Benito Yrady y la novela del petróleo

Existía la leyenda de que el petróleo no había llegado a la novela venezolana. Las páginas literarias hace más de 50 años atizaban esta ausencia o baja producción literaria frente a las novelas sobre la dictadura gomecista o perezjimenista.

El ensayista Gustavo Luis Carrera en su libro La novela del petróleo de Venezuela, publicado en 1971, afirma categóricamente que cinco novelas petroleras son las “propiamente dichas”: Mancha de aceite (1935), de César Uribe Piedrahíta; Mene (1936) y Casandra (1957), de Ramón Díaz Sánchez; Guachimanes (1954), de Gabriel Bracho Montiel, y Oficina N° 1 (1961), de Miguel Otero Silva.

Algunas otras novelas mencionan el petróleo, su paisaje o las relaciones que se impusieron con las transnacionales petroleras y el gobierno estadounidense, sin embargo no poseían suficientes grados API como para considerarlas de novelas del petróleo.

Antes de finalizar esa década, Benito Yrady, un joven escritor nacido en El Tigre, aparece en la escena literaria con el libro de cuentos, que tangencialmente toca el petróleo, Zona de tolerancia (1978), y luego, prácticamente, el autor desaparece de este escenario para ocuparse en cuerpo y alma a lo que llaman la “gerencia cultural”. Se ganó por un lado, y por otro, se acumularon conocimientos de los saberes de un pueblo tan variado en su cultura.

Pasaron más de cincuenta años, pero la escritura y la literatura siempre estuvieron allí, en Benito Yrady, a la espera de su turno. Hasta que llegó la pandemia y la decisión de contar las nostalgias y sueños de unos personajes foráneos que hablan de sus tierras —en donde intervienen James Joyce, Ernest Hemingway, Walt Withman, entre otros—, y de un “país del petróleo”.

La obra en cuestión es la novela Historia del señor Cody (2024), que aparece en el catálogo de Monte Avila Editores en los días en que Benito Yrady es el escritor homenajeado de la 20.ª Feria Internacional del Libro de Venezuela.

En ella se mantiene una relación lúdica entre el lector y narrador. Nos transporta a una lectura de Joyce como si el escritor irlandés hablara y se paseara por este país del petróleo.

A veces pecamos al resumir una obra con una enumeración o descripción que quizás no dice mucho. Ricardo Piglia diría que cada lectura es una perspectiva del lector.

La lectura, y con ella los sueños y la nostalgia, es quizás el recurso literario que nos conduce a historias mínimas que transcurren paralelamente o son causas y consecuencias en la novela Historia del señor Cody. Es “el impulso de tener el hogar en todas partes”, diría el poeta Novalis.

Pero la lectura no es solamente aquella que experimentamos con los libros, sino, también, con historias orales, mitos de nuestros pueblos originarios y, por supuesto, la realidad que enfrentamos constantemente por el simple hecho de vivir. Joyce, uno de los escritores que acompaña toda la novela y a Benito, como lector, se preocupaba por la velocidad en que se lee en los sueños.

“Hay una relación entre la lectura y lo real, pero también hay una relación entre la lectura y los sueños, y en ese doble vínculo la novela ha tramado su historia”, reflexiona Piglia en El último lector para responder en parte “¿Qué es un lector?”.

Pero también existe otra historia, la de la mítica búsqueda de El dorado, que por siglos buscaron colonos de los imperios británicos, españoles y portugueses. La riqueza de variados minerales que no encontraron porque no estaba a simple vista los enloqueció, pero el petróleo, al final, fue el dorado buscado que le dio apellido a un país.

David Cody, según recuerda Oscar Lynch, dijo que “no hay país semejante y tan hermoso” y entre delirios que lo puede confirmar la realidad, exclamó: “¡Como Raleigh también digo que no cubre el sol país tan rico en el mundo! Todo eso lo tiene el verdadero país del petróleo”.

En El hacedor, Jorge Luis Borges incluyó un extenso poema que su comienzo podría ser lo que Benito Yrady logra con la novela Historia del señor Cody: “Nadie puede escribir un libro. Para / que un libro sea verdaderamente, / se requieren la aurora y el poniente, / siglos, armas y el mar que une y separa”.

El escandaloso silencio del crimen

Es antigua la táctica de negar la existencia y resistencia de un pueblo, advierte en un reportaje que publicó hace 50 años Rodolfo Walsh bajo el tituló “La revolución palestina” y comienza así: “Tres millones de palestinos despojados de su patria cuestionan todo arreglo de paz en Medio Oriente”.

Walsh expone en los primeros párrafos la declaración de quien fuera primera ministra de Israel, Golda Meir: “¿Palestinos? No sé lo que es eso”, para dar a conocer “la eficacia ilusoria del argumento, utilizado en Argelia, Vietnam, colonias portuguesas, para negar la existencia de sus movimientos de liberación”.

Parece Un detalle menor, como el título de la novela de la escritora palestina Adania Shibli, hace 50 años nació en Galilea. En 2023 debió recibir en la 75ª Feria del Libro de Fráncfort el premio LiBeraturpreis, pero fue censurada. Detalles a tomar en cuenta.

El eufemismo que utilizan los medios hegemónicos es que está “postergada” la ceremonia, solo que hasta ahora no hay fecha para la entrega del premio.

