El Eternauta eternamente

La ciencia ficción es uno de los géneros —junto a la novela negra— que critican al capitalismo. Esta afirmación no es propia, sino de Ricardo Piglia quien reflexionó al respecto ante una pregunta que le hicieran periodistas unas 24 horas antes de recibir, en Caracas, el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos en 2011. 

El cómic El Eternauta no escapa a esta visión sobre el capitalismo y el colonialismo, más ahora, que gracias a la serie en Netflix, se generó una renovación de la memoria, de no olvidar que su creador, Héctor Germán Oesterheld, fue detenido y desaparecido por la dictadura militar argentina en 1977. También sus cuatros hijas fueron secuestradas y asesinadas.

Y digo renovación de la memoria porque por las redes digitales y paredes, ante la edulcorada imagen de la serie audiovisual de El Eternauta se ha desplegado una campaña voluntaria de visibilizar la obra más allá del entretenimiento, de analizar los propósitos del autor que la nieve del sistema capitalista había detenido en el tiempo como si fuera algo vintage.

Nunca faltan personas que consumen la pastilla azul, como en Matrix, y piden no politizar la serie que está muy bien realizada y actuada, protagonizada por Ricardo Darín.

Oesterheld creó El Eternauta como una historieta que ilustró Francisco Solano López y se publicó entre 1957 y 1959. Fue la primera edición, escrita al pulso de las críticas y expectativas de los lectores en la medida que aparecían las entregas semanales. En 1969 tuvo una segunda edición ilustrada por Alberto Breccia, que fue truncada por diferencias políticas con la editorial. Todas estas ediciones se realizaron en tiempos convulsos en Argentina en donde los asesinatos políticos por parte de los gobiernos de facto eran moneda corriente.

La segunda parte, publicada en 1976, nuevamente con el ilustrador López, tiene un carácter más político, debido a la represión de la dictadura argentina, sin perder el valor literario.

La influencia de las obras La máquina del tiempo (1895) y La guerra de los mundos (1898), de H. G. Wells es lo primero que salta a la vista con la diferencia notable de que Oesterheld hace énfasis en que el héroe es colectivo.

El tiempo es un recurso utilizado para desencadenar la historia. Ocurre todo en el futuro y la narración que se presentó por casi dos años, semanalmente, es apenas media hora, que se advierte en la segunda parte de la historieta. 

En la serie de Netflix que dirigió Bruno Stagnaro nadie regresa del futuro para contar que hubo una invasión alienígena, nadie se hace llamar “Eternauta”. Las acciones de los personajes de la serie audiovisual están narradas en presente, construidas a la medida de la narración del género cinematográfico que toma como base —y en buena medida es fiel— la historia de Oesterheld y allí radica su éxito global.

Cada género a su género y cada tiempo a su tiempo. En la historieta hay un personaje que se considera necesario en la historia: un historiador preocupado por registrar cada uno de los hechos, un Heródoto de un tiempo futuro que quiere registrar la realidad para futuras generaciones. Sólo que los lectores de la historieta están en un tiempo que supone el presente. Pero, para quienes lo leemos hoy, ¿qué tiempo es?

Suena confuso, pero si algo tiene la ciencia ficción es la capacidad de adelantarse y retroceder en el tiempo. Es por ello que en El Eternauta la realidad es el futuro y el presente al mismo tiempo. No hay confusiones para el lector.

Javier Argüello con su libro El día que inventamos la realidad plantea o más bien afirma con todos los historiadores que la Historia como disciplina comienza con Heródoto. Pero señala que esto no es casualidad. Que muchas cosas tuvieron que suceder en su tiempo para que los mitos pasaran al campo de la fantasía y dejaran de ser parte de la realidad.

El Eternauta es parte de la historia argentina, como los 30 mil desaparecidos de la dictadura militar que el régimen actual de ese país quiere negar. No es casual que se reviva que el sueño es colectivo, así como también lo son los héroes en un mundo donde se propicia el “sálvese quien pueda”.

