Hay asociaciones que son inevitables. Una de ellas es la capacidad de concentrar fuerzas y atacar que se escenifica en la película Apocalipsis Now, de Francis Ford Coppola, con “La cabalgata de las valquirias”, de Richard Wagner.
Esta pieza de Wagner, y en alguna medida la película de Coppola, son partes de las pistas que ofrece al lector en la más reciente novela de Pablo De Santis —que lleva el nombre de la pieza de Wagner—, pero no es tan evidente. Sobre todo, porque pertenece al género policial en donde — extrañamente para ser literatura latinoamericana, los detectives están ausentes, pero no los crímenes— hay policías.
En la novela se investiga un crimen que a medida que se esclarece cobra dimensiones éticas por la historia oculta de un pueblo en donde todos se conocen y hay ciertos temas y personas de los que no se habla.
También existe una especie de competencia evidente entre policías, pero el personaje principal lleva la carga social de la historia familiar que los otros se lo recuerdan de vez en vez y está marcado desde el inicio de la novela.
“Soy policía, porque mi padre era policía. Por falta de imaginación, me acomodé al destino prefijado. Cuando estaba en quinto grado de la escuela, mi padre, el comisario Abel Nebra, mató al cabecilla de una banda de asaltantes de bancos, hazaña que lo convirtió en una leyenda viva en la institución”.
De Santis maneja con destreza el género policial que en algunas de sus novelas mezcla con el fantástico o viceversa. Cada personaje, con sus aciertos y desaciertos, en la búsqueda por la resolución de un caso, resuelve asuntos personales de los personajes. Incluso, del escritor con el lector, porque también da una mirada a la sociedad, la pasada y la actual, con frases que son estocadas, como si fueran pistas de la vida y la muerte.
“Gracias a esas fotografías de antiguas violencias se olvidaban de que trabajaban en una comisaría de un pueblo turístico, donde nunca pasaba nada. Todos necesitamos un poco de leyenda”.
Cada cierre de capítulo tiene un guiño de humor o mirada hacia la conducta humana que se repite como si fuera un patrón, independientemente del oficio. El destino de cada personaje es asumido con la dignidad que le permite comprender su vida.
Pablo De Santis logra atrapar al lector porque lleva a pulso a cada uno de sus personajes con detalles y coartadas que en su cotidianidad conforman las pistas evidentes de la investigación policial porque todos los crímenes transcurren en la normalidad y luego la vida continua como si no hubiera pasado nada.
La vida tiene sus complejidades, también la muerte y los crímenes. A veces nos hacemos preguntas que no tienen respuestas o quizás no se quiere buscar o tenerlas. Los crímenes tienen muchas aristas que resolverlos tiene su ciencia.
Hace un par de años conocí a un detective que decidió escribir y publicar unos cuentos policiales porque la literatura policial no le convencía debido a que los escritores desconocían la ciencia que utilizan los detectives para resolver los casos.
Resulta que resolver un enigma es tan solo uno de los detalles de la novela policial. “La gente tiene hambre de símbolos”, como apunta el comisario Conrado Nebra en La cabalgata de las valquirias.
Los símbolos forman parte de una lógica, de un rompecabezas que permite descifrar los hechos. Como dice Marthe Arnould, son “las llaves de los caminos”.
Uno de los símbolos que expone De Santis es “La cabalgata de las valquirias”, la apertura del tercer acto de la ópera La valquiria de Wagner —que pertenece a la tetralogía El anillo del nibelungo—, junto a la escena de Apocalipsis Now, en donde es utilizada como droga para atacar y matar a vietnamitas.
A veces nos preguntamos cuál es el papel del arte, especialmente cuando algunos creen que solo es sueño e imaginación, un acto de creación ajeno a todo lo perverso de la humanidad y de la política.
No hay cabos sueltos en la novela de Pablo de Santis, sólo los que a sus personajes se les permiten sin hacer juicio sobre los inocentes y culpables. Al fin de cuentas, a veces, los extremos se tocan.
Escritor, periodista y editor. Presidente del Centro Nacional del Libro desde noviembre de 2018. En febrero de 2019 asume la Dirección General de la Fundación Editorial El perro y la rana y en agosto es nombrado Viceministro de Fomento para la Economía Cultural. Es autor de los libros de cuentos El bolero se baila pegadito (1988), Todo tiene su final (1992) y de poesía Algunas cuestiones sin importancia (1994). Es coautor con Freddy Fernández del ensayo A quién le importa la opinión de un ciego (2006). Gracias, medios de comunicación (2018) fue merecedor del Premio Nacional de Periodismo en 2019, mención Libro. Actualmente dirige y conduce Las formas del libro.