La autora descree de todos aquellos que están al frente —y detrás— de la organización del premio literario. “Quizás se pueda celebrar la ceremonia de entrega en el futuro. Quizás están esperando a que el libro se haga mejor con el tiempo”, declaró a la prensa durante la reciente Feria del Libro de Madrid.

El uso del lenguaje no ha cambiado y la historia del crimen contra el pueblo palestino no empezó ayer, como quieren hacer parecer. Shibli se hace las mismas preguntas en su novela y saca a relucir la violación y asesinato de una muchacha palestina por soldados israelís durante la ocupación en 1949.

Un detalle menor es la reconstrucción a partir de las nuevas situaciones que no son tan novísimas, pero que el vértigo que han impuesto las nuevas redes de comunicación ha logrado poner la mirada sobre los intereses de los grandes capitales.

Los crímenes son atroces y no merecen comparación, pero tampoco hay canciones al estilo de “We are the world, we are the children”, para las niñas y niños asesinados en Gaza por los ataques militares de Israel. El silencio mundial es escandaloso.

El libro de Shibli usa el lenguaje del colonizador como forma de denuncia para mostrar que los palestinos son tratados como animales, que deben ser eliminados del territorio que los sionistas ocupan con violencia militar.

Ella, el personaje, es palestina. Sus recuerdos se han desdibujados y busca respuestas en un tiempo en que todo es confuso o nos quieren hacer parecer que son otros tiempos y que ha cambiado. Todo comienza por un detalle menor, por lo que parece cotidiano, lo que sorprende y le hace evocar una historia, replantear en su memoria una geografía que ahora es tierra ajena, militarizada. 

Debe vivir y sobrevivir a un aparato político que no comprende porque la anula. Necesita desplazarse, apartar miedos, dudas e indagar.

No es una historia de ciencia ficción pero me lleva a las palabras de uno de los autores fundamentales del género, Philip K. Dick: “Estoy seguro de que no me creen, y de que tampoco creen que creo en lo que afirmo. Son libres de creerme o no, pero al menos crean esto: no estoy bromeando”.

Pensemos por un momento en una ucronía —así como en El hombre en el castillo, de P. K. Dick—, que en vez de entregar a Israel las tierras de Palestina prosperó la tesis de Joseph Otmar Hefter y a los judíos se les dio “un territorio entre la Guyana Británica, Venezuela y Brasil”, es decir, nuestra Guayana Esequiba. 

Los colonizadores se imponen a sangre y muerte. El lenguaje se expresa con la fuerza de sus fusiles y cañones. Las víctimas guardan silencio, resisten. Tienen todas las formas de luchas para la resistencia, entre ellas está la literatura.

La autora en referencia a su libro e incluso a la realidad de su pueblo considera que el lenguaje de las víctimas “está roto, no saben dónde empezar y dónde acabar, están confusas, mascullan. Es un lenguaje típico del contexto palestino”.

Palestina ayer y hoy no es un detalle, mucho menos menor, y urge la comprensión del genocidio que está cometiendo el estado de Israel contra el pueblo palestino.

Biografías que alumbran con luz propia

Las biografías nos permiten acercarnos a personajes para comprender ciertos momentos históricos a la luz de su protagonismo. Las hay de todo tipo y no existe una forma exclusiva, narrativamente hablando, de escribirlas. 

Existen obras de ficción sobre ciertos personajes históricos que dicen mucho más que cualquier biografía. Pondremos por caso tan solo la obra de teatro Galileo Galilei, de Bertolt Brecht, solo que se cuenta una parte de la vida de este inventor y astrónomo. Al fin de cuentas, podemos excusar al autor; es una obra dramática.

Entre las lecturas por las que guardo predilección están las novelas. La ficción, las historias o la forma en que están escritas son determinantes para adentrarnos en otras vidas, imaginarias o no. Fue así como llegué a Giordano Bruno, que forma parte —como teoría o tesis— de esos mundos paralelos o infinitos en la novela Un hombre en la oscuridad, de Paul Auster.

Busqué una biografía sobre este personaje histórico que intentó eludir a la Inquisición y conseguí Giordano Bruno, el hereje impenitente, de Michael White. Con esta, no solo puedes adentrarte en la vida del monje sino en cómo el conocimiento sobre la Tierra y el universo tomó otra visión debido a que las élites políticas y religiosas —católicas, para ser precisos— tomaron posturas en favor de la tesis geocentrista de Aristóteles.

Similar lectura tuve con Maja mía, la biografía que el periodista Ernesto Villegas Poljak escribió sobre su madre a propósito de cumplirse este año, el 12 de marzo, el centenario de su nacimiento. 

Digo similar porque a través de la vida de Maja Poljak, Villegas hace un contexto, pormenorizado, del tiempo que le tocó vivir a su madre y, con ella, a la humanidad, en primera instancia, por los crímenes que se llevaron a cabo con la II Guerra Mundial, los antecedentes tanto de croatas, como yugoslavos y alemanes. La migración de estos últimos a Venezuela en el siglo XIX y XX y su participación con el partido Nazi.

Todo lo relatado está fielmente referido con fuentes que buscó en periódicos y libros, impresos y digitales. Cada dato y posiciones políticas son el retrato de una época que cruza con los cumpleaños de Maja, Yanka, la hermana menor, o de su madre Klara.

No escatima en colocar los escritos de Maja publicados bajo el seudónimo de María Vera en el semanario Aquí está, órgano propagandístico del Partido Comunista en la década de los 40. Allí  publicó los avances de la URSS y aliados sobre el fascismo en Europa y parecía que escribía desde el lugar de los acontecimientos. 

