Día 1. Inauguración
La aguja de marear apuntaba a los espacios del Teatro Teresa Carreño y al circuito de museos de Caracas, espacios donde estaría instalada esa ínsula de libros donde el eterno viajero esperaba encontrar una corte de pretendientes encarnados en uniformes, corbatas y toda suerte de galas que tratarían de impedir por todos los medios su encuentro piel a piel con los asistentes a esa suerte de Amalivaca de las letras, aquella obra dorada de César Rengifo, que es la Feria Internacional del Libro de Venezuela. La pluma de Ulises iba a así tras una hermana, con la esperanza a cuestas de que, sin saberlo acaso, lo esperara, colmara sus deseos de voyeur y dejara retratarse por el lente y las palabras. Tarea difícil, parecía, pues este día solemne estaba aparentemente reservado a la élite y sus ceremonias, sus restricciones, sus alturas. Pero esta tierra donde lo inesperado mueve el timón de la vida tenía reservada su sorpresa al viajero que se creía derrotado de antemano, pues el lente que pretendía capturar el detalle de alguna peca tostada por el sol en el rostro de alguna osada que se paseara por las que Ulises concebía como custodiadas mazmorras que solo a partir del alba recobrarían su luz para albergar la feria, se encontró con una multitud ávida de libros que antes de la apertura oficial ya era dueña de la feria, de su feria. Toda esa masa anónima que jamás ha empuñado la pluma, sea por timidez o por la razón que fuera, espera cada año su Filven con ansia, como quien busca ese dorado, la historia de miles de vidas o incluso su propia vida narrada en alguna página perdida entre pilas de libros. La búsqueda sin duda impregnará sus manos y sus ropas de polvo, y sus cuerpos al final del día sentirán el peso del mucho andar, pero es un mínimo sacrificio ante el gran tesoro que para los caraqueños significa tener la oportunidad de visitar cada año su querida y ya tradicional Feria Internacional del Libro de Venezuela.
Queda inaugurada así por el pueblo la Filven 2015.
J. Leal