Un mundo happy de Pérez Pirela

Miguel Ángel Pérez Pirela es un filósofo prestado a la comunicación, pero desde hace un buen tiempo, quizás antes de su exposición mediática, se dedicó a calentar el brazo de la literatura y de este trainning nos podemos percatar al leer Happy (2023), su más reciente novela.

Orgulloso marabino le rinde homenaje a su tierra natal al contar la vida de los pequeños seres al ritmo de gaita y a veces de vallenato —el desamor no tiene fronteras—, que reitera frases, textos, como si fueran estribillos.

En Happy el tiempo es más que pretérito y pretexto para la búsqueda de dramas, pasiones y dilemas. A veces la historia va hacia adelante que, como toda historia, hay que meter retroceso o hacer una pausa y relatar otra que pareciera no tener mucho que ver; pero estimado lector, ninguna pieza está de más, por más pequeña que esta sea, como las del escarabajo rojo que está presente en la portada y en momentos cruciales del personaje principal.

Italo Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio nos refiere que en “Sicilia el que cuenta historias emplea una fórmula: «lu cuntu nun metti tempu» [el cuento no lleva tiempo], cuando quiere saltar pasajes o indicar un intervalo de meses o de años. La técnica de la narración oral en la tradición popular responde a criterios de funcionalidad: descuida los detalles que no sirven, pero insiste en las repeticiones”.

Uno de los aciertos de Happy es el rescate de la oralidad, que Pérez Pirela logra con eficiencia cuando el narrador en pleno desarrollo de contar una acción, el personaje es quien remate la oración de manera directa, porque a veces, es mejor que lo explique uno mismo a que lo haga un tercero. Así sea con exageración, incluso.

Parte de los gustos literarios, que pueden ser del autor, el narrador o la abuela Fidelia —el único personaje que tiene nombre real, “a confesión de parte”— se ponen al descubierto. Su aparición puede ser como referencia de lectura universal o como personajes que suben al bus como pasajeros para acompañar a la abuela. Primero sube o se menciona a Baudelaire, y luego a “Kafka, Faulkner, Proust, Borges, Bolaño, García Márquez y Britto García”, en este orden.

Estos autores surgen porque quien narra asume que algún día será escritor y si le preguntan a Pérez Pirela cuánto tiempo le llevó escribir Happy, sin ningún ápice de duda le contestará 46 años. Una novela madurada por la vida. Sólo la muerte, en la realidad o en la ficción, logra que la novela surja con eficacia y que da pie para pensar que la historia pudiera ser cíclica o tan solo es el destino.

Son contados los libros que el tema se condensa en el título en una palabra. Seguramente, por admiración, sigue los pasos de uno de nuestros más importantes escritores del siglo XX, Luis Britto García, a quien menciona entre el grupo de escritores que cuenta con tres obras emblemáticas: Rajatabla, Abrapalabra y Pirata. Las dos primeras fueron premio Casa de Las Américas en cuento y novela, respectivamente, en la década de los 70.

Pérez Pirela encuentra esta mediación con Britto García, aunque entre los escritores mencionados, algunos también cumplen con esta característica en los títulos. William Faulkner cuenta con varios libros con títulos de una sola palabra en la portada: Sartoris es uno de ellos; mientras que Jorge Luis Borges con uno de cuentos, Ficciones, divididos en dos partes: “El jardín de senderos que se bifurcan” y “Artificios”. Roberto Bolaño tiene dos novelas: Amberes y Amuleto, que por cierto, son posteriores a Los detectives salvajes, premio Rómulo Gallegos en 1999.

En estos tiempos en que los audiolibros están en boga, Happy también tendría la misma aceptación que tienen las descargas gratuitas del libro digital y que en ningún momento compite con el libro impreso, más bien se acompañan para llegar a los lectores que disfrutan que en este pueblo no hay tristeza que valga. Aquí hasta los muertos beben.

Tres cuerpos frente a la hoguera

Inusitadamente los lectores de la ciencia ficción se han topado con la novela El problema de los tres cuerpos del escritor chino Cixin Liu. Hace casi una década, cuando fue traducida al inglés por Ken Liu, ganó el Premio Hugo de novela y algunos fanáticos no podían concebir que una obra escrita originalmente en otra lengua diferente a la inglesa fuera merecedora del premio más prestigioso del género, que tiene entre sus ganadores a Ursula K. Le Guin, Philip K. Dick, Isaac Asimov, entre otros.

Se publicó inicialmente por entregas en la revista mensual china Science Fiction World (2006) y ese mismo año ganó el premio Yínhé. Recientemente se estrenó por Netflix una versión que generó las más variadas controversias. Primero, la temporada de ocho episodios comienza con imágenes de tortura y muerte cometidas por imberbes estudiantes durante la Revolución Cultural china y, segundo, que la historia, experimentos y reflexiones sobre mecánica celeste se desarrolla en Oxford, Reino Unido. Es decir, los chinos mal vestidos se matan irracionalmente haciendo una revolución, pero los occidentales son gentes estudiosas y científicas que disfrutan de la vida mientras unos colegas se suicidan inexplicablemente.