El biógrafo retrata en esta obra a su madre con su brillo de luz propia como militante comunista y periodista forjada en las salas de redacción. También aparece retratado su padre Cruz Villegas con sus posiciones políticas, su militancia y el humor característico de estas tierras.

Ernesto Villegas Poljak considera que lo que mejor lo define es la palabra periodista. Así se presenta en privado, en público y en los libros que ha publicado. Considera que la de escritor no le calza porque hace periodismo a través de entrevistas, crónicas y reportajes.

Sin embargo, quien escribe biografías desde el ámbito del periodismo incursiona en el género periodismo literario. Lo literario estriba esencialmente en que se usan las técnicas narrativas, que también comparte con el periodismo. Es una “invitación hecha al escritor para que abrace la fascinante tarea de perpetuar los recuerdos y la trayectoria de un personaje famoso o anónimo”, plantea el periodista brasileño Francisco de Assis, en un ensayo publicado en la revista Quórum académico de la Universidad del Zulia.

La biografía es la “parte del periodismo literario que trata de la narrativa sobre un determinado personaje. El es el hilo conductor de toda la trama. Los sucesos, por más importantes que sean, son apenas satélites. Todo gira en torno de la historia de una vida”, afirma Felipe Pena.

Sin embargo, sin teorizar, Ernesto Villegas Poljak con su biografía Maja mía,  confirma que a través de la vida de su madre, los “satélites” son fundamentales para entender pasado, presente y futuro de la humanidad.

Las deudas de un escritor fantasma

Cuando me recomendaron leer a Paul Auster, a finales del siglo pasado, me sugirieron que primero viera la película Smoke y si me gustaba, que leyera La música del azar y La trilogía de Nueva York. La película es extraordinaria y con actores como Harvey Keitel y William Hurt cobra mejores críticas.

Conseguí los libros de La trilogía de Nueva York por separado. Ciudad de cristal, el primero, me atrapó desde la primera oración: “Todo empezó por un número equivocado, el teléfono sonó tres veces en mitad de la noche y la voz al otro lado preguntó por alguien que no era él”.

Hay maneras de conocer Nueva York y con Auster puedes llegar a caminar calles que no son las más transitadas. A vivir vidas con nombres imaginarios y literarios. Buscarse a sí mismo, con su nombre y apellido y tener vidas paralelas.

En Ciudad de cristal el autor plantea varias teorías. Una de ellas inquiere acerca de cuál puede ser la razón por la que a las cosas se les pone un nombre por su utilidad y se les sigue llamando igual cuando ya no tienen la utilidad por la que fueron nombradas.

De ahí en adelante, me convertí en lo que Stephen King llama “lector completista”. Leí casi toda la obra de Auster, incluida Jugada de presión (1984) que publicó bajo el seudónimo de Paul Benjamin —sus dos nombres de pila—, y mi biblioteca llegó a tener los colores de los libros de la colección Compacto y Panorama de narrativas de la editorial Anagrama.

En la colección Compacto (bolsillo) “se guardan las joyas de la corona”, dijo el editor Jorge Herralde en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2002. Ahí también están Vladimir Nabokov, Patricia Highsmith, Raymond Carver, entre tantos otros. Pero desde 2011, la obra de Auster pasó a las ediciones de bolsillo de la editorial Seix Barral (Grupo Planeta) por un millón de euros, transados en la Feria del Libro de Fráncfort.

“Como comprenderás, me resultó muy difícil renunciar a una suma tan elevada de dinero. Estoy a punto de cumplir 65 años, no sé cuántos libros seré capaz de escribir y el dinero me proporciona cierta tranquilidad con respecto a garantizar el futuro para Siri y Sophie cuando yo ya no sea capaz de ganar tanto como he ganado en el pasado”, le escribió Paul Auster a Herralde cuando el editor se enteró —y molestó— de que la decisión de abandonar Anagrama era por dinero.

Baumgartner fue su última novela. Apareció unos meses antes de que falleciera y, más que la muerte que se acerca, es la vejez de un escritor la que se impone en sus páginas. Narrar la lentitud de las acciones puede mostrar cierta maestría, aunque no llega a la exasperación que puede causar Kazuo Ishiguro con un par de sus personajes que están por más de veinte páginas dentro de un ascensor y tan solo han avanzado un par de pisos.

Auster ha sido un personaje invisible en cada una de sus novelas. Su vida volcada a la ficción sin que esta sea totalmente cierta, porque, en definitiva, la reconstrucción de las historias pasa a ser ficción.

Los títulos de sus novelas son merecedores de estudios literarios. La invención de la soledad —que no es una novela, pero parece— sugiere tantas cosas que podría ser un tratado de la vida, pero al ver que el libro tiene tan pocas páginas se desiste de la idea rápidamente.

En sus novelas trata siempre de presentar una teoría. En La música del azar el sistema de trata de personas se presenta a través de un deudor que, aun cuando cree que ha pagado la deuda, debe seguir trabajando como esclavo porque su deuda le ha hecho contraer otras.

También el autor es deudor en muchas de sus novelas, en donde encontrará que faltan 10 páginas para terminarla y está comenzando una historia tan extraordinaria que parece increíble que se esté acabando el libro.

El síndrome del miembro fantasma es lo que detona la historia de Baumgartner. Me pregunto si la desaparición de Auster generará en los lectores de sus novelas y ensayo el síndrome del escritor fantasma.

