Celebración de la palabra

William Castillo Bollé

En las próximas horas comienza la Feria del libro de Venezuela, FILVEN, el momento más feliz del año.

La feria es esa ansiada ocasión cuando te reencuentras con tus mejores amigos, los libros, y tus mejores amigas, las palabras, para abrazarse. Pasas por uno y otro, y otro estante, y de pronto ves aquel texto de Gustavo Pereira, y empiezas a pensar ¿Dónde carrizo habré olvidado este libro? ¿Qué cosas de él conservo? ¿Cuáles cosas que me dijo, olvidé? Lo abres, lees un par de líneas y entonces, sin que te remuerda en lo absoluto la conciencia, vas y te lo llevas de nuevo.

Los libros y sus habitantes, las palabras, siempre tienen algo que decirnos.

La feria es esa celebración de la sensibilidad donde la palabra nos abruma de susurros, historias, relatos, recuerdos, ideas. Belleza. Donde la palabra nos despierta y nos alerta. Poco importa lo que pienses sobre los libros y las palabras. Les tiene sin cuidado su reputación. Sólo quieren ser leídos. Lo que realmente importa es lo que haces después con esos prodigios.

Hay una palabra para todo, dice la sabiduría popular. Para Elías Canetti, por ejemplo, la palabra es conciencia; para Alex Grijelmo, seducción. García Márquez escribió magia, Carpentier, milagros. Ana Enriqueta Terán, invocaba espíritus. García Lorca veía en el texto escrito sobre papel, una rosa, un pañuelo y un puñal. Miguel Hernández azotó con versos al fascismo, cantó encima de fusiles y en medio de batallas. Dios mismo creyó que la palabra era el comienzo de todo: En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.

Gallegos vislumbraba a través de palabra, el progreso. Marx, la Revolución, el nacimiento de un mundo nuevo. Ortega y Gasset pensaba que era luz que iluminaba la razón. Briceño Guerrero le tenía amor y terror al mismo tiempo. Rosenblat habla de buenas y malas palabras. Para Jorge Luis Borges tal vez existe un solo lenguaje y un solo libro; quizá estamos perdidos en una gigantesca biblioteca, un laberinto donde todo ya fue escrito; tal vez vivir no es otra cosa que repetirnos, volvernos a leer.

Darío vio en la palabra, la belleza. Sor Juana Inés, el amor, Foucault, el poder. Mario Briceño Iragorry, la identidad nacional, y Augusto Mijares, la Patria. Roque Dalton deseaba que, tornada en poesía, la palabra fuera pan de todos. Y Víctor Valera Mora, como Bolívar en su delirio, hizo de ella una tierna y ardorosa artillería.

Al sur de este continente, Galeano escribió la irónica belleza de nuestra tragedia histórica. Neruda, que plasmó algunas de las líneas más bellas que hayan sido escritas, afirmó -como quería Rimbaud- que sólo con la ardorosa paciencia con que nos llena la palabra, podremos conquistar la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a los hombres.

Rafael Cadenas, que reflexionó lúcidamente en torno al lenguaje, clama en un poema que lo que vemos a nuestro alrededor no son flores, ni árboles, ni nubes, sino existencia: para inmediatamente desdecirse: no, son flores, árboles, nubes. Cada palabra es un signo que, como en un juego de espejos, nos devuelve también una imagen de lo que no es. Pereira incluso llegó a inventarse una palabra -somari- y con ese ladrillo construyó una casa grande, amorosa e inevitable.

La palabra es pues, todo, la semilla, la tierra que la acoge y la mano que la siembra; es la flor y el mágico vuelo de la abeja. Y es también el agua que hace crecer la semilla. Y el viento y el rocío que acarician la flor.

En su lúcida tristeza, César Vallejo implora en defensa de lo único que -pase lo que pase- no podemos perder:

¡Y si después de tantas palabras,

no sobrevive la palabra!

¡Si después de las alas de los pájaros,

no sobrevive el pájaro parado!

¡Más valdría, en verdad,

que se lo coman todo y acabemos!

Vente, vamos a la Feria del Libro a ser parte de la fiesta; a embriagarnos, a beber del amor a la palabra, a seguir celebrando mundos entre líneas porque sí, porque nos da la gana. Y amanecer como náufragos del texto, tirados en cualquier esquina, extasiados, en plena luz.

2 thoughts on “Celebración de la palabra

  1. …me perdí entre las palabras, dejé que me acariciaran y jugaran con mi cansancio… Así fue como volví a llenarme de significados y recordé el amor de hojear un libro buscando algo más que palabras.

Deja un comentario