Cixin Liu

Algunos seguidores de ciencia ficción al no tragar la propaganda netflixense se animaron a buscar la versión china que consta de 30 episodios, mientras otros mantenían la discusión sobre lo insulso de las teorías físicas de Cixin que podrían ser tomadas de Wikipedia. Quienes sostienen esto no han descubierto que esta fue creada un lustro antes de que se publicara en Science Fiction World.

El sociólogo y crítico Pedro Perucca resume como “filosofía barata” que “una científica china que, resentida porque la Revolución Cultural liquidó malamente a su padre y a su hermana, decide que cualquier cosa es mejor que el comunismo, incluyendo una invasión alienígena” y desacredita la obra por pésimo estilo literario.

Sin embargo, el escritor Ángel Luis Sucasas considera a Cixin “el Tolstoi chino de la ciencia ficción que, con aparente clasicismo, dinamita las convenciones del género”.

La diatriba llega a tal paroxismo que los pontificadores de la ciencia ficción han colocado una placa virtual como la que Platón colgó en la entrada de la Academia: «Que no entre aquí ningún hombre que no sepa geometría».

En otras palabras, si usted no sabe de astrofísica, genética, electromagnetismo, poder colocarse en el futuro y regresar a este miserable mundo sin rastro de contaminación de cualquier tipo, no escriba ciencia ficción, porque además, ya todo está escrito. Pero, como dijo Heráclito: “Si no esperáis lo inesperado, no lo encontraréis, dado que es penoso descubrirlo, y además, difícil”.

El problema de los tres cuerpos abunda en discusión sobre mecánica celeste y filosofía con guiños del autor sobre su postura antiaristotélica

Uno de los aportes de la obra de Cixin Liu —si es que ya alguien lo ha hecho, quizás Daniel Arella puede darnos luces al respecto— es que se puede hacer literatura de ciencia ficción con el presente y el pasado. Algo que Netflix cree que puede explicar con efectos especiales, pero que en el libro El problema de los tres cuerpos abunda en discusión sobre mecánica celeste y filosofía con guiños del autor sobre su postura antiaristotélica cuando cambia el nombre del usuario de “Navegante” a “Copérnico” en el juego de realidad virtual “Tres Cuerpos”.

Allí empieza un divertimento filosófico con personajes que nunca estuvieron juntos en carne y hueso, pero sí en el tiempo con las ideas, independientemente de si existe un planeta en el que se puede visualizar tres soles. Los personajes son: Aristóteles, Leonardo da Vinci, Nicolás Copérnico, Galileo Galilei y Giordano Bruno.

Aristóteles nunca se enteró, pero sus discípulos y la iglesia católica se unieron para que sus teorías fueran hegemónicas por siglos hasta que comenzaron a percatarse de que el geocentrismo no tenía ni pies ni cabeza. Pero estar en contra del establishment era ir directo a la hoguera. Cixin lo expone así en el juego: “—Giordano Bruno —dijo Aristóteles, señalándole a Wang el cuerpo carbonizado—. Otro que vino a decir tonterías antes que tú”.

La historia se repite. Ahora quieren mandar a la hoguera a Cixin Liu. Los habitantes del planeta trisolaris quizá pidan perdón dentro de 400 años cuando lleguen a la Tierra.

Larga noche para Ana Magdalena Bach

La crónica fue uno de los géneros periodísticos, junto con el reportaje, en donde Gabriel García Márquez se sentía como pez en el agua. La razón puede ser sencilla, son los que en su escritura puede cruzar con la literatura. En algunas ocasiones, parte de su obra literaria primero fueron crónicas. Esta referencia inicial se hace porque En agosto nos vemos revela la clave con una de sus crónicas que publicó cuando ya era un escritor rumbo al Nobel de Literatura.

Refiero aquella que tituló “La larga noche de ajedrez de Paul Badura-Skoda” en donde relata la pasión de este pianista austríaco y que tuvo un encuentro con el ajedredicista colombiano Boris de Greiff. De ella se podría desprender el porqué del nombre de la protagonista, Ana Magdalena Bach. De su familia, es la única que tiene nombre, el de su madre y padre son omitidos, así como tampoco se conocen los nombres de la abuela desalmada de cándida Eréndira, ni la del “coronel que no tenía quien le escribiera, ni para el viejo patriarca de más de doscientos años que a veces se oía llamar Nicanor y a veces Zacarías. Parece tonto, pero está muy lejos de serlo: si el nombre no se ajusta al personaje no se lo cree nadie”, escribió en el artículo “La cándida Eréndira y su abuela Irene Papas”.