Ríos que desembocan en una novela

El pensamiento hecho escritura, desde la aparición del libro y, en especial, de la imprenta, se reproduce inalterable. El contenido de una obra no cambia, sin embargo, la lectura es tan variable, que más allá de la variedad de lectores, un mismo lector frente a una obra, en el transcurrir del tiempo, puede tener diferentes lecturas.

También suceden con las épocas, que de acuerdo a las modas editoriales una misma obra pude leerse de acuerdo al canon impuesto. Ricardo Piglia en una entrevista reflexionó que su libro Respiración artificial fue leída en diferentes momentos como novela epistolar, policial, histórica hasta llegar a ser posmoderna, cuando el posmodernismo estaba en boga. Sólo esperó que no se le leyera como un clásico.

De esta manera se va encasillando la literatura. Hay motivos comerciales y en menor medida, los académicos, para diseccionarla. Para quienes la producen, se les facilita la tarea de mercadear un producto y para quienes la venden, poderlas poner en los estantes adecuados.

Los editores, que tratan de mediar estilos, gustos y retorno de capital (a veces el capital no es solo dinero, aunque es factor importante en la estabilidad comercial) esperan o van tras autores que les permita a ambos la satisfacción de conseguir lectores.

En el siglo XIX, un editor le pide a un escritor que escriba novelas, pero el autor en ese momento le preocupaba los cambios que generaba la modernidad, la destrucción de lo que hoy se llaman monumentos patrimoniales, en especial de una catedral antiquísima en la ciudad de Paris a la que al parecer existía poco interés de los ciudadanos si la demolían o restauraban.

Escribió un artículo, cual manifiesto, que tituló “Guerra a los demoledores”. Fue publicado y traducido por Europa, pero nadie se movilizó para evitar que esta sufriera los demonios de la modernidad. Según Santiago Posteguillo en La sangre de los libros, el editor sentado al lado del autor en un banco de la iglesia, le dice:

“—Sabes que me prometiste una nueva novela y aún estoy esperando. […] Tus poemas, tus obras de teatro, tus artículos…: todo eso está muy bien, pero lo único que te va a dar dinero de verdad serán tus novelas. —Y se levantó, pero antes de irse añadió un par de frases—: Además, son las novelas las que ahora hacen famosa a la gente. El mundo ha cambiado. —Y el editor miró hacia las vidrieras blancas—. Todo ha cambiado. Como esta iglesia”.

Finalizada la conversación con el editor, Victor Hugo le prometió una novela que concienció a lectores con Nuestra Señora de Paris (1831) más que lo que logró con “Guerra a los demoledores”.

Hay escritores que giran sobre un tema y lo tratan en los géneros posibles —cuando de escritura se trata— o en oficios y artes.

La obra de Jorge Rodríguez Gómez tiene esa particularidad, que sus partes nos remiten a un todo y viceversa. La novela El mar que me regalas (2023), la primera que publica, nos remonta a sus cuentos que aparecieron en El sueño de los ciegos (2000) y La piel del lagarto (2015).

Entre los cuentos y la novela, aparecieron dos libros de poesía: Papeles de la demencia (2020) y Río quemado (2023), que también nos hace voltear hacia la novela, en especial el último poemario.

Todos los ríos no desembocan necesariamente en el mar, pero es lo más corriente. En la literatura, cada género responde a sus propios códigos, por tanto, desembocan en sí mismos. El autor, en este caso como poeta, permea en la estética literaria y hace transitar al lector por una experiencia lúdica que aunque cuente cosas del realismo sucio, “algo de esto debe tener el amor”, como dice un poema de Andrés Arias.

Jorge Rodríguez Gómez establece un diálogo entre sus narraciones y su poesía. En El mar que me regalas el tema político y el amor, así como el género policial están presentes, pero el lector tiene la palabra más allá de los cánones y las modas literarias, así sabremos cómo se está leyendo en estos momentos la literatura.

P. S.: Raúl Cazal publicó Cuántos mares nos llevan a la memoria sobre la obra de Jorge Rodríguez Gómez a propósito de su más reciente novela El mar que me regalas.

Cuentos de horror para gente con miedo

Horror y terror son sinónimos de acuerdo con cualquier diccionario, pero si nos cruzamos con un especialista literario puede dar una disertación sobre la diferencia de ambas palabras, a propósito del género fantástico que produce miedo a los lectores. Pero aquí empieza la confusión, porque miedo también es sinónimo de horror y terror.

Un lugar soleado para gente sombría, de Mariana Enríquez (Anagrama, marzo de 2024, lleva seis ediciones en menos de un mes de haber sido publicado), es catalogado como un libro de cuentos de horror. Los lectores podrán estar de acuerdo, pero cada quien desde su experiencia lectora y vital, más que producir miedo, sus personajes generan rabia por las pésimas decisiones y acciones de individuos de una clase social —la clase media, en específico—a la que le da horror vivir.

El novelista Michel Houellebecq, en H. P. Lovecraft Contra el mundo, contra la vida, sostiene que los personajes de este autor “fascinan, en parte, porque su sistema de valores es totalmente opuesto al nuestro. Racista congénito, abiertamente reaccionario”.

Los cuentos de Un lugar soleado para gente sombría están en dirección opuesta a Lovecraft, así como tampoco crea mitos sino que recrea aquellos que de forma oral se han trasmitido por siglos y que pueden llegar a ser parte del inconsciente colectivo.

