Mientras veía un partido de fútbol por televisión —corría el año 2011—, el narrador Pepe Delgado hizo un comentario a colación de algo que ahora no recuerdo: “¿Quieres guardar un secreto? Escribe un libro –hizo una pausa, la necesaria para hacer énfasis en la sentencia final—. Nadie los lee”.
Leer o no leer, de eso se trata. La lectura a algunos los lleva a la tumba, como a algunos personajes de El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Otros, como Belerofonte, no revisan el contenido de la carta que pide al destinatario matar al mensajero.
Desde la creación de los libros, algunos fueron destruidos o quemados. Con ellos las teorías del átomo de Demócrito fueron apartadas y las de Epicuro prohibidas. Se impusieron las ideas de Aristóteles gracias a las coincidencias con el Antiguo Testamento sobre el geocentrismo, entre otras. Si la Iglesia católica no hubiese impuesto a este filósofo, otros se habrían adelantado a los descubrimientos de Nicolás Copérnico y Galileo Galilei; Giordano Bruno no habría terminado en la hoguera y Eco no hubiera ambientado una novela de detectives en la Edad Media.
“Este libro es una maravilla. A medida que avanzo no quiero que termine”, publicó Elis Labrador por las redes sociales. Se trata de El infinito en un junco, de Irène Vallejo, que como reza el subtítulo, versa sobre “la invención de los libros en el mundo antiguo” y se puede leer como una novela policial en donde pasado y presente se funden en una sola historia: cómo perduraron las ideas de la humanidad en el tiempo.
Cada lector es diferente ante un mismo libro. En el de Vallejo hay secretos que generalmente están vedados por los medios de comunicación hegemónicos, como el analfabetismo: “Nosotros, habitantes del siglo XXI, damos por hecho que todo el mundo aprende a leer y escribir en la infancia (…) Ni siquiera imaginamos que pueda haber entre nosotros personas analfabetas (…) Pero existen (670.000 en España, en 2016, según datos del Instituto Nacional de Estadística)”.
En 2005 Venezuela fue declarada territorio libre de analfabetismo por la Unesco. Este es uno de los hitos del chavismo, pero los medios de comunicación privados insisten en ser analfabetas de la realidad social venezolana, lo que no les permiten ver los cambios radicales que se realizaron en más de 20 años de Revolución Bolivariana.