La sensibilidad del fascismo

No me parece que se pueda escribir sobre El eternauta si no es recordando de antemano que su autor, Hector Germán Oesterheld, fue primero desaparecido y después asesinado por la sangrienta dictadura argentina de los años setenta y ochenta.

Si el sadismo tiene límites, tales límites no se manifestaron en el caso de Oesterheld. Estando el escritor ya preso, la tiranía mató, una por una, a sus cuatro hijas. Como si esos crímenes no revistieran suficiente crueldad en sí mismos, durante el periodo de cárcel y tortura de Oesterheld los esbirros tuvieron buen cuidado, según contó José Pablo Feinmann. de mostrarle las fotos de los cadáveres torturados de sus hijas a medida que esos crímenes se sucedían.

Opositor radical del fascismo, Oesterheld, siguiendo el ejemplo de hijas y yernos, se afilió al movimiento Montoneros para resistir a la dictadura.

Tiene sentido, en este contexto, preguntarse qué pesó más en su arresto, si la militancia política o el impacto popular de la segunda parte de El eternauta, eventualmente leído como un alegato en contra de la junta militar.

Si se juzga por la feroz censura que en ese período se impuso no solo a los medios de comunicación, sino a la cultura en general, se puede concluir que alguien en el gobierno vio con claridad el efecto que El eternauta podía tener en la resistencia a la autocracia.

No cuesta, pues, imaginarse a los esbirros que torturaron a Osterheld hasta la muerte haciendo chistes sobre extraterrestres o llamándolo irónicamente Juan Salvo, personaje principal de la historieta, mientras pasaban de una técnica de tortura a otra.

Y sin embargo, en la propia historieta no es del todo manifiesta la relación entre los invasores venidos del espacio exterior y el feroz despotismo de Videla y compañía. De hecho, es probable que muchos lectores recorrieran las páginas de El eternauta con la misma actitud con la que se lee una buena historia de aventuras, es decir, imbuidos de lo allí narrado, pero sin buscar ulteriores significaciones; lo cual prueba que, a pesar de la clara intencionalidad del autor, El eternauta evadió, dada su calidad artística, el peligro de caer en el panfleto. Partiendo de lo anterior, podría darse una larga discusión sobre la eficacia política de El eternauta, que si no fue advertida a conciencia por algunos lectores, tenemos pruebas más que suficientes de que no escapó a la sensibilidad fascista de los gestores de la junta militar.

Y aquí es necesario insistir en la calidad estética e imaginativa de la obra de Oesterheld. Una calidad que se hace evidente, antes que nada, por la manera tan personal -y argentina- con la que el autor construye una historia cuyo germen, la invasión extraterrestre, había sido trabajado con anterioridad por múltiples autores.

Si la historia que se narra en El eternauta refleja, como tantas veces se ha dicho, la postura política de Oesterheld en contra del gobierno militar, ese reflejo habrá sido de mucha más fácil percepción por parte de los lectores ideales de su obra es decir, el pueblo argentino, que en ese momento sufría la represión indiscriminada. No en balde Oesterheld situá su relato en Buenos Aires e incorpora en él un conjunto de marcas que anclan profundamente el relato en suelo argentino. En esas marcas, ademas de expresiones culturales como el tango, figuran locaciones precisas de Buenos Aires. La ironía quiso que entre esas locaciones se encuentre la famosa ESMA, Escuela de Mecánica de la Armada, que la junta militar convertiría en su momento en sitio icónico de tortura y de muerte.

El eternauta se distingue también por un lenguaje que rebasa en mucho la llaneza verbal que suele exigirse en las narraciones ilustradas, como las historietas. En ellas se espera que el texto escrito sea poco menos que un apéndice de las ilustraciones. Muy por el contrario, en El eternauta sorprende la preeminencia del lenguaje y su calidad estética. Oesterheld era un consumado escritor de literatura y, cabe recordar, a este respecto, que la primera versión de esta historia fue en realidad un cuento largo que publicaría póstumamente, en 2001, la editorial Colihue con el título El eternauta y otros cuentos.