A través de las redes sociales hemos topado con tanta maldad de ciertas personas que leerlas bajo la ficción de Enríquez te permite comprender que las injusticias generan fantasmas.

Mariana Enríquez atrapa a los lectores y genera reacciones en ellos gracias a ese enfrentamiento que existe entre los que están vivos y los fantasmas

Retomemos a Lovecraft: “Estoy tan harto de la humanidad y del mundo que nada logra interesarme a no ser que incluya, por lo menos, dos crímenes por página, o que trate de horrores innominados procedentes de espacios exteriores”.

Mientras transcribo la cita anterior, recibo mensajes de una amiga por wasap. Llegan con el sonido característico que es urgente leer. La velocidad en que cae cada mensaje lo delata. Transcribo línea por línea:

Qué horribles los cuentos de Mariana Enríquez.

Estoy leyendo Los peligros de fumar en la cama y estoy histérica.

Necesito que alguien malo muera en esta vida.

Acotación necesaria: La primera edición de Los peligros de fumar en la cama publicada por la editorial Anagrama apareció en febrero de 2017 y en enero de 2024 va por la 27.a edición.

Mariana Enríquez atrapa a los lectores y genera reacciones en ellos gracias a ese enfrentamiento que existe entre los que están vivos y los fantasmas, solo que ambos están atrapados, no sólo los espíritus de aquellos que pasaron a otro plano —como solemos decir por estas tierras.

Hay quienes leen ciertas obras de autores que le cambian la percepción sobre algunas personas, cosas o lugares. Para quienes se internan en la lectura de La llamada de Cthulhu, de H. P. Lovecraft, el mar ya no es un lugar idílico; It, de Stephen King, si usted tiene hijos y no ha visto la película y no está acostumbrado a este tipo de literatura, lo cierra en las primeras páginas porque sabe que algo horrible va a pasar.

Toda literatura de horror no implica miedo para quien lo lee. “Casa tomada”, cuento de Julio Cortázar, tiene todos los ingredientes de este género literario, solo que el miedo es el de los personajes. La lista puede ser extensa e innecesaria.

Los doce cuentos que componen Un lugar soleado para gente sombría, son singularmente envolventes como la música que la acompañó mientras construía las historias de este libro.

El playlist se consigue en Spotify con el homónimo del libro. La primera canción, Troy, de Sinéad O’Connor, que lleva el dolor en la voz, tiene mucho del cuento “Mis muertos tristes”.

Algunas frases de estas canciones podrían ser epígrafes o se han incrustado en parte de la historia, como lo ha confesado públicamente la autora. La música también navega con la lectura.

Si a usted le causa miedo los cuentos de horror, hay una canción de Charly García que puede utilizar para exorcizar: Rezo por vos.

Un mundo happy de Pérez Pirela

Miguel Ángel Pérez Pirela es un filósofo prestado a la comunicación, pero desde hace un buen tiempo, quizás antes de su exposición mediática, se dedicó a calentar el brazo de la literatura y de este trainning nos podemos percatar al leer Happy (2023), su más reciente novela.

Orgulloso marabino le rinde homenaje a su tierra natal al contar la vida de los pequeños seres al ritmo de gaita y a veces de vallenato —el desamor no tiene fronteras—, que reitera frases, textos, como si fueran estribillos.

En Happy el tiempo es más que pretérito y pretexto para la búsqueda de dramas, pasiones y dilemas. A veces la historia va hacia adelante que, como toda historia, hay que meter retroceso o hacer una pausa y relatar otra que pareciera no tener mucho que ver; pero estimado lector, ninguna pieza está de más, por más pequeña que esta sea, como las del escarabajo rojo que está presente en la portada y en momentos cruciales del personaje principal.

Italo Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio nos refiere que en “Sicilia el que cuenta historias emplea una fórmula: «lu cuntu nun metti tempu» [el cuento no lleva tiempo], cuando quiere saltar pasajes o indicar un intervalo de meses o de años. La técnica de la narración oral en la tradición popular responde a criterios de funcionalidad: descuida los detalles que no sirven, pero insiste en las repeticiones”.

Uno de los aciertos de Happy es el rescate de la oralidad, que Pérez Pirela logra con eficiencia cuando el narrador en pleno desarrollo de contar una acción, el personaje es quien remate la oración de manera directa, porque a veces, es mejor que lo explique uno mismo a que lo haga un tercero. Así sea con exageración, incluso.

Parte de los gustos literarios, que pueden ser del autor, el narrador o la abuela Fidelia —el único personaje que tiene nombre real, “a confesión de parte”— se ponen al descubierto. Su aparición puede ser como referencia de lectura universal o como personajes que suben al bus como pasajeros para acompañar a la abuela. Primero sube o se menciona a Baudelaire, y luego a “Kafka, Faulkner, Proust, Borges, Bolaño, García Márquez y Britto García”, en este orden.

Estos autores surgen porque quien narra asume que algún día será escritor y si le preguntan a Pérez Pirela cuánto tiempo le llevó escribir Happy, sin ningún ápice de duda le contestará 46 años. Una novela madurada por la vida. Sólo la muerte, en la realidad o en la ficción, logra que la novela surja con eficacia y que da pie para pensar que la historia pudiera ser cíclica o tan solo es el destino.

Son contados los libros que el tema se condensa en el título en una palabra. Seguramente, por admiración, sigue los pasos de uno de nuestros más importantes escritores del siglo XX, Luis Britto García, a quien menciona entre el grupo de escritores que cuenta con tres obras emblemáticas: Rajatabla, Abrapalabra y Pirata. Las dos primeras fueron premio Casa de Las Américas en cuento y novela, respectivamente, en la década de los 70.

