Historia de la muerte y la ceniza

La forma y el tono de la novela policial depende de quien sea el detective, ese personaje que a lo largo del tiempo se ha revestido de ciertas características que, al repetirse de un autor a otro, han terminado por conformar un arquetipo perfectamente reconocible, que los lectores esperan encontrar en cuanta novela les cae en las manos.

Si tal es el caso del lector, cabe esperar que el dilema del escritor sea el opuesto: imaginar, y crear, un detective que escape de esa especie de molde prefabricado al construir su personaje.

Puede decirse que Pablo De Santis juega fuerte en La cabalgata de las valquirias a la hora de crear a su comisario, Conrado Nebra, a quien envían a investigar un crimen en un remoto poblado. Personaje mucho más humano que ese arquetipo imperturbable de la novela policial, Nebra se descubre agudo, pero sin aires de infalibilidad; acosado por la figura de un padre que predica un modelo de conducta poco acorde con sus propios criterios; atado a una vida carente de cualquier rasgo épico; y con una relación adversa con el resto de los personajes. Conrado Nebra termina así por encarnar a un ser humano cuya normalidad despierta, a un tiempo, admiración, simpatía y, por momentos, una compasión solidaria hacia alguien atrapado en su circunstancia.

Esa conformación poco ortodoxa del detective está ligada, ¿cómo no?, a una particular concepción del crimen.

Alejada de todo maniqueísmo, La cabalgata de las valquirias carece tanto de malvados como de inocentes absolutos, lo que da a la trama una inesperada y a la vez sorprendente complejidad.

El narrador, es decir, el propio comisario, expresa su experiencia con el crimen con lo que parece una reflexión filosófica sobre la condición humana: “…se busca la encarnación del mal y solo se obtiene la estupidez, el sinsentido y la locura.”

La estupidez, el sinsentido y la locura le abren paso a la ironía que ocupa un lugar de privilegio en muchas de las páginas de esta novela. La propia historia resulta irónica, dado que los supuestos criminales parecen estar guiados por lo que ellos mismos, y no pocos de quienes los rodean, conciben como propósitos nobles.

La ironía, además, suele estar presente en los diálogos. A través de ellos se deja claro el modo como los individuos se relacionan a lo largo de la novela, a la vez que se pone en evidencia una ominosa hostilidad entre los humanos y de parte del propio ambiente en el que se desarrolla la historia.

Diálogos cortantes que muestran, sin que medien explicaciones, una omnipresente antipatía:

“—¿Usted va al acto de la biblioteca, Valeri?

—No. Le cedo la dosis de color local que me corresponde a los visitantes ilustres como usted.”

La propensión a la intertextualidad propia de la novela contemporánea, y que con tanta frecuencia se hace presente en estos tiempos, es común en esta obra de De Santis. Abundan en La cabalgata de las valquirias las referencias a otros textos. Así, por ejemplo, la alusión a Hansel y Gretel, el cuento recopilado por los hermanos Grimm, le sirve al narrador para hacer una breve reflexión sobre los elementos y la estructura de las narraciones infantiles, género que él mismo cultiva.

La intertextualidad sirve también para hacer conexiones tangenciales con otros autores de novela policial; alusiones de las cuales, como lectores, sospecharemos que se trata de las preferencias literarias del propio autor.

Las referencias a otros libros sirven, finalmente, para desdecir del carácter fidedigno de ese armado de mentiras que suele ser la novela.

Al indagar sobre la víctima el comisario pregunta:

“—¿Leía libros?

—Leía el diario. Algún libro de historia o biografías. No le gustaban las novelas. Quería leer cosas que fueran verdad.” Con esos elementos que la individualizan, La cabalgata de las valquirias adquiere una real autonomía de vuelo en el mundo de la novela policial. Añádase una anécdota que se complica justo cuando el lector cree haber encontrado la salida del laberinto; un lenguaje lleno de reflexiones cargadas de cinismo y no poco humor, que le dan densidad a todo el relato; y, en fin, una lectura agradable y seductora que fluye sin tropiezos hasta la última página.

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