El esposo de Ana Magdalena se llama Doménico Amarís. Es músico, pero también, entre muchas cosas notables, ajedrecista. “No se sabía que jugara ajedrez hasta la noche en que lo desafió Paul Badura-Skoda después de un concierto glorioso y empataron once partidas hasta las nueve de la mañana siguiente”, afirma el narrador de En agosto nos vemos.

Si nos atenemos a la crónica, no jugaron tantas partidas sino tan solo cuatro de las cuales el pianista perdió tres y empató una. Empezó a las ocho de la noche y culminó a las dos de la madrugada, pero a las tres Badura-Skoda “se empeñó en analizar las partidas, hasta que Boris de Greiff le ayudó a establecer cuáles fueron sus errores decisivos. Luego, cuando le acompañó al hotel, le pidió que subiera al cuarto para explicarle el sistema especial de notación del redactor de ajedrez del Times, y siguió hablando de ajedrez hasta que la ciudad amaneció en las ventanas.”

En esa noche ajedrecística, antes de comenzar, Badura-Skoda tocó en el piano la tercera partita de Juan Sebastián Bach. “Estaba en un estado de tensión que no había padecido la noche anterior, en el concierto” y decidieron que cada partida se iniciara con el aria para la cuerda de sol de la Suite para Orquesta Número 3, de Bach, hasta que quitaron el disco porque, con los nervios de punta, dijo: “Me gusta mucho Bach y me gusta mucho el ajedrez, pero no los soporto juntos”.

La música es parte fundamental de En agosto nos vemos, pero alguna pulsión le hizo evocar este encuentro del pianista austríaco apasionado por Bach. Éste, con su última esposa tuvo 13 hijos de los cuales seis sobrevivieron. “Nuestra familia no cesaba de aumentar y la cuna estaba constantemente ocupada”, escribió Ana Magdalena Bach.

Si la frase de la señora Bach la hubiera escrito García Márquez, quizás tuviera otro tono más erótico o directamente sexual, más caribeño, como es también su literatura. Aunque la Ana Magdalena que cada 16 de agosto visita la tumba de su madre también arrastra el peso de los años que ya no regresarán aunque lo acompañe con música y licor, travesías y flores, sexo y amor.

A la protagonista de En agosto nos vemos no le quedaba mejor nombre y apellido. Incluso, en franco homenaje a Bach y a su señora esposa. Cuántas historias serán de verdad ficción y cuánta ficción se querrá que fuera vida de verdad. Corría 2004 y a José Saramago le preguntaron en Caracas sobre la veracidad del personaje de Memoria de mis putas tristes. Palabras más, palabras menos, dijo: Gabo, a los 90 años ya no es posible.

Gabriel García Márquez con En agosto nos vemos es consistente con el título de su autobiografía inconclusa. Vivió para contarla.

Cuántos mares nos llevan a la memoria

Existe una discusión bizantina sobre los géneros mayores en la literatura. Algunos escritores —entre ellos, los poetas—, consideran la poesía el género por excelencia. Otros, el cuento. A la novela, generalmente la menosprecian, aunque es el género que logra llegar a más cantidad de lectores. Sobre estos dos últimos, Julio Cortázar dijo —para poner las cosas en su sitio—: “La novela siempre gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por nocaut”.

En estos tres géneros literarios —además del ensayo y el artículo de opinión, el epistolar y la retórica en el discurso político, entre otros— se ha sumergido Jorge Rodríguez Gómez para contar las historias que requieren trascender lo oral. Que estén plasmadas en letra de imprenta.

Primero quiso ser poeta y lo echaron de los talleres de poesía. Luego, gana la edición 53 del Concurso de cuentos de El Nacional con “Dime cuántos ríos son hechos de tus lágrimas”, en 1998, y dos años después obtiene la mención especial en la Bienal Latinoamericana de Literatura José Rafael Pocaterra con “El sueño de los ciegos”, que inmediatamente fue publicado por la editorial Comala.

Aunque fue la narrativa el género que a Rodríguez Gómez lo impulsó como escritor, la poesía siempre está allí, esperando su turno al bate y haciendo calistenia en cada cuento, en cada relato. Le siguió La piel del lagarto. Libro que tiene en su haber dos ediciones venezolanas (Fundarte, 2015, y Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2022) y una cubana (Editorial Arte y Literatura, 2022).