Pérez Pirela encuentra esta mediación con Britto García, aunque entre los escritores mencionados, algunos también cumplen con esta característica en los títulos. William Faulkner cuenta con varios libros con títulos de una sola palabra en la portada: Sartoris es uno de ellos; mientras que Jorge Luis Borges con uno de cuentos, Ficciones, divididos en dos partes: “El jardín de senderos que se bifurcan” y “Artificios”. Roberto Bolaño tiene dos novelas: Amberes y Amuleto, que por cierto, son posteriores a Los detectives salvajes, premio Rómulo Gallegos en 1999.

En estos tiempos en que los audiolibros están en boga, Happy también tendría la misma aceptación que tienen las descargas gratuitas del libro digital y que en ningún momento compite con el libro impreso, más bien se acompañan para llegar a los lectores que disfrutan que en este pueblo no hay tristeza que valga. Aquí hasta los muertos beben.

Tres cuerpos frente a la hoguera

Inusitadamente los lectores de la ciencia ficción se han topado con la novela El problema de los tres cuerpos del escritor chino Cixin Liu. Hace casi una década, cuando fue traducida al inglés por Ken Liu, ganó el Premio Hugo de novela y algunos fanáticos no podían concebir que una obra escrita originalmente en otra lengua diferente a la inglesa fuera merecedora del premio más prestigioso del género, que tiene entre sus ganadores a Ursula K. Le Guin, Philip K. Dick, Isaac Asimov, entre otros.

Se publicó inicialmente por entregas en la revista mensual china Science Fiction World (2006) y ese mismo año ganó el premio Yínhé. Recientemente se estrenó por Netflix una versión que generó las más variadas controversias. Primero, la temporada de ocho episodios comienza con imágenes de tortura y muerte cometidas por imberbes estudiantes durante la Revolución Cultural china y, segundo, que la historia, experimentos y reflexiones sobre mecánica celeste se desarrolla en Oxford, Reino Unido. Es decir, los chinos mal vestidos se matan irracionalmente haciendo una revolución, pero los occidentales son gentes estudiosas y científicas que disfrutan de la vida mientras unos colegas se suicidan inexplicablemente.

Cixin Liu

Algunos seguidores de ciencia ficción al no tragar la propaganda netflixense se animaron a buscar la versión china que consta de 30 episodios, mientras otros mantenían la discusión sobre lo insulso de las teorías físicas de Cixin que podrían ser tomadas de Wikipedia. Quienes sostienen esto no han descubierto que esta fue creada un lustro antes de que se publicara en Science Fiction World.

El sociólogo y crítico Pedro Perucca resume como “filosofía barata” que “una científica china que, resentida porque la Revolución Cultural liquidó malamente a su padre y a su hermana, decide que cualquier cosa es mejor que el comunismo, incluyendo una invasión alienígena” y desacredita la obra por pésimo estilo literario.

Sin embargo, el escritor Ángel Luis Sucasas considera a Cixin “el Tolstoi chino de la ciencia ficción que, con aparente clasicismo, dinamita las convenciones del género”.

La diatriba llega a tal paroxismo que los pontificadores de la ciencia ficción han colocado una placa virtual como la que Platón colgó en la entrada de la Academia: «Que no entre aquí ningún hombre que no sepa geometría».

En otras palabras, si usted no sabe de astrofísica, genética, electromagnetismo, poder colocarse en el futuro y regresar a este miserable mundo sin rastro de contaminación de cualquier tipo, no escriba ciencia ficción, porque además, ya todo está escrito. Pero, como dijo Heráclito: “Si no esperáis lo inesperado, no lo encontraréis, dado que es penoso descubrirlo, y además, difícil”.

El problema de los tres cuerpos abunda en discusión sobre mecánica celeste y filosofía con guiños del autor sobre su postura antiaristotélica

Uno de los aportes de la obra de Cixin Liu —si es que ya alguien lo ha hecho, quizás Daniel Arella puede darnos luces al respecto— es que se puede hacer literatura de ciencia ficción con el presente y el pasado. Algo que Netflix cree que puede explicar con efectos especiales, pero que en el libro El problema de los tres cuerpos abunda en discusión sobre mecánica celeste y filosofía con guiños del autor sobre su postura antiaristotélica cuando cambia el nombre del usuario de “Navegante” a “Copérnico” en el juego de realidad virtual “Tres Cuerpos”.

Allí empieza un divertimento filosófico con personajes que nunca estuvieron juntos en carne y hueso, pero sí en el tiempo con las ideas, independientemente de si existe un planeta en el que se puede visualizar tres soles. Los personajes son: Aristóteles, Leonardo da Vinci, Nicolás Copérnico, Galileo Galilei y Giordano Bruno.

Aristóteles nunca se enteró, pero sus discípulos y la iglesia católica se unieron para que sus teorías fueran hegemónicas por siglos hasta que comenzaron a percatarse de que el geocentrismo no tenía ni pies ni cabeza. Pero estar en contra del establishment era ir directo a la hoguera. Cixin lo expone así en el juego: “—Giordano Bruno —dijo Aristóteles, señalándole a Wang el cuerpo carbonizado—. Otro que vino a decir tonterías antes que tú”.

