Siendo un libro con muchas aristas, Victoire, la madre de mi madre de Maryse Condé es, sobretodo, una biografía amorosa, que se despliega a los ojos del lector a través de múltiples recursos literarios. La obra reconstruye una sociedad colonial llena de prejuicios y discriminación. Ilustrado todo con una profusión de palabras en creole y con la presencia de un curioso archivo gastronómico.
Nunca ha dejado de sorprenderme la alegría con la que ciertos grupos familiares acostumbran a rememorar los acontecimientos pasados, cual si de un viaje en el tiempo se tratara. Traen al presente hechos y personajes y se regocijan entre ellos como si estuvieran vistiendo un traje nuevo.
Esa misma impresión se tiene al leer Victoire, la madre de mi madre. Se puede muy bien entrar a la novela e imaginarse una reunión de parientes sentados en círculo contándose, por enésima vez, historias de su propia familia que ya todos conocen.

Hay algo de magia y de ritual en ese revivir la historia familiar, como si fuese indispensable para afirmarse como linaje, más allá de ulteriores coincidencias con los integrantes de la comunidad a la que pertenecen.
Por esa vía, Maryse Condé logra un discurso de una engañosa simplicidad, que se mantiene hasta la última página en el filo de la navaja entre la biografía y la novela. En lo atinente a lo biográfico, no se inhibe a la hora de exponer sus fuentes documentales, hacer público el proceso de investigación que sustenta su relato, o dirigirse al lector para hablarle desde una primera persona que desborda el artificio literario para anclarse en el acto de recordar. Una evocación que es también artificio, puesto que la nieta que escribe confiesa que nunca conoció a esa abuela que arma, a lo largo del libro, como si fuera un rompecabezas.
Si llega a fallar lo biográfico, aun queda la literatura. No en balde, esa misma voz narradora, que nos ha convencido hasta aquí de su verismo, no se arredra ni se silencia cuando le faltan fuentes documentales: “…no me queda más remedio que imaginar”, confiesa; no como quien reconoce una carencia, sino como quien asume un reto que la libera de la rigidez histórica.
De ese imaginar surge la figura de la abuela, experta en guardar silencio y en deslumbrar con sus guisos. Un ser ideal que le sirve a la autora, entre otras cosas, para hacer un paralelismo entre el talento culinario, considerado como un arte, y su propia experiencia como escritora. “En estas páginas pretendo revindicar el legado de una mujer que, aparentemente, no dejó ninguno. Establecer el nexo entre su creatividad y la mía. Conectar los sabores, colores y aromas de las carnes o las verduras con los sabores, colores y aromas de las palabras.”
El vehículo para engendrar al personaje de la abuela es una prosa que se tiñe, una y otra vez, con frases en creole; con ellas, la narradora crea un halo de identidad al tiempo que introduce costumbres, creencias, personajes, elementos culinarios y cualquier otro indicio de una forma de vida y de una cultura que se debate en las contradicciones propias de su pasado de colonización, esclavitud, y la consiguiente desigualdad.
Todo gracias a un personaje que se describe como anodino, silencioso, poco menos que inexistente: la abuela Victoire.
Así pues, al salir de la novela, el lector se habrá paseado por un colectivo signado por las diferencias sociales y raciales. La voz que narra toma una distancia crítica y juzga la constitución de una sociedad que, viniendo del esclavismo, atraviesa ahora un conflicto de clases que no se resuelve en la simple división entre blancos y negros.
Victoire… es una novela en la que resulta difícil, por no decir imposible, mantener la diferencia entre autor y narrador que establece la teoría literaria. Muy por el contrario, Maryse Condé habla con voz propia para distanciarse o ridiculizar todo lo que ve y cuenta, incluidos sus padres, obsesionados con la esperanza de integrarse a esa clase social y política, llamada los Grandes Negros. Nuevos ricos quienes, en el intento por diferenciarse de los odiados blancos hasta ayer esclavistas, no hacen otra cosa que imitarlos.



Escritor, doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Iowa, magíster en Literatura Latinoamericana y profesor jubilado de la Universidad del Zulia. Fue galardonado con el Premio Regional de Literatura Jesús Enrique Losada (2000). Asimismo, se hizo acreedor del segundo lugar del concurso Los niños del Mercosur, de la editorial Comunicarte (Argentina, 2007).