Con la editorial Acirema aparecieron publicados por primera vez los de poesía: Papeles de la demencia (2020) y Río quemado (2023), y ahora su más reciente novela: El mar que me regalas (2023). La enumeración parece inútil, porque pudiera decir nada si tan solo fueran títulos de libros que se nombran. Pero Rodríguez Gómez, entre cuentos y poemas, expone con el juego literario temas que se expresan una y otra vez con las claves de cada género. Por tomar un ejemplo, un poema en Papeles de la demencia se titula “Los peces”, pero con uno similar abre el libro La piel del lagarto, publicado un lustro antes. Entre poesía y cuento no hay casualidades, sino un diálogo constante que aviva las discusiones sobre los géneros literarios. Jorge Luis Borges afirmó que entre todos se escribe un mismo libro. De ser cierta esta tesis, qué quedará para quien escribe en su soledad sobre el mundo que decidió narrar.

En la novela, no sólo mantiene los ejes temáticos de su obra literaria, sino que regresa el negro Smith con sus contradicciones y tribulaciones sobre el pasado de su vida. 

Veinticinco años después de ganar el concurso de cuentos de El Nacional con un relato donde el detective Euclides Smith es el factor clave de la narración, éste regresa en El mar que me regalas, pero sin comprender que resolver un caso no lo exime de caer en el error de olvidar quién es el criminal. Y así, en la novela, bajo un secuestro político se expone la tesis brechtiana expresada en La ópera de los tres centavos: ¿Quién es el criminal? ¿El que asalta un banco o el que lo funda?

Una novela de amor

Jorge Rodríguez ha expresado públicamente que quiso escribir una novela de amor, con lo que cumple a cabalidad, porque no sólo expresa el de la pareja, con sus razones y sinrazones, sino que es fiel a la memoria inquebrantable del amor filial. 

Todas las historias están movidas por el amor —o el desamor—, desde las tragedias griegas hasta las de ciencia ficción. Las novelas negras, policiales o de detectives no escapan a esta condición, cuando de contar historias se trata. Es también el caso de El mar que me regalas en donde hay protección y venganza, violencia y lujuria, vida y muerte. Nada humano le es ajeno a Jorge Rodríguez Gómez y a sus personajes.

El mar es un pretexto o quizás es parte del destino, aunque en palabras del poeta Luis Cernuda “El mar es un olvido, una canción, un labio; / El mar es un amante, fiel respuesta al deseo. / Es como un ruiseñor, y sus aguas son plumas. / Impulsos que levantan a las frías estrellas…”.

La ficción toca la historia política contemporánea antes de la llegada de Hugo Chávez a la Presidencia de la República y por ello podría considerarse que es una novela política, sin quitarle los puntos que tiene de policial y de realidad.

Si la poesía dialoga con sus narraciones y viceversa, los diálogos de los personajes en El mar que me regalas delatan a cada quién cuál es su papel en la vida. La palabra puede ir adelante, pero a veces la cruda y fría realidad de una pistola en la espalda o en la boca puede cambiar la historia de una vida.

La política y la literatura

En la solapa del libro dice que Jorge Rodríguez es, “político, escritor y psiquiatra”, en ese orden. Las tres cosas son ciertas, el orden varía de acuerdo a los tiempos. Actualmente es presidente de la Asamblea Nacional, pero fue rector del Consejo Nacional Electoral, vicepresidente de la República Bolivariana de Venezuela, alcalde de Caracas, ministro de Comunicación e Información. Cargos públicos que ejerció en este siglo, pero en el anterior fue líder del Movimiento 80 y presidente de la Federación de Centro Universitarios de la Universidad Central de Venezuela. La política siempre ha estado unida a Rodríguez Gómez, así como la psiquiatría, especialidad que realiza en los años 90 una vez finalizado los estudios de Medicina en la UCV, por considerar que era lo que más se acercaba a la literatura. 

Es político, como también lo fue Andrés Bello, nuestro hombre en Londres que escribió en ese tiempo un himno a Colombia —“la Grande”, dedicada a Simón Bolívar— y Silva a la agricultura de la zona tórrida. Fermín Toro, considerado el primer cuentista y novelista venezolano; Eduardo Blanco y Arturo Úslar Pietri, el poeta Andrés Eloy Blanco y nuestro escritor nacional Rómulo Gallegos, por mencionar solamente algunos, también lo fueron. Los estudiantes de Letras podrían hacer tesis de la vinculación de la política y la literatura, pero no sé por qué propongo temas a estos universitarios si ni siquiera estudian a Aquiles Nazoa.

No existe la piedra de toque que compruebe la calidad literaria de una novela. Y si existiera, son las manos que toman los libros y las mentes de los lectores que se adentran en las historias con fruición, capaces de vivir las aventuras y desventuras de los personajes.

En ciertos momentos, la novela en Venezuela está de marea baja, en un letargo, y de repente Jorge Rodríguez Gómez nos despierta de ese eterno sueño con El mar que me regalas para confrontarnos con dilemas que nos sortea la vida de acuerdo a los caminos que tomamos cuando hay un ideal por el cual luchar.