La historia se repite. Ahora quieren mandar a la hoguera a Cixin Liu. Los habitantes del planeta trisolaris quizá pidan perdón dentro de 400 años cuando lleguen a la Tierra.

Larga noche para Ana Magdalena Bach

La crónica fue uno de los géneros periodísticos, junto con el reportaje, en donde Gabriel García Márquez se sentía como pez en el agua. La razón puede ser sencilla, son los que en su escritura puede cruzar con la literatura. En algunas ocasiones, parte de su obra literaria primero fueron crónicas. Esta referencia inicial se hace porque En agosto nos vemos revela la clave con una de sus crónicas que publicó cuando ya era un escritor rumbo al Nobel de Literatura.

Refiero aquella que tituló “La larga noche de ajedrez de Paul Badura-Skoda” en donde relata la pasión de este pianista austríaco y que tuvo un encuentro con el ajedredicista colombiano Boris de Greiff. De ella se podría desprender el porqué del nombre de la protagonista, Ana Magdalena Bach. De su familia, es la única que tiene nombre, el de su madre y padre son omitidos, así como tampoco se conocen los nombres de la abuela desalmada de cándida Eréndira, ni la del “coronel que no tenía quien le escribiera, ni para el viejo patriarca de más de doscientos años que a veces se oía llamar Nicanor y a veces Zacarías. Parece tonto, pero está muy lejos de serlo: si el nombre no se ajusta al personaje no se lo cree nadie”, escribió en el artículo “La cándida Eréndira y su abuela Irene Papas”.

El esposo de Ana Magdalena se llama Doménico Amarís. Es músico, pero también, entre muchas cosas notables, ajedrecista. “No se sabía que jugara ajedrez hasta la noche en que lo desafió Paul Badura-Skoda después de un concierto glorioso y empataron once partidas hasta las nueve de la mañana siguiente”, afirma el narrador de En agosto nos vemos.

Si nos atenemos a la crónica, no jugaron tantas partidas sino tan solo cuatro de las cuales el pianista perdió tres y empató una. Empezó a las ocho de la noche y culminó a las dos de la madrugada, pero a las tres Badura-Skoda “se empeñó en analizar las partidas, hasta que Boris de Greiff le ayudó a establecer cuáles fueron sus errores decisivos. Luego, cuando le acompañó al hotel, le pidió que subiera al cuarto para explicarle el sistema especial de notación del redactor de ajedrez del Times, y siguió hablando de ajedrez hasta que la ciudad amaneció en las ventanas.”

En esa noche ajedrecística, antes de comenzar, Badura-Skoda tocó en el piano la tercera partita de Juan Sebastián Bach. “Estaba en un estado de tensión que no había padecido la noche anterior, en el concierto” y decidieron que cada partida se iniciara con el aria para la cuerda de sol de la Suite para Orquesta Número 3, de Bach, hasta que quitaron el disco porque, con los nervios de punta, dijo: “Me gusta mucho Bach y me gusta mucho el ajedrez, pero no los soporto juntos”.

La música es parte fundamental de En agosto nos vemos, pero alguna pulsión le hizo evocar este encuentro del pianista austríaco apasionado por Bach. Éste, con su última esposa tuvo 13 hijos de los cuales seis sobrevivieron. “Nuestra familia no cesaba de aumentar y la cuna estaba constantemente ocupada”, escribió Ana Magdalena Bach.

Si la frase de la señora Bach la hubiera escrito García Márquez, quizás tuviera otro tono más erótico o directamente sexual, más caribeño, como es también su literatura. Aunque la Ana Magdalena que cada 16 de agosto visita la tumba de su madre también arrastra el peso de los años que ya no regresarán aunque lo acompañe con música y licor, travesías y flores, sexo y amor.

A la protagonista de En agosto nos vemos no le quedaba mejor nombre y apellido. Incluso, en franco homenaje a Bach y a su señora esposa. Cuántas historias serán de verdad ficción y cuánta ficción se querrá que fuera vida de verdad. Corría 2004 y a José Saramago le preguntaron en Caracas sobre la veracidad del personaje de Memoria de mis putas tristes. Palabras más, palabras menos, dijo: Gabo, a los 90 años ya no es posible.

Gabriel García Márquez con En agosto nos vemos es consistente con el título de su autobiografía inconclusa. Vivió para contarla.

Cuántos mares nos llevan a la memoria

Existe una discusión bizantina sobre los géneros mayores en la literatura. Algunos escritores —entre ellos, los poetas—, consideran la poesía el género por excelencia. Otros, el cuento. A la novela, generalmente la menosprecian, aunque es el género que logra llegar a más cantidad de lectores. Sobre estos dos últimos, Julio Cortázar dijo —para poner las cosas en su sitio—: “La novela siempre gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por nocaut”.

En estos tres géneros literarios —además del ensayo y el artículo de opinión, el epistolar y la retórica en el discurso político, entre otros— se ha sumergido Jorge Rodríguez Gómez para contar las historias que requieren trascender lo oral. Que estén plasmadas en letra de imprenta.

Primero quiso ser poeta y lo echaron de los talleres de poesía. Luego, gana la edición 53 del Concurso de cuentos de El Nacional con “Dime cuántos ríos son hechos de tus lágrimas”, en 1998, y dos años después obtiene la mención especial en la Bienal Latinoamericana de Literatura José Rafael Pocaterra con “El sueño de los ciegos”, que inmediatamente fue publicado por la editorial Comala.

