Llama la atención, cuando se lee No es un río, que a estas alturas nadie con aspiraciones de psicoanalista haya establecido alguna relación entre el nombre de su autora y el ambiente en el que se desenvuelven sus novelas. Nativa de la región del Paraná, en Argentina, Selva Almada parece hacerle honor a su nombre en novelas en las que, literalmente, la selva, o mejor la naturaleza, tiene alma, una, además, llena de violencia.
Una violencia, por cierto, que solemos asociar más con escritores y personajes masculinos. Evidentemente, Selva Almada ha sabido sortear ese obstáculo con tal maestría que puede decirse que No es un rio es una novela que habla fuerte con voz de varón. Una voz tomada del lenguaje popular circundante y que ella ha sabido trasvasar a su escritura.
Dotar sus obras del tono, e incluso del espíritu, del discurso oral ha sido, por siglos, una aspiración de los novelistas cumplida siempre a medias. Almada lo ensaya en su obra y puede decirse que llega lejos en el intento.
De haber leído No es un río, Walter Ong bien habría podido sustentar con este texto sus hipótesis acerca de la oralidad. Los personajes de Almada, por ejemplo, son rústicos, primitivos, con una organización de la realidad que se queda en lo elemental y lo aparente; tal como lo hubiera querido Ong para que se cumpliese su propuesta según la cual la oralidad es el estado original de la humanidad; que es aditiva y redundante, y con una interacción fluida entre el que habla y el que oye.

No en balde, los personajes de No es un rio exhiben un pensamiento concreto, incluso cuando aluden a eventos o personajes fantásticos o sobrenaturales. Un pensamiento que se expresa en oraciones que sorprenden por su brevedad, y en cuyos diálogos se reitera la forma verbal “dice” para marcar el cambio de roles entre el emisor y el receptor.
El tono oral introduce un mundo marcado, al menos en apariencia, por la simplicidad. Una vida en pequeño, reducida a un conjunto de actos comunes e intrascendentes: pescar, beber, regresar a lo mismo una y otra vez.
En No es un rio resuena con fuerza un ruralismo cultivado al detalle por la novela latinoamericana desde sus inicios hasta bastante entrado el siglo XX. Puede ser rastreado desde el eco americano del Romanticismo, pasando por la novela de la tierra, hasta los cuentos de autores como Horacio Quiroga.
Selva Almada recrea a su manera la naturaleza animada de esos textos, pero no insiste en la creación de personajes que por su visión del mundo o por su vida interior compitan con esa naturaleza omnímoda.
Desde el título mismo, sabemos que el rio no es un simple accidente geográfico. Todo en la novela, cuando se alude a la naturaleza, se orienta a dotarla de vida, poder y magia. Sucede con el rio, sucede con el bosque y se muestra también en la percepción que los personajes tienen del entorno. No es casualidad que toda la peripecia que se narra tenga origen en algo tan simple como una raya pescada y luego desechada, pero es que en esta novela no hay nada que sea genérico. El rio “no es un rio, es ese rio”; y no es una raya, “es esta raya”. La individualización de cada elemento natural apunta a la búsqueda de una esencialidad que se carga de simbolismos, de valores culturales e incluso de magia. Así, pues, la raya es “una novia en la profundidad sin luz. Echada en el limo o planeando con sus tules, magnolia del agua”.
Almada juega con niveles de percepción de la realidad en los que no hay nada seguro, salvo la llaneza con la que se introducen al relato eventos y personajes de quienes no puede afirmarse siquiera si están vivos o muertos. Frente a eso, sorprende la normalidad con la que el resto de personajes vive -no piensa, no analiza- la presencia de, por ejemplo, esas dos hermanas de quienes sospechamos que están muertas, al menos durante la mitad de la novela, aunque no haya certeza posible.
Con una prosa de raigambre oral que dota de vida y simbolismo a cada elemento, Selva Almada aporta al cauce de la literatura latinoamericana al fusionar un ruralismo atávico con una oralidad visceral que desafía géneros y expectativas. No es un río construye un universo donde el entorno es un personaje omnipotente y la frontera entre lo real y lo sobrenatural se desvanece sin aviso; todo en una atmósfera donde lo mágico impregna la realidad y la selva palpita con una carga sagrada y animista.



Escritor, doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Iowa, magíster en Literatura Latinoamericana y profesor jubilado de la Universidad del Zulia. Fue galardonado con el Premio Regional de Literatura Jesús Enrique Losada (2000). Asimismo, se hizo acreedor del segundo lugar del concurso Los niños del Mercosur, de la editorial Comunicarte (Argentina, 2007).







