El lugar de las ficciones reales

Las historias casi siempre parten de otras historias o, por lo menos, eso es lo que creemos. El asunto está en cómo se cuenta.

Pongo sobre la mesa las referencias literarias que pudiera tener una historia —que sin dudas las debe tener porque hay una literatura que precede y en la que se sostienen las ficciones— porque el veredicto del Premio Rómulo Gallegos que dio por ganadora a la novela El simulacro de los espejos, de Vicente Battista, argumenta que es “una obra de inspiración kafkiana, que crea una atmósfera opresiva muy particular y refleja algunos de los rasgos principales que definen a la sociedad contemporánea”.

Es cierto que vivimos en un mundo y un tiempo con desquicio desmesurado, es por ello que la novela de Battista genera esa imagen, de la que se han convencido los lectores de Kafka, de que todo encierro —así como de ciertas locuras e incertidumbres— es kafkiano. Lo mismo que, podríamos decir, todo absurdo es digno de Ionesco.

Pero la realidad hecha artificio con personajes que aparecen y desaparecen por actos impropios según las normas establecidas por ciertos lugares, hace de la novela El simulacro de los espejos más que un guiño a nuestra sociedad contemporánea. La retrata como si estuviera contando la reclusión de personas que según “normas” —que en este caso se desconocen y trasgredirlas pasa a ser un delito— como tener tatuajes en la piel y ser de nacionalidad venezolana, que “merecen” ser expulsados, secuestrados, separados de su familia, especialmente de sus hijos.

Cualquier parecido con la realidad, es fantasía. No sé en donde leí o escuché esta frase, podría decir uno de los personajes de El Lugar, sitio enigmático que Battista escogió para contarnos una historia que puede ser factible, incluso en la ficción, porque retrata las relaciones humanas que se sostienen como si los personajes fueran actores que están siendo observados.

La clave de la historia está en los diálogos. Los personajes están dibujados por cómo piensan, expresados con el habla. Como dijera José Martí: “¿Quién no sabe que la lengua es jinete del pensamiento, y no su caballo?”.

El narrador también es un personaje o actor que desconoce en partes las claves que sostiene la historia que se devela con diálogos, fetiches y olvidos.

Vicente Battista expone cómo la moral conservadora hace uso de un discurso, que es hegemónico, para mostrar todas las prohibiciones y restricciones a las cuales la sociedad ha sometido a los individuos. La posibilidad de la transgresión es mal vista y si se logra, los individuos son desaparecidos.

Hay escritores que no se repiten aunque son considerados cultores de un género literario. Battista primero se formó en el cuento y obtuvo mención en Casa de Las Américas por Los muertos (1969) y su primera novela, El libro de todos los engaños (1984), es publicado cuando estaba exiliado en Europa. Siroco (1985) y Sucesos Argentinos (premio Planeta Argentina de Novela, 1995), son el comienzo de jugar en el género policial aunque el enigma es una carta que siempre está en juego en su literatura. Este último libro fue publicado por la editorial Gallimard en 2000.

El narrador de Gutiérrez a secas (2001) tiene un dejo en el tono de El simulacro de los espejos. Más bien al revés, quizás. Sin duda, es el mismo autor pero con la madurez que da el tiempo. Así como Cuaderno del ausente (2009) y Ojos que no ven (2012) son un díptico que puede leerse en el orden cronológico en que fueron publicadas, si el lector así lo prefiere.

El simulacro de los espejos fue publicada en 2024 por Hugo Benjamín (Argentina) y Garzamora Ediciones (Venezuela). El título lo toma de un texto de Jorge Luis Borges, un alérgico a la escritura de novelas por dos razones: una, su “incorregible holgazanería”, y la otra, porque gustaba vigilar lo que escribía “y, desde luego, es más fácil vigilar un cuento, en razón de su brevedad, que vigilar una novela”.

En El simulacro de los espejos Vicente Battista vigila la novela con maestría singular, humor y fidelidad con sus personajes porque lo ha escrito desde El Lugar hasta el punto final.

Solo existe lo que no existe

Nada es real.

