Mariana Enríquez: terror sí, miedo no

¿Puede haber terror sin miedo? Quizás, si se entiende por terror una etiqueta que se le endosa al texto literario y como miedo el efecto de ese texto sobre el ánimo del lector.

Sucede en Un lugar soleado para gente sombría de Mariana Enríquez. Las narraciones allí incluidas contienen con los elementos propios de la literatura de terror: fantasmas, ambientaciones tenebrosas, misterios, pero no dan miedo.

En este libro, lo sobrenatural, lo terrorífico parece ser siempre marginal. La historia se centra en los vivos y sus circunstancias, en la soledad, en las contradicciones y los miedos; pero no en el miedo a lo sobrenatural, sino en  miedos mucho más mundanos relacionados con las miserias del diario vivir.

Lo cierto es que los fantasmas y las aparentes situaciones sobrenaturales de los cuentos de Enríquez son demasiado cotidianas para infundir temor. Esa cotidianidad se evidencia en la actitud relajada con la que los vivos reconocen y aceptan la presencia de los muertos. Quizás porque son muertos que sufren, muertos solitarios y desorientados, que más que temor despiertan compasión. Pasa, por ejemplo, en el cuento “Mis muertos tristes” en el que la narradora asume el rol de consolar y tranquilizar a los aterrados fantasmas.

La cotidianidad está también asociada con los objetos. Una adolescente asesinada a tiros saca una foto de la narradora con “su Samsung fantasma”. “¿Dónde estará mi imagen?”, se pregunta la voz que narra.

Las historias incluidas en el libro oscilan entre lo fantástico y lo maravilloso.

El mundo de los vivos se hace presente, además, por la persistente abundancia de situaciones que solo a ellos atañe: una clase media fascistoide incapaz del menor acto de solidaridad; la desmitificación de la pureza y honestidad de los inmigrantes a quienes se descubre “pobres y ladronzuelos”; el abierto cinismo contra elementos de la cultura popular tan extendidos como el así llamado pensamiento positivo.

Los cuentos de terror clásicos no suelen pasearse por problemas que solo incumben a los vivos. Se enfocan, antes bien, en las situaciones sobrenaturales o extraordinarias que se suponen deben mover el ánimo del lector hacia el miedo y el espanto. Cuentos clásicos como los de Lovecraft si llegan a interesarse en el mundo de los vivos es, en todo caso, para describir la psicología de un personajes patológicamente interesado en el mundo de los muertos, pero no se involucran con un contexto en el que hay asomos de una realidad cotidiana que alcanza, por ejemplo, a las dictaduras militares o la pobreza, como sucede en los relatos de Enríquez.

De otro lado, estos cuentos son demasiado ambiguos al dibujar la relación de los personajes vivos con su contraparte de ultratumba. En general, no se alcanza a saber si son realmente presencias del más allá o producto de la imaginación del personaje vivo que narra; aunque también puede darse el caso contrario en el que sospechemos que quien narra es un fantasma que no sabe que está muerto y los observados son los agresivos vivientes que los visitan, como parece suceder en el cuento “Los pájaros de la noche”.

Las historias incluidas en el libro oscilan entre lo fantástico y lo maravilloso, de acuerdo con la definición que de ambos conceptos hizo el teórica búlgaro Tzvetan Todorov. Según las definiciones de Todorov, lo fantástico se caracterizaría por la incorporación de elementos que no pueden explicarse por las leyes naturales; mientras que lo maravilloso estaría constituido por hechos o personajes extraños, pero que a la larga podríamos explicar racionalmente.

Enríquez tampoco construye desenlaces sorprendentes y epifánicos que aclaren, tanto para sus propios personajes como para el lector, las diversas circunstancias que se desarrollan a lo largo de la narración. Sus finales contribuyen a mantener la ambigüedad que campea a todo lo largo del relato. El lector se encuentra entonces frente a un final abierto en el que asoma más de una causa probable para lo que acaba de leer.

O bien la narrativa de Mariana Enríquez redefine lo que solemos denominar literatura de terror o se requiere, según mi criterio, de una etiqueta distinta para caracterizar estos extraordinarios relatos.

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