Aunque fue la narrativa el género que a Rodríguez Gómez lo impulsó como escritor, la poesía siempre está allí, esperando su turno al bate y haciendo calistenia en cada cuento, en cada relato. Le siguió La piel del lagarto. Libro que tiene en su haber dos ediciones venezolanas (Fundarte, 2015, y Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2022) y una cubana (Editorial Arte y Literatura, 2022).

Con la editorial Acirema aparecieron publicados por primera vez los de poesía: Papeles de la demencia (2020) y Río quemado (2023), y ahora su más reciente novela: El mar que me regalas (2023). La enumeración parece inútil, porque pudiera decir nada si tan solo fueran títulos de libros que se nombran. Pero Rodríguez Gómez, entre cuentos y poemas, expone con el juego literario temas que se expresan una y otra vez con las claves de cada género. Por tomar un ejemplo, un poema en Papeles de la demencia se titula “Los peces”, pero con uno similar abre el libro La piel del lagarto, publicado un lustro antes. Entre poesía y cuento no hay casualidades, sino un diálogo constante que aviva las discusiones sobre los géneros literarios. Jorge Luis Borges afirmó que entre todos se escribe un mismo libro. De ser cierta esta tesis, qué quedará para quien escribe en su soledad sobre el mundo que decidió narrar.

En la novela, no sólo mantiene los ejes temáticos de su obra literaria, sino que regresa el negro Smith con sus contradicciones y tribulaciones sobre el pasado de su vida. 

Veinticinco años después de ganar el concurso de cuentos de El Nacional con un relato donde el detective Euclides Smith es el factor clave de la narración, éste regresa en El mar que me regalas, pero sin comprender que resolver un caso no lo exime de caer en el error de olvidar quién es el criminal. Y así, en la novela, bajo un secuestro político se expone la tesis brechtiana expresada en La ópera de los tres centavos: ¿Quién es el criminal? ¿El que asalta un banco o el que lo funda?

Una novela de amor

Jorge Rodríguez ha expresado públicamente que quiso escribir una novela de amor, con lo que cumple a cabalidad, porque no sólo expresa el de la pareja, con sus razones y sinrazones, sino que es fiel a la memoria inquebrantable del amor filial. 

Todas las historias están movidas por el amor —o el desamor—, desde las tragedias griegas hasta las de ciencia ficción. Las novelas negras, policiales o de detectives no escapan a esta condición, cuando de contar historias se trata. Es también el caso de El mar que me regalas en donde hay protección y venganza, violencia y lujuria, vida y muerte. Nada humano le es ajeno a Jorge Rodríguez Gómez y a sus personajes.

El mar es un pretexto o quizás es parte del destino, aunque en palabras del poeta Luis Cernuda “El mar es un olvido, una canción, un labio; / El mar es un amante, fiel respuesta al deseo. / Es como un ruiseñor, y sus aguas son plumas. / Impulsos que levantan a las frías estrellas…”.

La ficción toca la historia política contemporánea antes de la llegada de Hugo Chávez a la Presidencia de la República y por ello podría considerarse que es una novela política, sin quitarle los puntos que tiene de policial y de realidad.

Si la poesía dialoga con sus narraciones y viceversa, los diálogos de los personajes en El mar que me regalas delatan a cada quién cuál es su papel en la vida. La palabra puede ir adelante, pero a veces la cruda y fría realidad de una pistola en la espalda o en la boca puede cambiar la historia de una vida.

La política y la literatura

En la solapa del libro dice que Jorge Rodríguez es, “político, escritor y psiquiatra”, en ese orden. Las tres cosas son ciertas, el orden varía de acuerdo a los tiempos. Actualmente es presidente de la Asamblea Nacional, pero fue rector del Consejo Nacional Electoral, vicepresidente de la República Bolivariana de Venezuela, alcalde de Caracas, ministro de Comunicación e Información. Cargos públicos que ejerció en este siglo, pero en el anterior fue líder del Movimiento 80 y presidente de la Federación de Centro Universitarios de la Universidad Central de Venezuela. La política siempre ha estado unida a Rodríguez Gómez, así como la psiquiatría, especialidad que realiza en los años 90 una vez finalizado los estudios de Medicina en la UCV, por considerar que era lo que más se acercaba a la literatura. 

Es político, como también lo fue Andrés Bello, nuestro hombre en Londres que escribió en ese tiempo un himno a Colombia —“la Grande”, dedicada a Simón Bolívar— y Silva a la agricultura de la zona tórrida. Fermín Toro, considerado el primer cuentista y novelista venezolano; Eduardo Blanco y Arturo Úslar Pietri, el poeta Andrés Eloy Blanco y nuestro escritor nacional Rómulo Gallegos, por mencionar solamente algunos, también lo fueron. Los estudiantes de Letras podrían hacer tesis de la vinculación de la política y la literatura, pero no sé por qué propongo temas a estos universitarios si ni siquiera estudian a Aquiles Nazoa.

No existe la piedra de toque que compruebe la calidad literaria de una novela. Y si existiera, son las manos que toman los libros y las mentes de los lectores que se adentran en las historias con fruición, capaces de vivir las aventuras y desventuras de los personajes.

En ciertos momentos, la novela en Venezuela está de marea baja, en un letargo, y de repente Jorge Rodríguez Gómez nos despierta de ese eterno sueño con El mar que me regalas para confrontarnos con dilemas que nos sortea la vida de acuerdo a los caminos que tomamos cuando hay un ideal por el cual luchar.