Tan tajante afirmación puede que sea la clave para desvelar el sentido de El simulacro de los espejos, la novela de Vicente Battista ganadora de la última edición del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos.

Al menos a eso apunta el título de la obra, un guiño al lector para advertirle que está ingresando a terrenos movedizos. En el mismo sentido discurre el epígrafe en el cual Borges afirma su convicción de que espacio y tiempo son nociones del todo subjetivas: “El espacio y el tiempo (…) son instrumentos mágicos del alma”.

Tal vez valga la pena que quien entre a esta novela se familiarice con los conceptos de simulacro y simulación del filósofo francés Jean Baudrillard. Para Baudrillard, la realidad ya no existe en lo concreto sino en el conjunto de signos y símbolos que lo sustituyen. Esa realidad otra termina por ser tan autosuficiente que guarda poca o ninguna relación con aquella que le antecede.

En sintonía con tales propuestas, Battista ha creado un mundo alternativo que parece flotar en una burbuja hermética, sin contacto con lo que solemos entender como mundo real. Se trata de un espacio en el que toda regla se reinventa, se reforman las rutinas y se sigue un código particular de conducta cuya lógica no llegaremos nunca a dilucidar.

Se ha dicho que esta es una novela kafkiana por su cercanía con lo absurdo. Algo de cierto hay en ello. Resalta, sin embargo, una diferencia clave entre ambos autores: los personajes de Kafka se ven oprimidos por una fuerza cuyo origen desconocen y de la cual les es imposible escapar; los personajes de Battista, en cambio, se someten voluntariamente a arduas pruebas con el objetivo de colmar el deseo de entrar, con la categoría de Escogidos, a ese “Lugar” donde toda lógica, costumbre e historia parecen quedar fuera.

Esta realidad paralela se caracteriza por tocar lo trascendente a través de lo banal. De hecho, todo el relato está montado sobre la reiteración de los actos cotidianos más sencillos y triviales. Constreñida la acción a un espacio reducido identificado como La Sala, parece natural que lo que allí sucede hoy sea idéntico a los sucesos de ayer y a los que ocurrirán mañana.

Para reforzar la sensación de ciclo, de cosa cerrada, el narrador reitera sin descanso las mismas fórmulas verbales, de modo de transmitir al lector un ambiente de rutina que destierra hasta las más elementales emociones.

 Así pues, los eventos se describen una y otra vez con las mismas palabras. Los cuatrillizos Malerba hablan “en una lengua extraña, tal vez eslava o acaso ucraniana”. La fórmula se repite no menos de diecinueve veces a lo largo del relato.

Octavio, a quien se podría considerar el personaje principal y el único que cuestiona el orden existente en “El lugar” , se pregunta en no menos de cuarenta y cuatro ocasiones “¿Y ahora qué?”. Seguramente por eso es considerado una anomalía por la Administración de El Lugar.

La maestría de Battista reside en ir creando, en ese ambiente de aburrida rutina, un vigoroso suspenso, la expectativa de que algo está por ocurrir, que empuja al lector a seguir adentrándose en las páginas de la novela.

Hay un carácter lúdico que toca de principio a fin a El simulacro de los espejos. Sembrada de enigmas que nunca se resuelven, la novela es tierra fértil para todo tipo de interpretaciones. Una verdadera opera aperta cuyo mecanismo de funcionamiento ha sido anunciado, dentro del propio relato, por esas series que se muestran en las pantallas dispuestas en La Sala de las que se elimina el último capítulo, para que sean los espectadores quienes construyan los posibles desenlaces.

Hay, en fin, en El simulacro de los espejos una omnipresente virtualidad. Si nada es real, como se afirmó en la primera línea de esta nota, entonces todo es virtual. Hay una demostración evidente en esos espacios que se crean con solo depositar una mano sobre una pared vacía y de la cual surge lo que se desea en el momento, un bar, una biblioteca o un gimnasio.

No en balde, la última tertulia organizada por Requejo, ese alter ego del autor, tiene como tema central la inteligencia artificial. Probablemente, el oscurecimiento final de las claraboyas que iluminan El Lugar se deba al accionar del botón de apagado que anula toda la simulación.