Desde 2016, por iniciativa del Presidente Nicolás Maduro, se conmemora el 9 de marzo como el Día del Antiimperialismo Bolivariano, bandera que se levanta en honor al Libertador Simón Bolívar y en tributo a otros próceres que lucharon en favor de romper con toda forma de dominación imperial, cuyos agentes pretenden hoy imponerse y arrodillar a la nación latinoamericana, que ha declarado su carácter antiimperilista para avanzar, en paz y con soberanía, hacia una sociedad más justa e inclusiva.
Esta conmemoración, además, fue y es una posición de repudio ante la firma del decreto ejecutivo donde el ex presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, declaraba a Venezuela de “amenaza” para la nación norteamericana en marzo del 2015.
En Simón Bolívar escritos anticolonialista de Gustavo Pereira, evidenciamos la lucha antiimperialista que tuvo que enfrentar el libertador desde sus inicios, he aquí un fragmento de su introducción.
Aunque políticamente libres, las nuevas repúblicas nacen uncidas a las mismas estructuras culturales y al mismo régimen de producción del coloniaje. De allí que los primeros años de la guerra, abismados en derrotas y anarquía, transcurrieran marcados como en los tres siglos de dominio español, por análogos antagonismos sociales: lucha entre esclavos y amos criollos; entre campesinos sin tierra y terratenientes criollos; y entre pardos, indios, negros y mestizos contra blancos mantuanos.
¿Qué hacer, pues, para que no fuesen desde su infancia aquellas naciones, como presagiaba Simón Rodríguez, viejas?
Lo primero parecía tan necesario como perentorio: forjar conciencia de pertenencia a una patria.
Patria híbrida, multiétnica, multicultural, caso extraordinario, pequeño género humano, como se dirá en la Carta de Jamaica.
Patria, además, inmensa, idealmente constituida, por lengua y tradiciones, por toda la América española. Patria de indios servidumbrados, blancos propietarios o de orilla, pardos excluidos y negros esclavizados. Sangre y alma comunes del planeta, pero donde sólo los blancos españoles y sus descendientes habían impuesto dominio y privilegios.
Sólo a partir de la derrota de la Primera República Bolívar se percata plenamente de ello. ¿Qué otro propósito sino crear ese sentimiento de patria abrigará el Decreto de Guerra a Muerte de Trujillo, en respuesta a la guerra a muerte perpetrada por los ejércitos realistas y dictado a dos años apenas de la declaración de independencia, en 1813? ¿Se trató simplemente, como algunos historiadores aseveran, entre ellos Gil Fortoul, de terrible manifestación de venganza o inhumana represalia?
Después de la Campaña Admirable el curso de la guerra perfila con más claridad las contradicciones entre colonizadores y colonizados. Al vislumbrar y admitir los errores e injusticias de la llamada “patria boba” de la Primera República, Bolívar comprende que sin el pueblo desposeído, víctima de todas las opresiones y sobre todo de una doble opresión: la endógena ejercida por los blancos criollos y la exógena, por el imperio español— jamás podrá existir empresa libertadora. Infiere que a la guerra de castas debía suceder la guerra anticolonial. Que a las tretas de los esclavistas había que oponer la libertad de los esclavos. Que a la hegemonía o pretensiones de las viejas y nuevas potencias enfrentar la América unida. Que a la ignorancia de los más, revolucionar el régimen educativo privilegiado de los menos. Que a la servidumbre del pueblo, imponer el freno de un régimen legal justo. Perú de Lacroix nos recuerda que aquel Libertador del año 28, cuasi abatido por las facciones, corroboraba con tristeza estas amargas realidades: “Después habló de la servidumbre del pueblo, siempre oprimido por los militares, clérigos, abogados y doctores, y dijo que eso sucedería aun con la Constitución más democrática, porque dependen de la poca educación y de las costumbres; que en Colombia hay una aristocracia de rango, de riqueza y de empleos, equivalente por sus pretensiones a la aristocracia de título y de nacimiento en Europa; pero que las leyes y la educación irían poco a poco estableciendo el equilibrio social”.
Ese Bolívar revolucionario debió muchas veces transigir con lo establecido, fuere consagrada injusticia, mojigatería o superstición. Fuerzas oscuras, ineludibles tradiciones, privilegios seculares, vicios perpetuos, tenaces presunciones, inicuas conformaciones sociales cundían cual parásitas arraigadas en el cuerpo colectivo. No bastaba, por ejemplo, proclamar la manumisión de los esclavos para que el imperio de lo justo prevaleciese sobre el infame régimen esclavista. Y no solo por causa de la oposición mayoritaria de hacendados o prohombres de las nuevas repúblicas: no pocas veces los propios esclavos prefirieron el hábito de la yunta a la imprevisible libertad.
En aquellas patrias troqueladas y amordazadas por tres siglos de dominación, el aparato clerical católico contrarreformista se había impuesto paralelamente a la collera esclavista. Perú de Lacroix cuenta cómo las feroces campañas de ese clero intentaron predisponer a las clases populares contra los ejércitos libertadores. Pese a ello Bolívar respetaba esas creencias populares y tenía por costumbre acudir regularmente a misa aunque ignoraba absolutamente el momento en que debía ponerse de rodillas, o mantenerse en pie, o sentarse, además de que nunca se persignaba. Interrogado sobre dichos asuntos, explicaba que no gustaba entrar en metafísicas que descansaban sobre bases falsas: “Me basta saber y estar convencido de que el alma tiene la facultad de sentir, es decir, de recibir las impresiones de nuestros sentimientos, pero que no tiene la facultad de pensar, porque no admite ideas innatas. El hombre tiene un cuerpo material y una inteligencia representada por el cerebro, igualmente material, y, según el estado actual de la ciencia, no se considera a la inteligencia sino como una secreción del cerebro; llámese, pues, este producto alma, inteligencia, espíritu, poco importa ni vale la pena disputar sobre ello: para mí, la vida no es otra cosa sino el resultado de la unión de dos principios, a saber: de la contractilidad, que es una facultad del cuerpo material, y de la sensibilidad, que es una facultad del cerebro o de la inteligencia. Cesa la vida cuando cesa aquella unión; el cerebro muere con el cuerpo, y muerto el cerebro no hay más secreción de inteligencia. Deduzca usted de ahí cuáles serán mis opiniones en materia de Eliseo y de Fánaro o Tártaro y mis ideas sobre las ficciones sagradas que preocupan todavía tanto a los mortales”. Acusado de francmasón y por ello víctima de feroces descalificaciones en casi todos los púlpitos, Bolívar, según Perú de Lacroix “había tenido la curiosidad de hacerse iniciar para ver de cerca lo que eran aquellos misterios y en París se había recibido de maestro, pero que aquel grado le había bastado para juzgar lo ridículo de aquella antigua Asociación; que en las Logias había encontrado algunos hombres de mérito, bastantes fanáticos, muchos embusteros y muchos más tontos burlados; que todos los masones se asemejan a unos niños grandes jugando con señas, morisquetas, palabras hebraicas, cintas y cordones; que sin embargo, la política y los intrigantes pueden sacar partido de aquella Sociedad secreta, pero que en el estado de civilización de Colombia, de fanatismo y de preocupaciones religiosas, no era político valerse de la masonería, porque para hacerse él de algunos partidarios en las Logias se hubiera atraído el odio y la censura de toda la nación, movida entonces contra él por el clero y los frailes, que habrían aprovechado aquel pretexto…”.
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One thought on “El antiimperialismo de Bolívar”
eso no me sirve de nada