.

Esos diez días transcurren en la inevitable repetición de unos rituales condenados al fracaso. Ritos que encarnan en las cataplasmas de Próspero Reverend, aplicadas, un día sí y otro también, a la casi inexistente humanidad del prócer; o en las papillas de sagú que la cocinera Fernanda Barriga prepara sin pausa con la esperanza de que el enfermo acepte un par de cucharadas; o, en fin, en la tina siempre tibia que mantiene José Palacios, por si Su Excelencia quisiese tomar un baño.

Tales hechos, intrascendentes si se observan desde la atalaya de lo heroico, desde la cercanía afectiva que la novela explota con maestría sirven para realzar la dimensión humana del Libertador en su hora más menguada. Para ello el narrador ha rodeado a Bolívar de varios personajes que, como la joven esclava Joaquina, ignoran o entrevén apenas la trascendencia militar y política del enfermo.

Goñi ha rearmado el relato de la agonía y muerte del Libertador con un realismo que oculta toda estratagema narrativa y cumple a cabalidad con la propuesta de Ole Sauerberg: “Las novelas históricas pretenden que el lector acepte su narrativa como más veraz que un texto basado en los áridos hechos de la historia, afirmando que el embellecimiento dramático y las conjeturas producidas por la imaginación del novelista llenan los vacíos de nuestro conocimiento acerca del pasado y le hacen cobrar vida”.

Todo llevará su nombre es una aproximación inédita a Simón Bolívar; una lectura que merece estar disponible en cada biblioteca y en cada escuela; una vía para acercar a los lectores a un Libertador palpable e intensamente humano.